Hoy es uno de
esos días que tiene mil nombres. En España se celebra la Fiesta
Nacional. Guinea Ecuatorial conmemora su independencia, acaecida en 1968. En muchos lugares de América se festeja el Día de la
Raza. Tradicionalmente se asociaba esta fecha al Descubrimiento
de América por parte de los españoles. Más tarde se habló de encuentro;
luego de desencuentro. En tres países americanos (Argentina, Nicaragua y
Venezuela) se reivindica el Día
de la Resistencia Indígena. Por si fuera poco, la ONU recuerda el Día del Idioma Español.
En Estados Unidos hoy es el Columbus Day. En
algunas partes, es también el Día del locutor, de los granjeros, etc. O sea,
que estamos ante una de esas fechas que concitan la atención de medio mundo.
Para mí, por encima de todo, hoy, 12 de octubre, es la fiesta de la
Virgen del Pilar, aunque en Italia pasa sin pena ni gloria.
¿Por qué una imagen de treinta y seis centímetros y medio de altura suscita
tanta devoción? Porque, en su pequeñez material, evoca una maternidad grande de
la que todos estamos necesitados. La pequeña imagen que se yergue sobre el pilar
en la basílica de Zaragoza es un símbolo de ese pilar fuerte que precisamos para sostenernos en el camino de la vida. Estas cosas no se pueden explicar
fácilmente. Los argumentos se me antojan siempre un poco pueriles o, por lo
menos, insuficientes. Detrás de la devoción a la Virgen Madre late la cuestión
de la fe. Como todas las devociones, también ésta concentra muchos elementos
antropológicos y culturales, pero, al final, lo que cohesiona todo, lo que le
da un sentido es la fe en la presencia espiritual de la madre de Jesús en medio
del pueblo, su maternidad amorosa, su poder de intercesión. Hay un sexto
sentido que permite intuir este misterio tras los ropajes folclóricos y las
tradiciones más o menos exóticas. Por eso las gentes se vuelcan. Por eso la devoción resiste el paso del tiempo. Por eso ninguna corriente ideológica o ninguna moda puede liquidar un patrimonio enriquecido durante siglos de fe y entrega. Por eso muchos pueblos se sienten alegres. Por eso se reconocen como comunidad humana. No soy aragonés, pero vibro con la devoción de estas gentes.
Aprovecho para felicitar de corazón a todas mis amigas que llevan el nombre
de Pilar o María del Pilar.
Gracias Gonzalo. Un abrazo Pilar
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