7:40 de la mañana de
ayer domingo. Amanece un precioso día de otoño. Se nota más claridad que los
días anteriores a esa misma hora. No en vano hemos atrasado 60 minutos el reloj durante la noche. Ganamos
luz por la mañana y la perdemos por la tarde. Dicen que así se ahorra energía. Estoy
en la capilla con mi comunidad para la oración de la mañana. En esos instantes salmodiamos
el cántico de Daniel: “Criaturas todas
del Señor, bendecid al Señor”. Yo acompaño el canto con el órgano. De repente
noto que todo empieza a tambalearse. La sacudida me sube de la piernas a la
cabeza. La corona de luces que circunda el altar comienza una danza que durará
casi diez minutos. Nos miramos unos a otros con sorpresa y quizá con miedo, pero
seguimos cantando. Que no pare la alabanza. Todos sabemos que se trata de un terremoto. Los segundos se
nos hacen eternos. Acabada la oración, nos enteramos de que, en efecto, se
ha producido un terremoto de magnitud 6.5 en la escala de Richter. Se trata
de la sacudida más fuerte registrada en Italia desde el terremoto de Irpinia
en noviembre de 1980, que arrojó un balance de 2.914 muertos y 8.848 heridos. Yo
vine a Roma un año después como estudiante. En varias ocasiones visité la zona
de los terremotati y acompañé a algunas
personas en el pueblo de Sant’Eustachio, una fracción del municipio de Montoro, en la provincia de Avellino.
El de ayer ha sido
un terremoto que ha producido unos veinte heridos, pero, gracias a Dios, no ha
muerto nadie. El símbolo de la destrucción es la ruinosa catedral de Norcia
(Nursia), el pueblo natal de san Benito, patrono de Europa. Estuve allí el
pasado 7
de octubre. Se notaban las huellas del terremoto que asoló la zona el
mes de agosto, pero nunca imaginé que la catedral se derrumbaría tres semanas después. Algunas zonas de la ciudad estaban cercadas para evitar que los posibles derrumbes produjeran daños personales. La ciudad vive, sobre todo, del turismo y de la industria alimentaria. Ambas fuentes se habían visto muy resentidas. Imagino cómo estarán ahora. Daño sobre daño.
Es
difícil describir la sensación que se tiene cuando se produce un terremoto. La
viví en 2001 en Guatemala y en 2009 aquí, en Roma, cuando el terremoto
de L’Aquila. Uno tiene la impresión de que navega a bordo de una nave sin control. Mis amigos de Ciudad
de México o de Osaka están acostumbrados a estos temblores periódicos, pero yo
no, aunque desde que vivo en Italia no son infrecuentes. Todo se mueve sin que uno pueda hacer nada para frenar las sacudidas.
El terremoto de ayer
me trajo a la memoria una conocida obra del teólogo Paul Tillich, titulada The Shaking of the Foundations. Aprovechando el tirón del título,
yo mismo escribí hace pocos años un articulito titulado también La sacudida de los cimientos.
Un terremoto no es solo un hecho geológico imponente sino también un símbolo para describir lo que sucede cuando se hunden los cimientos de una civilización o, por lo menos, cuando experimentan una fuertes sacudidas. Creo que eso es lo que estamos viviendo hoy con respecto a la civilización occidental, muy marcada por las tradiciones judías, griegas, romanas, anglosajonas y eslavas, todas ellas iluminadas por el cristianismo. Lo que un terremoto muestra es que los edificios resisten no cuando presentan un aspecto superficial hermoso o cuando resultan muy funcionales, sino cuando están bien cimentados y tienen una fuerte estructura antisísmica. Creo que para afrontar el terremoto que afecta a nuestra civilización necesitamos esto mismo: sólidos fundamentos y una fuerte y flexible estructura mental y afectiva que permita absorber las sacudidas sin llegar al derrumbe.
Un terremoto no es solo un hecho geológico imponente sino también un símbolo para describir lo que sucede cuando se hunden los cimientos de una civilización o, por lo menos, cuando experimentan una fuertes sacudidas. Creo que eso es lo que estamos viviendo hoy con respecto a la civilización occidental, muy marcada por las tradiciones judías, griegas, romanas, anglosajonas y eslavas, todas ellas iluminadas por el cristianismo. Lo que un terremoto muestra es que los edificios resisten no cuando presentan un aspecto superficial hermoso o cuando resultan muy funcionales, sino cuando están bien cimentados y tienen una fuerte estructura antisísmica. Creo que para afrontar el terremoto que afecta a nuestra civilización necesitamos esto mismo: sólidos fundamentos y una fuerte y flexible estructura mental y afectiva que permita absorber las sacudidas sin llegar al derrumbe.
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