El silencio de este lugar, el paisaje un poco amenazador y la temperatura suave provocan en mí reflexiones inquietantes. Os pongo algunas fotos de esta Casa de Retiros para que os hagáis una idea más precisa del escenario en el que me muevo y del efecto que produce en mí. La última foto corresponde a la casita donde vivo. Lejos, en el norte de esta América inmensa, los estadounidenses se preparan para despedir a Obama y saludar a Trump. Parece que no hay mucho entusiasmo, pero la gente lo votó. La policía turca busca al autor de la masacre de Estambul. En muchos lugares, incluyendo Perú, ha pasado ya el “efecto Navidad”. Se vuelve a la rutina diaria. En España queda todavía la última meta volante: la Epifanía. O, como se dice popularmente, los Reyes Magos. Los niños están ultimando sus cartas con peticiones variopintas. Me pregunto cómo late el corazón de cada uno de los que diariamente os acercáis a este blog, con qué preocupaciones y expectativas habéis comenzado el nuevo año.
Uno puede quedarse en la crónica diaria o intentar otear un horizonte más amplio para descubrir las tendencias de futuro. La crónica nos brinda sucesos más o menos atractivos o deleznables, carne de conversación y de tertulia. Hoy parecen cuestiones de vida o muerte; mañana se esfuman. Las tendencias, por el contrario, apuntan a cambios significativos que afectan a nuestro estilo de vida y que pueden modificar incluso nuestra comprensión del ser humano. A mí no me preocupa demasiado que decline la supremacía de los Estados Unidos y que el centro de gravedad se desplace al Pacífico. Me duele el fundamentalismo islamista, pero intuyo que es coyuntural. Soy consciente de muchas consecuencias negativas de la globalización, pero veo que es un fenómeno imparable. Percibo la crisis de la democracia, pero confío en que seremos capaces de encontrar mejores formas de organizar la vida pública. Me sigue quemando el problema del hambre y las desigualdades, pero, en conjunto, vamos dando algunos pasos en la justa dirección, aunque aparecen nuevas formas más sutiles de dominio y explotación.
Lo que de verdad me causa inquietud es el futuro de la raza humana en cuanto tal, la emergencia del transhumanismo de consecuencias imprevisibles. De esto no se suele hablar en las conversaciones entre amigos, ni siquiera en las tertulias radiofónicas o televisivas, pero sí en los debates científicos y filosóficos. Un reciente artículo de prensa –con el expresivo título de B(it) + Á(tomo) + N(eurona) + G(en)= ¡Bang!– aborda esta cuestión con tono divulgativo. En síntesis, “Bang es la conjunción de bits, átomos, neuronas y genes y representa el potencial de las llamadas tecnologías convergentes como la nanotecnología, la biotecnología, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) o las ciencias cognitivas, entre otras. Es difícil saber a dónde nos llevará esta aceleración o si se mantendrá en el tiempo. Hace tiempo que se debate cuándo la tecnología superará al ser humano y entraremos en la era de la Singularidad Tecnológica, otro big bang en ciernes”. La convergencia de tecnologías informáticas, atómicas, neurológicas y genéticas –agrupadas en la nanotecnología– puede crear un tipo de hombre que no sabemos si será el controlador de este inmenso desarrollo científico-tecnológico o, más bien, su producto e incluso su víctima. Raymond Kurzweil, ingeniero de Google, defiende una Ley de los Rendimientos Acelerados. Según esta ley, la constante aceleración de la potencia tecnológica y la integración de las diferentes ramas llevarán a un punto de ruptura en la historia de la humanidad en el que la inteligencia artificial superará a la humana. Kurzweil calcula que eso puede ocurrir en torno al año 2045.
Uno tiende a despreocuparse de estas cuestiones porque intuye que no le van a alcanzar de lleno, que pertenecen a un futuro lejano y, por tanto, inofensivo. Pero no es cierto. Ese futuro está ya aquí en buena medida. Estamos siendo sutilmente preparados, mediante etapas bien pensadas, para aceptar como normal la robotización de la vida humana y después… Ese después es una incógnita. ¿Podremos seguir hablando de ser humano en el sentido en que hablamos hoy? ¿Qué significado tendrán conceptos como conciencia, libertad y dignidad? ¿Seguirá teniendo algún sentido la “hipótesis Dios” en un mundo transhumano? ¿Qué criterios éticos deberían guiar este inquietante desarrollo, por otra parte fascinante? Creo que muchas preguntas me las ha provocado la contemplación de la montaña rocosa que parece precipitarse sobre el recinto en el que me encuentro (ver foto superior). El contraste entre la amenazante masa gris y el césped verde del jardín es solo una metáfora de mi estado de ánimo. En fin, mañana será otro día.
Uno puede quedarse en la crónica diaria o intentar otear un horizonte más amplio para descubrir las tendencias de futuro. La crónica nos brinda sucesos más o menos atractivos o deleznables, carne de conversación y de tertulia. Hoy parecen cuestiones de vida o muerte; mañana se esfuman. Las tendencias, por el contrario, apuntan a cambios significativos que afectan a nuestro estilo de vida y que pueden modificar incluso nuestra comprensión del ser humano. A mí no me preocupa demasiado que decline la supremacía de los Estados Unidos y que el centro de gravedad se desplace al Pacífico. Me duele el fundamentalismo islamista, pero intuyo que es coyuntural. Soy consciente de muchas consecuencias negativas de la globalización, pero veo que es un fenómeno imparable. Percibo la crisis de la democracia, pero confío en que seremos capaces de encontrar mejores formas de organizar la vida pública. Me sigue quemando el problema del hambre y las desigualdades, pero, en conjunto, vamos dando algunos pasos en la justa dirección, aunque aparecen nuevas formas más sutiles de dominio y explotación.
Lo que de verdad me causa inquietud es el futuro de la raza humana en cuanto tal, la emergencia del transhumanismo de consecuencias imprevisibles. De esto no se suele hablar en las conversaciones entre amigos, ni siquiera en las tertulias radiofónicas o televisivas, pero sí en los debates científicos y filosóficos. Un reciente artículo de prensa –con el expresivo título de B(it) + Á(tomo) + N(eurona) + G(en)= ¡Bang!– aborda esta cuestión con tono divulgativo. En síntesis, “Bang es la conjunción de bits, átomos, neuronas y genes y representa el potencial de las llamadas tecnologías convergentes como la nanotecnología, la biotecnología, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) o las ciencias cognitivas, entre otras. Es difícil saber a dónde nos llevará esta aceleración o si se mantendrá en el tiempo. Hace tiempo que se debate cuándo la tecnología superará al ser humano y entraremos en la era de la Singularidad Tecnológica, otro big bang en ciernes”. La convergencia de tecnologías informáticas, atómicas, neurológicas y genéticas –agrupadas en la nanotecnología– puede crear un tipo de hombre que no sabemos si será el controlador de este inmenso desarrollo científico-tecnológico o, más bien, su producto e incluso su víctima. Raymond Kurzweil, ingeniero de Google, defiende una Ley de los Rendimientos Acelerados. Según esta ley, la constante aceleración de la potencia tecnológica y la integración de las diferentes ramas llevarán a un punto de ruptura en la historia de la humanidad en el que la inteligencia artificial superará a la humana. Kurzweil calcula que eso puede ocurrir en torno al año 2045.
Uno tiende a despreocuparse de estas cuestiones porque intuye que no le van a alcanzar de lleno, que pertenecen a un futuro lejano y, por tanto, inofensivo. Pero no es cierto. Ese futuro está ya aquí en buena medida. Estamos siendo sutilmente preparados, mediante etapas bien pensadas, para aceptar como normal la robotización de la vida humana y después… Ese después es una incógnita. ¿Podremos seguir hablando de ser humano en el sentido en que hablamos hoy? ¿Qué significado tendrán conceptos como conciencia, libertad y dignidad? ¿Seguirá teniendo algún sentido la “hipótesis Dios” en un mundo transhumano? ¿Qué criterios éticos deberían guiar este inquietante desarrollo, por otra parte fascinante? Creo que muchas preguntas me las ha provocado la contemplación de la montaña rocosa que parece precipitarse sobre el recinto en el que me encuentro (ver foto superior). El contraste entre la amenazante masa gris y el césped verde del jardín es solo una metáfora de mi estado de ánimo. En fin, mañana será otro día.
Tremenda reflexion y preocupación por lo que les llegará o tocará vivir a las nuevas generaciones. A mí me angustia este mundo en el que parece claro que hay muchas cosas que hacemos mal porque si no fuera así, no habría tanta miseria, hambre, guerras, violencia y consumismo. Habrá que mantener la esperanza en la Providencia y en que no sean los nuevos sabios sin principios morales los que pasen a controlar el mundo. Esa montaña ya hace miles de millones de años fue con otras causante de un gran caos. FELIZ FUTURO LLENO DE OTRA MORAL es lo que pido a Dios.
ResponderEliminarYa veo que no andaba lejos de tus reflexiones y sentimientos
ResponderEliminarLlevo un tiempo mirando más la montaña amenazadora q el césped
A ti te veía más en el verde esperanza. Veo que tienes los mismos interrogantes inquietantes ante la evolución de la humanidad... ¿podemos hacer algo para no llegar a ése "mundo feliz"?.Abrazos
Cristina