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miércoles, 15 de febrero de 2017

La paloma de la paz

Desde hace varios días estamos leyendo en la misa diaria los primeros capítulos del libro del Génesis. ¿Quién no recuerda la historia de la creación, de Adán y Eva, de la serpiente del jardín del Edén, de Caín y Abel, de Noé y el arca...? Desde niños nos hemos familiarizado con estas narraciones que han condicionado la historia de la humanidad, sobre todo en Occidente. La literatura, el arte, la filosofía y la teología las han explotado hasta la saciedad. No sé por qué este año, en la meditación diaria, me han parecido más verdaderas que nunca. Encuentro en ellas las grandes claves de interpretación para entender quiénes somos los seres humanos, por qué hay hombres y mujeres, cuál es nuestro puesto en el mundo, por qué existe el mal, qué sentido tiene la violencia, cómo se consigue la paz… y tantas otras cuestiones sobre las que seguimos debatiendo en nuestros días. Los relatos del Génesis son de una riqueza extraordinaria. Siento que no sepamos aprovecharla porque es la palabra que Dios nos regala para indicarnos el camino justo, la brújula en medio de un mar proceloso.

Lo que me produce tristeza es que para la mayoría de los cristianos –incluyendo muchas personas con un nivel de instrucción superior– son relatos de lo que realmente pasó al comienzo de la creación, como si fueran reportajes (lo cual es ingenuo) o meras historietas sin ninguna credibilidad (lo cual es superficial). ¿Cómo es posible que un científico que se apasiona con las teorías del big bang siga creyendo que los relatos bíblicos son respuestas científicas al origen del mundo? Eso significa desconocer por completo el sentido de los relatos mítico-simbólicos como suministradores de claves interpretativas y no como descripciones fácticas. ¡Cuántos problemas podríamos evitarnos en el famoso debate fe-ciencia si por parte de los biblistas y teólogos hubiera una mejor formación científica y por parte de los científicos se diera un mínimo de formación bíblico-teológica! Me he sorprendido más de una vez oyendo a algunos científicos decir que la Iglesia quiere vendernos el cuento de Eva y la manzana para oponerse a los avances científicos. Esto es pura ignorancia. No hay nada más peligroso que la ignorancia puesta al servicio de intereses viles.

En el fragmento del Génesis que se lee en la primera lectura de hoy se narran los dos famosos diluvios, pero formando un solo relato. Y, al final, como embajadora de los tiempos nuevos, aparece la famosa paloma con el ramito de olivo fresco en el pico. Esta paloma bíblica se ha convertido en el símbolo de la paz, hasta el punto de que es conocida como paloma de la paz. Muchos movimientos la usan como logo, sobre todo desde que Picasso la pintara después de la Segunda Guerra Mundial. Tras el diluvio, Dios promete no volver a destruir la tierra porque se ha dado cuenta de que “la tendencia del corazón humano es mala desde la juventud” (Gn 8,21). Resulta un poco descorazonador escuchar de labios de Dios una afirmación como ésta, pero los autores bíblicos quieren dar fe de un hecho que sigue siendo desconcertante: la tendencia del ser humano a hacer el mal desde que adquiere conciencia. Podemos hacer todos los planteamientos optimistas que se nos ocurran, podemos reconocer que en nosotros hay muchos gestos de bondad, podemos incluso afirmar que el mundo funciona mejor hoy que hace cien años… Nada de eso impide reconocer que en cada uno de nosotros existe esta tendencia desde la juventud. En el fondo, la paloma nos recuerda la permanente necesidad que todos tenemos de tomar conciencia de la maldad que anida en el corazón humano para no dejarnos dominar por ella, no proyectarla sobre los demás y, sobre todo, para abrirnos a la gracia de Dios, que es la única experiencia que puede liberarnos. 

1 comentario:

  1. Es cierto que la lectura del Génesis hace brotar interiormente muchas preguntas y que si tratamos de buscar respuestas corremos el riesgo de tratar de ser los intérpretes de las decisiones divinas. Ayer leyendo los relatos duros de Caín y Abel y la decisión de Eva de tener un hijo que no fuera como Caín, entras en la pregunta de por qué Dios no hizo al hombre a su imagen y semejanza en todo. Es decir, incluso en su bondad infinita y en su imposibilidad de cometer pecado.
    Y en esa labor de intérprete dices, es que Dios quiso que la libertad del hombre no estuviera predeterminada. De ese modo ya la Creación hubiera estado completa y Dios quiso que fuera el hombre en el uso de su libertad quien la fuera completando.
    Siempre te quedas a medio camino y lo peor es tratar de interpretar la voluntad divina. Finalmente tienes que renunciar y rezar para tener más Fe.




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