Ya estoy de nuevo
en Roma, listo para disfrutar de este primer domingo del otoño. Atrás quedan
las semanas transcurridas en Sri Lanka y el viaje de regreso con escala en
Dubai. Salí de Roma con los últimos calores del estío y la encuentro ahora con
la suave temperatura que anuncia la hermosa ottobrata
romana. Los estudiantes universitarios se preparan para comenzar un nuevo
curso. En el evangelio de este XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Jesús cuenta una parábola que suele ser
conocida como la del “rico Epulón y el pobre Lázaro”. En realidad, este título
es engañoso porque en ningún momento se menciona el nombre del que “se vestía de púrpura y de lino y
banqueteaba espléndidamente cada día”. Jesús habla simplemente de “un hombre rico” mientras que en el caso
del pobre, el evangelista Lucas es explícito: “un mendigo llamado Lázaro”. Sin ir más allá, encuentro en esta
parábola provocativa un primer mensaje: quien pone su confianza en las riquezas
ignorando a los pobres acaba perdiendo su identidad, pierde su nombre, no sabe quién
es ni para qué vive. Se convierte, sin más, en un pobre “hombre rico”. Es difícil entender esta paradoja, pero algunos
ricos inteligentes la han percibido y, antes de que fuera demasiado tarde, reaccionaron.
La historia está llena de hermosos ejemplos.
Sin embargo, el
vértice de la parábola se encuentra al final, cuando Jesús pone en labios de
Abrahán una sentencia demoledora: “Si no
escuchan a Moisés y los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. Siempre
me ha sorprendido la facilidad con que muchas personas andan detrás de
revelaciones, apariciones, curaciones, sucesos milagrosos, etc. Es como si
esperaran de ellos ese plus de iluminación
que no encuentran en las mediaciones ordinarias
que Jesús ha dejado a su comunidad para guiarla a través del tiempo: la Palabra
de Dios, los sacramentos, los pobres, etc. Jesús es muy claro en su mensaje. Si
no escuchamos la voz que él nos dirige, si no cambiamos nuestra vida movidos
por el Espíritu, no lo vamos a hacer porque escuchemos a un charlatán de
discurso encendido, a una visionaria que habla con la Virgen todos los días o a
un curandero que promete remedios contra el cáncer a cambio de “la voluntad”. En
el fondo, la parábola es un reto: o aceptamos a Jesús o lo rechazamos, o nos
fiamos de él o buscamos apoyo en las riquezas y en otras realidades humanas “al
alcance de la mano”.
Como cada domingo,
Fernando Armellini nos ayuda a explorar otros rincones de este sugerente
evangelio.
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