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martes, 14 de marzo de 2017

La sombra del Galileo es alargada

Hace  años leí con gusto el libro del alemán Gerd Theissen titulado La sombra del Galileo. Va ya por la 13ª edición en castellano. Se trata de un relato novelado a partir de las recientes investigaciones históricas sobre Jesús de Nazaret. Pero creo que la verdadera sombra del Galileo es su comunidad histórica, esta Iglesia nuestra que, por un lado, transparenta la luz del Maestro y, por otro, se enfanga en sus propias mezquindades. ¿Qué futuro le aguarda a esta gran comunidad de 1.300 millones de personas bautizadas “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”? ¿Tiene algún sentido creer en Jesús de Nazaret y seguir perteneciendo a esta “secta dañina” –como algunos la califican en el siglo XXI? Desde hace poco más de dos siglos se viene anunciando su desaparición inminente porque –para sus detractores– representa lo más avieso de la humanidad: un grupo de ignorantes, retrasados y reprimidos que no saben afrontar la vida desde la razón y se refugian en relatos mitológicos. Es incomprensible cómo ha podido resistir tanto tiempo (más de veinte siglos) un invento como éste.

Pues precisamente ayer se celebraron cuatro años de la elección del papa Francisco como líder espiritual de esta Iglesia tan denostada. Recuerdo bien la tarde lluviosa del 13 de marzo de 2013 en la plaza de san Pedro de Roma. Las reacciones de los medios de comunicación han sido, por lo general, muy positivas. Se habla de él como de un Papa revolucionario y de su pontificado como de una primavera. Pero, naturalmente, no faltan opiniones contrarias –que consideran que su famosa revolución es solo cosmética– y hasta descalificaciones ofensivas. Basta leer los comentarios de los lectores a algunos de los artículos reseñados. ¿Por qué la Iglesia sigue suscitando tanto rechazo en algunas personas? Muchos de sus críticos opinan que no ha aportado nada positivo a la humanidad: solo oscurantismo y prepotencia. Puedo entender reacciones de este tipo en personas que han tenido experiencias negativas en relación con ella y no han encontrado ayuda para superarlas, pero en muchos casos se pontifica a partir de estereotipos con escaso fundamento. Contemplando su milenaria historia, uno se da cuenta de que solo una institución guiada por el Espíritu Santo puede rehacerse una y otra vez y seguir viva. Si fuera un asunto meramente humano, hace mucho tiempo que hubiera desaparecido, víctima de sus incoherencias, intrigas y manipulaciones más que de los ataques externos. La corrupción interna es siempre el principal enemigo. Las persecuciones suelen ser una oportunidad de purificación y testimonio. Cada vez que la Iglesia es atacada o perseguida desde fuera, renace con más fuerza.

Pero incluso aquellos que no creen en la acción misteriosa del Espíritu Santo (verdadera alma de la Iglesia), que no aceptan la fuerza humanizadora de la Palabra y los sacramentos (sus auténticos tesoros), que consideran que no debe tener ningún papel en las tareas de promoción social, pueden reconocer que la Iglesia sigue haciendo, también hoy, dos aportes básicos a la humanidad: la oferta de sentido (en tiempos de confusión) y la preocupación por los últimos (en tiempos de desigualdades), como expresión de su fe en Jesús. La ciencia actual se rinde, en la mayor parte de los casos, al azar. No reconoce ninguna finalidad a cuanto existe. El capitalismo rampante arrincona a la población descartada. Hay una comunidad –una institución, si se quiere– que no renuncia a sus dos pasiones (Dios y los pobres) porque estas fueron las pasiones de Jesús, su Señor. Quizás esto es lo que, en el fondo, molesta, porque nos recuerda nuestros dos grandes vacíos contemporáneos: Dios es una hipótesis inútil para una cultura autosuficiente y los pobres estropean la visión individualista y hedonista de la vida. Fe y justicia son armónicos siempre contraculturales. 

Os dejo con un vídeo de unos diez minutos que, de manera sencilla, sin alardes digitales, nos ofrece un recorrido por la milenaria historia de nuestra comunidad. No le pidamos que consiga lo imposible. Es solo un imperfecto (y quizá un poco sesgado) acercamiento audiovisual, pero puede provocar nuestra reflexión y animarnos a conocer con más detalle la historia para entender mejor el presente. Al fin y al cabo, con todas nuestras limitaciones, somos el sacramento de Jesús en el mundo. La sombra del Galileo se alarga en los que hoy seguimos confesando su nombre



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