Es domingo. Aquí en
Roma ha amanecido un día nublado. La temperatura es suave para esta época del
año. Tendría que comentar la entrevista en exclusiva que el periódico español El País ha realizado al papa Francisco, pero tal vez diga algo mañana. Hoy prefiero respetar el carácter del domingo. El evangelio de este III
Domingo del Tiempo Ordinario nos ofrece una catequesis sobre la llamada
de los cuatro primeros discípulos de Jesús. Se trata de dos parejas de
hermanos: Simón y Andrés; y Santiago y Juan. Los cuatro se dedican a la pesca
con red en el lago de Galilea. El contexto de la llamada es dinámico. Jesús
está caminando. Los llamados deben dejar todo (familia y trabajo) para ponerse
también en camino. Se les ofrece una nueva tarea: ser “pescadores de hombres”;
es decir, sacar a las personas de ese mar misterioso que es el mal del mundo, simbolizado por las aguas profundas del lago. El evangelista nos ahorra el proceso de discernimiento. Le interesa subrayar
que la respuesta fue rápida: “Inmediatamente
abandonan las redes, la barca y al padre, lo siguieron” (vv. 20.22).
Historias como ésta se han repetido muchas veces a lo largo de los siglos. En
los últimos días he sabido de Alberto
Núñez, un alto ejecutivo que, dejando un sueldo de más de 150.000 euros
anuales, se ha hecho jesuita. Y también he conocido la historia de Rocío
Ruiz, que ha ingresado en la vida religiosa superados los 40 años. Pero como ellos hay más hombres y mujeres.
Es evidente que
en Europa y América la vida religiosa está experimentando una drástica disminución
de sus efectivos. No así en África y Asia, donde las vocaciones siguen aumentando. Dentro de una semana volveré sobre el tema. Los mayores están muriendo. Son muy pocos los jóvenes que
optan por este singular estilo de vida. Y los pocos que lo hacen dan el paso
más tarde que antes. Rocío tiene una explicación para este fenómeno: “Estamos en un momento de vocaciones
tardías, pero es así para todo. Es tarde para la vida religiosa, pero también
para ser madre, para el matrimonio, para emprender proyectos...”. Quizás el
alargamiento de la vida, el retraso de los procesos de maduración y las
condiciones sociales están condicionando el perfil de los nuevos llamados. Por eso, tal
vez tengamos que desechar ya la expresión vocaciones “tardías” para hablar
simplemente de vocaciones “adultas”. En cualquier caso, nunca es tarde para escuchar la llamada y
seguirla, aunque el proceso formativo se complique un poco cuando uno tiene ya su vida hecha. ¿Tenemos la vida completamente hecha alguna vez? En realidad, siempre estamos en camino. Se trata de hombres y mujeres que, tras años de una vida afectiva y
laboral autónoma, sienten el cosquilleo
de Jesús y su Evangelio y deciden seguirlo.
Esto suena extraño y culturalmente herético. Si algo se valora hoy es
precisamente una vida afectiva y sexual intensa, una fuerte capacidad
adquisitiva (siempre que el trabajo lo permita) y el máximo de autonomía
personal. La vida religiosa se articula en torno a valores como la castidad, la
pobreza y la obediencia, que son rasgos esenciales del estilo de vida de Jesús.
A primera vista, parece que camina en dirección contraria a lo que el mundo considera imprescindible. Uno puede imaginar
la enorme tensión psicológica a que están sometidos quienes deciden seguir esta senda. Por una parte, se sienten impelidos por tres necesidades humanas básicas
(excepcionalmente subrayadas en nuestra sociedad): sexo, dinero y libertad; por otra, optan por tres ideales
que parecen negarlas: castidad, pobreza y obediencia. ¿Qué se puede derivar de aquí? Es fácil adivinarlo:
personas divididas y desquiciadas (en unos pocos casos, cuando el discernimiento
se ha hecho mal) o personas con una humanidad dilatada (cuando obedecen a una
vocación recibida y se ejercitan en sublimar sus pulsiones de acuerdo con sus
ideales).
Estoy convencido
de que la vida religiosa será minoritaria en los próximos años. Muchas de las
funciones que ha realizado en el pasado han sido asumidas por los cristianos laicos o por la sociedad (sobre todo, en el campo educativo, sanitario y asistencial). Pero
los pocos religiosos y religiosas que existan mostrarán que Dios es suficiente
para llenar la vida de un ser humano. Serán como centinelas del Absoluto en medio
de la noche. Nos recordarán a todos que la vida humana (el cuerpo, el afecto,
el sexo, el trabajo, la política, el arte…) es hermosísima pero relativa. Serán
como levadura en la masa, como una lámpara que se coloca encima de la mesa
para que alumbre a toda la casa. Estoy convencido de que Jesús seguirá llamando
a algunos hombres y mujeres a seguirlo. Y de que éstos dejarán “a su padre” (es
decir, sus vínculos afectivos) y “sus redes” (es decir, sus estudios o trabajos)
y lo seguirán con prontitud y alegría. Tendrán que aprender a amar no a una
sola persona en singular sino a todas las que se crucen en su camino. Tendrán
que dejar un trabajo profesional atractivo para dedicarse a hacer lo que hacía
Jesús: enseñar, predicar y curar enfermos (es decir, dedicarse al anuncio del
Reinado de Dios). Tendrán que renunciar a su proyecto para realizar la voluntad de Dios. Entonces sentirán en carne propia la verdad del salmo 15: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”.
Para los seguidores de Fernando Armellini, os dejo con el vídeo en el que explica con detalle el evangelio de este domingo.
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