No es normal
escribir un post a 4.000 metros de
altura, pero es lo mejor que se me ha ocurrido hacer para ocupar el tiempo
mientras espero mi vuelo para Cusco y Lima. Estoy en el aeropuerto
de El Alto, cerca de La Paz, la capital de Bolivia (o del Estado Plurinacional de Bolivia,
como se llama oficialmente el país). Hace frío. El cielo está muy cubierto. Mi
vuelo está demorado por problemas meteorológicos. Los pilotos no se atreven a
aterrizar o despegar en un aeropuerto tan complicado como el de Cusco si el
tiempo no es bueno. Navego por internet aprovechando que hay wifi abierta. Me entero de que se acerca
una ola de frío polar a la Península Ibérica. Hasta ahora España y Portugal se habían mantenido a salvo de los rigores térmicos que han asolado la mayor parte de los
países europeos, incluida mi añorada Italia, causando decenas de víctimas. Mi
estancia de una semana en Bolivia me ha permitido recordar muchas cosas vividas
hace 13 años y, sobre todo, encontrarme con misioneros que se están entregando
a la misión en cuerpo y alma.
Los domingos
suelo referirme al evangelio del día. Los comentarios extensos sobre las lecturas
se los dejo casi siempre a Fernando
Armellini o a los colegas de Ciudad
Redonda. Los lectores asiduos de este blog lo sabéis bien. Yo suelo escoger solo un punto que por alguna
razón me sorprende. Hoy me fijo en el dedo de Juan el Bautista que señala a
Jesús. El gesto del dedo va acompañado por una frase que ha sido incorporada a
la liturgia de la Eucaristía. Precede al momento de la comunión. Muchas
personas la recuerdan de memoria, aunque su significado es muy críptico: “Este es el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo”. En la frase del Bautista hay referencias misteriosas al
cordero pascual (Exodo) y al siervo de Dios que es llevado al matadero como un
cordero (Isaías). Pero quizá la más reveladora es la que aparece en el libro
del Génesis. El Bautista asocia también el cordero al sacrificio de Abrahán. Cuando,
camino del monte Moria, Isaac pregunta a su padre: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?”, Abrahán le responde: “Dios mismo proveerá el cordero” (Gen
22,7-8). Juan se limita a decir: el Cordero que Dios nos concede es Jesús, ahí
lo tenéis. Él, “como cordero llevado al matadero”, se va a sacrificar por todos
nosotros.
Por un momento me
meto en la piel de un joven de veinte años. ¿Qué piensa cuando escucha una
frase como ésta? Para empezar, si es un tipo urbano, a duras penas sabe qué es
un cordero. Probablemente no lo distinguiría de un cabrito. Lo que sigue
resulta todavía más oscuro: ¿Es que Dios tiene corderos en alguna finca
espacial? ¿Cuál es el pecado del mundo? ¿Puede el mundo en cuanto humanidad
cometer un pecado? La conclusión sería clara: ¡He aquí otra de esas frases
absurdas que los creyentes suelen repetir sin saber lo que dicen! ¡Si por lo
menos fuera poética o ingeniosa! No, no es fácil entender un Evangelio como el que la liturgia nos propone este II Domingo del Tiempo Ordinario.
Yo, que ya no
tengo veinte años y que he procurado explorar el significado profundo de estas
frases absurdas, me quedo
contemplando el dedo de Juan el Bautista. Es como si el profeta del desierto se
dirigiera a todos los buscadores de la historia y nos dijera: “Sí, es él, no
tengas miedo”. Él es quien ha vencido todo el mal del mundo (todo el pecado)
dejándose sacrificar por él como su víctima. A nadie se le ocurre vencer el mal
dejándose dominar por él. Nadie lo ha hecho y nadie lo hará jamás. Solo Jesús y
quienes han configurado su vida con la suya han escogido este camino
paradójico. Nos pasamos el día quejándonos de lo mal que va este mundo. Quienes
recelan del valor de la fe añaden un argumento que parece irrefutable: ¿De qué
ha servido el “sacrificio” de Cristo si las cosas siguen igual de mal que hace
2000 años? ¿No habremos sido víctimas de un espejismo? El mal parece un virus
alojado en el disco duro de nuestra conciencia. Nunca nos vamos a librar de él.
Quizá ni siquiera los más entusiastas de la ciencia albergan la esperanza de
que ésta, superadas todas las supersticiones, sea capaz de crear “un mundo feliz” (Aldous Huxley). Juan el Bautista no dice que Jesús va a crear de la noche a la mañana un mundo
perfecto, sino que con su vida entregada nos indica el único modo de vencer todo
mal: entregar la propia vida por amor. Hay personas que hacen de esta entrega su programa de vida. Son ellas las que
mantienen viva la esperanza. ¿Y nosotros?
Se te agradece Gonzalo que seas fiel al blog aprovechando espacios y tiempos. Gracias.
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