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martes, 28 de febrero de 2017

El valle desde la colina

Confieso que estoy enamorado de Italia, il bel paese. Hay dos regiones que me encantan de manera especial: Toscana y Umbría. Ayer, recién aterrizado después de las trece horas que duró el viaje de Hong Kong a Roma, me vine con mis compañeros del gobierno general al santuario del Amor Misericordioso de Collevalenza, en la región umbra, un hermoso lugar desde el que se domina uno de los muchos valles de esta región tan franciscana. El silencio es casi completo. Anoche, paseando por la inmensa plaza que se extiende frente al santuario, bajo un cielo estrellado, con tres grados de temperatura, pensaba que solo desde la altura se contempla bien un valle. Cuando uno está abajo, entretenido en los quehaceres de la vida cotidiana, no tiene la perspectiva de todo lo que está sucediendo, casi no sabe a qué patria pertenece, dónde se sitúa el espacio en el que vive. Necesita subir a la cumbre para tener una visión amplia, para situar cada cosa en su lugar, para dar sentido a los pequeños puntitos que conforman el espacio vital de cada uno. A veces uno puede llegar a convertirse en El Loco de la colina, pero es una locura llena de lucidez.

El valle de la vida está lleno de noticias que nos desconciertan. Ayer mismo se hizo público que el presidente Trump anuncia una fuerte subida en el presupuesto militar de los Estados Unidos porque “tenemos que empezar a ganar guerras”. En el viaje de Seúl a Hong Kong leí un interesante artículo de The New York Times en el que el autor vaticinaba un futuro desconcertante provocado por los populismos y fundamentalismos emergentes que no son sino la respuesta fácil, desesperada y potencialmente violenta a la insatisfacción producida por una sociedad que no ha sabido resolver los problemas de la gente. La democracia, tal como ha sido desarrollada en las últimas décadas, corre el riesgo de entrar en una etapa regresiva. Vladimir Putin sería, en el fondo, el icono de este nuevo modo de afrontar la política. En el valle suceden muchas más cosas. Cada uno tenemos nuestra propia óptica. Desde la ventana de nuestra casa vemos las cosas con mayor o menor perspectiva, pero siempre se trata de un horizonte recortado.

Por eso necesitamos subir de vez en cuando del valle a la colina. En esta colina en la que ahora me encuentro se hace un canto a Dios Misericordia. Quizá aquí esté la clave de todo. El papa Francisco la intuyó muy bien cuando convocó el Año de la Misericordia. Las tensiones entre los seres humanos son de tal calibre que no se resuelven con esta o aquella fórmula política o económica. No es cuestión de mera táctica. Se necesita una estrategia nueva, una forma diferente de entender al ser humano y su amplia red de relaciones: consigo mismo, con los demás, con el mundo, con el tiempo y con Dios. La misericordia expresa un amor que se hace cargo de la debilidad y que la redime mediante el perdón. No es un amor ingenuo, buenista, que ve todo de color de rosa. Es un amor acrisolado en la prueba del sufrimiento y la traición. Pero es un amor que no se cierra al futuro, que no se limita a aceptar las cosas como son sino que crea las condiciones para que sean de otra manera. Es, en definitiva, un amor que se transforma en esperanza y en coraje de vivir. A veces, cuando uno está enfrascado en sus negocios en el valle, no percibe esta verdad. Pero desde la colina, con el horizonte ilimitado de las estrellas, uno se deja seducir por esta verdad de tal manera que puede descender de nuevo al valle de la vida cotidiana con verdaderas razones para creer, amar y esperar. Algo de esto sentí anoche en esta colina de la Umbría italiana, ante la mole imponente de este santuario promovido por la Beata Esperanza de Jesús y construido por el arquitecto español Julio Lafuente en la década de los 60.

2 comentarios:

  1. Importante y trascendente reflexión. Es evidente que hemos fracasado una vez más. Ahora es la que creemos es la civilización más desarrollada de la historia y con valores que ponen al hombre por delante. A la persona como centro de decisiones. Pero parece que no lo hacemos demasiado bien o que estamos olvidando eso que los cristianos se supone que tenemos claro y como norte de nuestra exigencia de vida: la DIGNIDAD DEL SER HUMANO DE TODO SER HUMANO. Parece que se viene otra invasión que pretende limpiar tanto egoismo, consumismo y adoración del becerro dinero. Pero me temo que si no se hace buscando la transformación profunda del ser humano sino populismos, violencia etc. nacerá otra civilización pero sin los valores que consoliden un proyecto que vaya más allá.

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  2. Parece que la humanidad da un paso hacia delante y dos hacia atrás.
    Ahora toca ir hacia atrás para matarnos para sufrir. Somos seres limitados y demasiadas veces salvajes.
    Gracias por este escrito.
    Un abrazo.
    Joaquin Sarabia.

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