Ayer domingo fue para mí un día de viaje. A las 9 de la mañana llegué al aeropuerto de Frankfurt,
la capital financiera de Alemania y sede del Banco
Central Europeo. Desayuné en la comunidad claretiana de esa ciudad, almorcé luego en la
comunidad de Würzburg (a unos 120 kilómetros de Frankfurt) y cené en la de
Weissenhorn, una
pequeña población bávara de unos 14.000 habitantes, a más de 200 kilómetros de Würzburg. Aquí pasaré un par de días
con el gobierno de la Provincia Claretiana de Alemania animando
un taller sobre trabajo en equipo y espiritualidad claretiana. Como estamos en
invierno, la temperatura exterior mínima es de varios grados bajo cero, pero
dentro las casas están bien acondicionadas. Disfruté contemplando el paisaje nevado bajo un cielo cubierto.
Hacía más de dos años que no
venía a Alemania, un país admirable en muchos aspectos y un poco temible también. Es claro que, junto con Francia, ha contribuido mucho a la creación de la Europa unida. Pero ahora se habla de que el eje
franco-alemán, hace años la locomotora de la Unión Europea, ha entrado
también en crisis. ¿Qué futuro le aguarda a la Unión Europea tras la salida del
Reino Unido (Brexit), la mala
integración de la Europa del Este, las graves consecuencias de la crisis financiera
del 2008 (sobre todo para los países del Sur) y la llegada masiva de refugiados e inmigrantes? ¿Qué papel juega Alemania en esta coyuntura?
Se suele decir
que los pioneros de la Unión Europea (sobre todo, Robert Schuman, Konrad Adenauer y Alcide De Gasperi),
además de buenos católicos, fueron unos grandes soñadores, supieron insuflar un
espíritu nuevo a una Europa postrada después de la Segunda Guerra Mundial. Los
líderes actuales (Angela Merkel, François Hollande, Mariano Rajoy, Paolo Gentiloni, etc.)
son, en el mejor de los casos, unos buenos gestores, pero sin carisma para liderar el nuevo momento del continente. Los planes y la burocracia
se han ido comiendo el sueño original. La mayoría de los ciudadanos y funcionarios actuales de la Unión Europea han vivido en tiempos de paz y prosperidad. No han tenido
que luchar por un sueño sino administrar un logro. Han sustituido los sueños
originales por programas burocratizados.
Si la situación no se revierte, Europa entrará en una nueva etapa crítica. Aunque no dudo del europeísmo de muchos líderes alemanes (comenzando por la canciller Angela Merkel), hay siempre en el espíritu alemán un deseo inconfesable de dominio que me produce preocupación. En el pasado reciente se manifestó de manera bélica, con las consecuencias ya sabidas: quizás las más terribles vividas por el género humano. En el presente reviste las formas del control financiero y comercial. Algunos llegaron a decir que el euro no es más que un marco disfrazado para facilitar las transacciones alemanas en el resto de Europa y de esta manera asegurar su dominio de los mercados y, en definitiva, su poder.
Si la situación no se revierte, Europa entrará en una nueva etapa crítica. Aunque no dudo del europeísmo de muchos líderes alemanes (comenzando por la canciller Angela Merkel), hay siempre en el espíritu alemán un deseo inconfesable de dominio que me produce preocupación. En el pasado reciente se manifestó de manera bélica, con las consecuencias ya sabidas: quizás las más terribles vividas por el género humano. En el presente reviste las formas del control financiero y comercial. Algunos llegaron a decir que el euro no es más que un marco disfrazado para facilitar las transacciones alemanas en el resto de Europa y de esta manera asegurar su dominio de los mercados y, en definitiva, su poder.
Escribo estas
cosas en un tranquilo rincón de la Baviera alemana, el mayor y más próspero
estado de esta república federal. Baviera –de la que procede el papa emérito
Benedicto XVI– es también una región de mayoría católica. Esto no me impide recordar que en este
año 2017 celebramos el quinto centenario del inicio de la Reforma
protestante. Si hay un país donde la división entre confesiones es
manifiesta, éste es Alemania. La verdad es que todas las confesiones –al igual
que la Unión Europea– se encuentran en
horas bajas, aunque hace pocos años el papa Benedicto XVI, que conoce
bien su país, expresó su confianza
en el futuro de la fe en Alemania. Como este continente nos ha deparado
ya muchas sorpresas a lo largo de su multisecular historia, ¿quién nos impide
creer que se producirá una nueva reacción?
No es improbable que las generaciones Erasmus –los miles de estudiantes que han participado desde hace 30 años en este programa europeo de movilidad estudiantil– contribuyan de una manera creativa a rehacer el sueño continental. Como es lógico, hoy se dan una serie de factores que lo diferencian del sueño de los años 50. Europa vive una fuerte crisis demográfica, el envejecimiento es colosal, los refugiados llaman a las puertas, las instituciones padecen un déficit democrático, las diversas almas europeas han entrado en juego, etc. ¿Habrá llegado el momento de que las nuevas generaciones escuchen aquella potente llamada que Juan Pablo II hizo en 1982 en Santiago de Compostela y se pongan en camino?
No es improbable que las generaciones Erasmus –los miles de estudiantes que han participado desde hace 30 años en este programa europeo de movilidad estudiantil– contribuyan de una manera creativa a rehacer el sueño continental. Como es lógico, hoy se dan una serie de factores que lo diferencian del sueño de los años 50. Europa vive una fuerte crisis demográfica, el envejecimiento es colosal, los refugiados llaman a las puertas, las instituciones padecen un déficit democrático, las diversas almas europeas han entrado en juego, etc. ¿Habrá llegado el momento de que las nuevas generaciones escuchen aquella potente llamada que Juan Pablo II hizo en 1982 en Santiago de Compostela y se pongan en camino?
Por esto, yo, Juan Pablo, hijo de la nación polaca que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: «lo puedo».
El tiempo nos dirá si Europa caminará en esta dirección propuesta por Juan Pablo II (que algunos tildan de retrógrada y fundamentalista) o enfilará otro camino inédito. Pero –miradas las cosas desde este rincón alemán– me parece urgente dotar de alma el proyecto europeo y no reducir nuestro continente a un mercado, un club de ancianos o una fortaleza. Tiene recursos humanos y materiales suficientes, historia y futuro, como para soñar otra cosa, como para contribuir con más decisión y creatividad al bien de una humanidad globalizada e interconectada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.