Litúrgicamente,
hoy, 14 de febrero, celebramos la fiesta de los santos
Cirilo y Metodio, declarados por san Juan Pablo II patronos de Europa
en 1980. Pero casi todo el mundo asocia esta fecha al recuerdo de san Valentín,
que –por arte del comercio– se ha convertido en patrono de los enamorados, a
pesar de que el amor
romántico puede arruinar la salud del más pintado. En Italia hay un
dicho bastante malicioso: “San Valentino,
la festa di ogni cretino” (permítaseme traducirlo con un poco de libertad buscando
la rima: “San Valentín, la fiesta de todo
tontín”). Así que para evitar conflictos, no voy a hablar ni de los dos santos hermanos –a los que admiro
por ser evangelizadores
de los eslavos– ni del día de los enamorados
–que me parece secuestrado por el comercio– sino del valor económico del
español y, de paso, de la importancia de las lenguas en nuestra comunicación diaria. Se calcula que hacia 2050 unos 750
millones de personas hablarán español con la rica variedad de acentos y expresiones que caracterizan a la lengua de Cervantes y Borges, de García Lorca y de García Márquez, de Lope de Vega y de Gabriela Mistral. Desde luego, bastantes menos que
chino, pero representa un número muy significativo.
No voy a hacer
una apología de mi lengua materna, porque no la necesita y porque tengo un gran
respeto por todas las lenguas con independencia del número de hablantes. Para cada
persona su lengua materna es su patria, el territorio en el que se siente en
casa. Tampoco me parece muy sensato discutir qué lengua es la más hermosa, la
más complicada, la más lógica o la más eufónica. ¡Ojalá todos pudiéramos hablar
la lengua del lugar en el que hemos nacido, del país o estado al que pertenecemos y, al mismo tiempo, entendernos en
una lengua universal! Hoy por hoy, hasta que el dominio chino se consolide, el
inglés es la lingua franca que
permite comunicarse en cualquier aeropuerto del mundo. Es la lengua del
comercio y de los medios de comunicación, del cine y de las relaciones
diplomáticas. Esto no quiere decir que sea mejor ni peor. Es –guste o no– el resultado
del predominio británico y norteamericano en los últimos 150 años. Yo reconozco
que el inglés me ha sido muy útil, pero este blog lo escribo en español porque me expreso mejor y conecto con
muchos lectores de España y Latinoamérica. Me alegro de que el español sea una lengua
hablada en más de 20 países y de que esto facilite los intercambios de todo
tipo, incluyendo los informáticos y económicos.
Siempre me han
aburrido las guerras lingüísticas o el uso ideológico de las lenguas. Y mucho
más la imposición autoritaria. Siempre he creído que las lenguas están para entendernos,
nunca para autoafirmarnos. Se trata de que unos y otros nos facilitemos al
máximo la comunicación. En mi vida misionera nunca he olvidado el sabio consejo
que me dio un viejo claretiano
fallecido hace poco: “Es preferible
que un misionero hable cuatro lenguas, aunque sea mal, antes que una sola,
aunque la domine muy bien”. Cuantas más lenguas habla uno, más respetuoso
se vuelve del rico patrimonio mundial, más ensancha su mente y su corazón… y
más ama su lengua materna, pero sin idolatrarla y sin imponerla a otros. La lengua siempre debería ser puente, nunca barrera. Las
cosas valiosas se defienden solas, no es necesario arrogarse el papel de guardaespaldas. Esto se puede aplicar a una lengua, un país, una ideología, una afición o una fe. No
hay nada más satánico que convertir un valor (del tipo que sea) en un arma arrojadiza para
atacar a los demás o en un escudo para defendernos de ellos. Aunque ya lo puse hace unos meses, creo que hoy nos viene bien este vídeo del colombiano Juan Andrés Ospina y su hermano para divertirnos un poco a propósito del español:
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