Me sorprende la
proliferación de páginas web que se
ensañan con el papa Francisco. Consideran que está conduciendo a la Iglesia por
un camino equivocado. Según su particular visión, llevaríamos ya casi cuatro años de brújula desnortada, con las perniciosas consecuencias que cabe imaginar. Reconozco que me producen tristeza los “supercatólicos” (los denomino así en línea con los superapóstoles de los que habla san Pablo en la segunda carta a los Corintios) que se sienten llamados a defender a la Iglesia de sus propios pastores a los que consideran en muchos casos mundanizados, heréticos y vendidos al
enemigo. Creo que todo nace de una excelente voluntad, pero de un horizonte doctrinal y cultural muy estrecho, cuando no superficial y fosilizado. Acabo de leer un artículo sobre la
unidad de los cristianos en el que el autor –seguramente un buen
sacerdote– se pregunta consternado: “¿Podría alguien
señalarme algún don espiritual y teológico que, en relación a la Iglesia
Católica, hay -tiene- la Reforma en sí misma, y que atesora en su seno? A mí no
se me alcanza”. La respuesta podría ser minuciosa, pero baste citar un párrafo del
decreto conciliar Unitatis redintegratio sobre el ecumenismo: “Aunque creamos que
las Iglesias y comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas
de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de
Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud
deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la
Iglesia” (n. 3). Da la impresión de que todo lo que no se ajusta al pensamiento
de estos “supercatólicos” viene siempre del diablo.
Imagino lo que habrán
pensado de la entrevista al papa Francisco publicada ayer por El País, un periódico de “extrema izquierda” como lo califica exageradamente la web Infovaticana.
En los próximos días irán apareciendo más comentarios. Es bueno que haya libertad de expresión. Al fin y al cabo, una entrevista no es una declaración dogmática. El Papa no habla ex cathedra sino que se sirve de un periódico para dar su opinión sobre diversos asuntos. Yo, por mi parte, de
entre las muchas cosas que el papa Francisco dice en la famosa entrevista, destaco
una frase: “Una Iglesia que no es cercana
no es Iglesia”. Quizá no es un titular llamativo ni polémico (como suele
ser del gusto de periodistas y críticos), pero responde a una concepción de la
Iglesia como sacramento de la cercanía de Jesús a la gente de hoy. El Papa lo expresa
así:
“Pero lo que a la Iglesia la identifica es la cercanía: ser hermanos cercanos. Porque Iglesia somos todos. Entonces, el problema que siempre hay que evitar en la Iglesia es que no haya cercanía. Ser cercanos todos. Cercanía es tocar, tocar en el prójimo la carne de Cristo. Es curioso, cuando Cristo nos dice el protocolo con el cual vamos a ser juzgados, que es el capítulo 25 de Mateo, es siempre tocar al prójimo: ‘Tuve hambre, estuve preso, estuve enfermo…’. Siempre la cercanía a la necesidad del prójimo. Que no es solo la beneficencia. Es mucho más”.
Cristo es la
cercanía de Dios al ser humano. Es el Emmanuel (Dios-con-nosotros). La Iglesia hace visible esta cercanía en las
diversas circunstancias de la vida. Eso significa que cuando los creyentes nos
alejamos, tomamos distancia de las personas, nos refugiamos en nuestros
cuarteles de invierno, estamos siendo infieles a nuestra misión. Es quizá uno
de los riesgos del mundo digital: sustituir la cercanía por la conectividad.
Parece lo mismo, pero no lo es. Estar conectado a través de internet no
significa estar cerca de las personas. Jesús toca a hombres y mujeres, se deja
tocar por ellos, los ve y los escucha. Todos los sentidos intervienen en el
encuentro. Hoy corremos el riesgo de hacernos invulnerables protegidos por una
pantalla de ordenador o unos auriculares de última generación. O –como en el
caso de los “supercatólicos”– por una dogmática impoluta pero fría como un cadáver,
que no promueve la comunión sino que se convierte en arma arrojadiza.
La cercanía
implica gestos concretos. El Papa lo expresa también con claridad:
“El cristianismo, o es concreto o no es cristianismo. Es curioso: la primera herejía de la Iglesia fue apenas muerto Cristo. La herejía de los gnósticos, que el apóstol Juan la condena. Y era la religiosidad de spray, de lo no concreto. Sí, yo, sí, la espiritualidad, la ley… pero todo spray. No, no. Cosas concretas. Y de lo concreto sacamos las consecuencias. Nosotros perdemos mucho el sentido de lo concreto”.
Los santos han sido
los especialistas de lo concreto, los encargado de traducir el Evangelio en los
gestos que lo hacen comprensible:
“Es curioso: la historia de la Iglesia no la llevaron adelante los teólogos, ni los curas, las monjas, los obispos… sí, en parte sí, pero los verdaderos protagonistas de la historia de la Iglesia son los santos. O sea, aquellos hombres y mujeres que se quemaron la vida para que el Evangelio fuera concreto. Y esos son los que nos han salvado: los santos. A veces pensamos en los santos como una monjita que mira para arriba y le dan vuelta los ojos. ¡Los santos son los concretos del Evangelio en la vida diaria! Y la teología que uno saca de la vida de un santo es muy grande. Evidentemente que los teólogos, los pastores, son necesarios. Y es parte de la Iglesia. Pero ir a eso: el Evangelio. ¿Y quiénes son los mejores portadores del Evangelio? Los santos”.
Cercanía y concreción
son dos rasgos imprescindibles para que la Iglesia resulte creíble. Las tentaciones de distancia y abstracción siguen
rondándonos de formas sutiles. Habrá que estar alerta.
Muy interesante!! Muchas gracias Gonzalo!!
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