Hoy prometo no
escribir en politiqués
sino en recio castellano, que para eso he nacido en la tierra de El Cid
Campeador. Los lectores asiduos de este blog recordarán que hace meses escribí sobre Las
campanas de la iglesia de mi pueblo. Era un día de finales de primavera.
Mis palabras fueron provocadas por la
sugestiva foto de mi amigo Eladio Martín. Fue el sexto post más leído del año 2016. La foto era una vista de la espadaña
de la iglesia gótico renacentista, de los nidos de las cigüeñas, del reloj… y
de las campanas.
Ahora, en pleno invierno, una nueva foto de Eladio reabre el baúl
de los recuerdos. Se trata también de la iglesia
de Nuestra Señora del Pino, pero esta vez contemplada desde su parte
posterior. Si en la foto de primavera la iglesia se recortaba sobre un cielo
fosco y oscuro, en la de invierno tiene como trasfondo un cielo neblinoso y el
pinar apenas blanqueado por la nieve. Siguen los nidos, siguen las cigüeñas… y
siguen las campanas. Pero ahora es una iglesia con cuerpo, no solo con cabeza. La fachada mira a
poniente mientras el ábside está orientado al este porque apunta a Jerusalén, de donde viene la luz: ex Oriente lux. Tras las ventanas opacas
se adivina el majestuoso retablo de cinco calles con el camarín de la
Virgen del Pino en la parte superior de la calle central. El cofre de piedra alberga más tesoros de los que uno imagina desde el exterior.
Ni siquiera los recios muros de piedra pueden
interrumpir el sentido de una presencia. Afuera hace frío. La foto lo indica
sin necesidad de ningún termómetro testigo. Pero adentro se percibe siempre el
calor de una Madre que espera. Los visontinos lo sabemos. No vemos la iglesia como un museo sin alma, sino como una casa de familia. Y ya se sabe que quien más aglutina en casa es siempre la madre. La cigüeña solitaria, apostada en su nido, que
funge de puesto de guardia, parece estar custodiando este cofre de fe y
humanidad. El cielo grisáceo hace que la silueta de la torre destaque con toda
su osada corpulencia. Uno quisiera traspasar la piedra y permanecer absorto
mientras la niebla cae, las chimeneas despiden el humo de la leña y algunos
copos de nieve tiñen de blanco los tejados y las calles empedradas.
Otro fotógrafo y
poeta, Luis Alberto Almería, a quien no
tengo el gusto de conocer, me transporta a un escenario mágico, ligado también a
mis recuerdos juveniles: la Laguna Negra
de Urbión. La he rodeado a pie, me he bañado en sus aguas frías, he
acampado (cuando todavía estaba permitido) a su orilla, he patinado en sus
bordes congelados, la he contemplado muchas veces como quien se traslada a un
mundo imaginario, he escrito incluso algún poema ya olvidado… pero no recuerdo
nunca haberla visto en invierno desde la perspectiva fotografiada por Luis Alberto.
Pareciera que los farallones rocosos la asedian hasta reducirla a una pequeña
pista de patinaje. El contraste entre las rocas grises y la nieve nos prepara para
ver la laguna transformada. El color verdoso o negruzco del agua se
ha vuelto blanco, como si el circo glacial que la acoge
se hubiera convertido, por arte de magia, en un cuenco de leche. En invierno, la Laguna Negra tendría que llamarse Laguna Blanca. En realidad, en cada estación
del año la Laguna parece una realidad diferente. Tanto los colores del
entorno como los del agua se transforman jugando con una paleta polícroma. Aunque la
leyenda habla de un pozo sin fondo, parece que la profundidad máxima no supera
los diez metros. De todas las descripciones, la más difundida es, sin duda, la
del poeta Antonio Machado. En La tierra de Alvargonzález
(1912) la presenta así:
Llegaron los asesinoshasta la Laguna Negra,agua transparente y mudaque enorme muro de piedra,donde los buitres anidany el eco duerme, rodea;agua clara donde bebenlas águilas de la sierra,donde el jabalí del montey el ciervo y el corzo abrevan;agua pura y silenciosaque copia cosas eternas;agua impasible que guardaen su seno las estrellas.
¿Tengo o no tengo derecho a emocionarme? Por más que la vida me haya llevado a muchísimos lugares de este maravilloso mundo, hay rincones que están grabados en la memoria a fuego y pasión. De vez en cuando, afloran. Gracias, Eladio y Luis Alberto, por haberme emocionado un poco con vuestras fotografías enamoradas.
A nosotros nos ha emocionado tsmbién tu escrito.
ResponderEliminarPili visontina
Un eacrito maravilloso y con mucha emoción.
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