Pocos pasajes bíblicos
habrán recibido tantas interpretaciones como el que nos propone el evangelio de
este IV
Domingo del Tiempo Ordinario. No
me cuesta imaginar a Jesús recostado en la colina cercana al lago de Tiberíades
en la que la tradición sitúa la predicación de las bienaventuranzas. Hoy es un
lugar sugerente, recogido y encantador, visitado por miles de peregrinos. Estuve
allí hace menos de tres meses. Pero quizá cuando el evangelista Mateo
habla de un monte se está refiriendo –siguiendo
la tradición bíblica– al lugar desde el que Dios nos habla, por oposición a la llanura, que es el lugar donde los seres
humanos nos movemos. Desde ese monte físico o simbólico, Jesús nos propone “cómo
ser felices según Dios”. Pero, ¡ojo!, no nos está sugiriendo algunos trucos
como quienes nos prometen “ser
felices en 10 días” o nos ofrecen
“siete
claves científicamente probadas para ser felices”. Jesús nos revela cómo ve Dios las cosas. Es como si nos quitase
una venda de los ojos para que nos demos cuenta de qué caminos conducen a la felicidad
y de cuáles, aunque sean muy atrayentes, nos alejan de ella. En la versión de
Mateo que leemos hoy, los caminos que conducen a la felicidad son ocho, aunque
bien pudieran ser nueve.
Cuando yo era
niño, mi catequista de primera comunión me enseñó una fórmula nemotécnica para
recordar las ocho bienaventuranzas clásicas. Aunque han pasado muchos años, no
la he olvidado: po-man-llo-ham-mi-lim-pa-pa.
Es fácil descifrarla: po (los pobres),
man (los mansos), llo (los que lloran), ham (los hambrientos), mi (los misericordiosos), lim (los limpios de corazón), pa (los pacificadores), pa (los que padecen persecución por la
justicia). ¿Quién de nosotros no se encuentra –o puede encontrarse– en alguna
de estas situaciones vitales? La primera
es quizás la más llamativa porque –junto con la octava– comparte el verbo de la
segunda parte en indicativo (es) y
hace una referencia explícita al reino de
los cielos (que es un semitismo para referirse al reinado de Dios): “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque
de ellos es el reino de los cielos” (primera); “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de
ellos es el reino de los cielos” (octava). De la segunda a la séptima, todos los verbos están en futuro: “heredarán la tierra… serán consolados…
quedarán saciados… alcanzarán misericordia… verán a Dios… serán llamados hijos
de Dios”. Las interpretaciones son varias, pero cada vez me oriento más
hacia una comprensión escatológica (¡y perdón por el término!).
Un pobre es feliz
porque, en ausencia de alguien que se preocupe de él, Dios se pone siempre de
su parte, se convierte en su abogado defensor. Pero Mateo, a diferencia de
Lucas, añade la expresión “pobre de espíritu”, que ha hecho correr ríos
de tinta y no acaba de encontrar una interpretación consensuada entre los
estudiosos. Me parece que Jesús no desea que haya pobres de solemnidad ni está defendiendo
ningún ideal pauperista como los que cada cierto tiempo reaparecen en la historia.
De hecho, en la iglesia primitiva se reconoce que, cuando se comparten los
bienes, “no hay ya ningún pobre” (Hch
4,34). Jesús nos está diciendo que el Reino de Dios –y, por tanto, la felicidad
que conlleva– comienza en esta vida, cuando uno no retiene nada para sí, cuando es capaz de compartir lo que es y
lo que tiene. Creo que esto significa ser pobre “de espíritu”. Como este ideal se realiza muy fragmentariamente en
esta vida terrena (basta que abramos los ojos), solo seremos felices cuando, a
través de la muerte, no retengamos ya nada para nosotros mismos, nos
entreguemos plenamente a Dios, nos convirtamos en eucaristía para la vida del
mundo. La felicidad, pues, aunque comienza aquí en la medida en que nos damos,
es un don que solo será pleno al final del camino. Cualquier otra promesa –incluidas
las que hacen ciertas teologías y algunos sistemas políticos– me parece una
impostura porque en esta vida nadie puede darse plenamente. El egoísmo nos
acompañará hasta el final.
Os recomiendo
leer el comentario de Fernando
Armellini al evangelio porque comenta con detalle cada una de las
bienaventuranzas. Sus palabras nos ayudan a conectar el pregón de Jesús con lo
que estamos viviendo hoy. Y, si no tenéis muchas ganas de leer, siempre podéis
ver y escuchar el correspondiente vídeo.
Os puede gustar también el himno Bienaventurados los misericordiosos de la JMJ 2016:
Yo tengo 75 años, y esa regla mnemotécnica de las ocho bienaventuranzas clásicas me la enseñó, de muy niño yo, mi mamá. Con la cosa de que, a la última, ella le añadía una "d". ASÍ: po-man-llo-ham-mi-lim-pa-pad.
ResponderEliminarPuse la retahíla mnemotécnica en el busador de Google y me encontré este artículo. GRACIAS.
Atonio Gualda Jiménez (Granada).