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martes, 20 de septiembre de 2016

¿Hay alguien ahí?

La diferencia horaria con Europa central es de tres horas y media. Eso me permite leer los periódicos del día antes de que mis amigos europeos se hayan despertado. Hoy he encontrado una entrevista que habla sobre la soledad de muchas personas en esta sociedad hiperconectada. Maria Rosa Buxarrais, presidenta del Teléfono de la Esperanza, declara, en una entrevista de La Vanguardia, que hay mucha gente que no tiene con quien hablar. Los voluntarios del Teléfono de la Esperanza practican la escucha activa; es decir, la capacidad de “hacer sentir al que está llamando que estás escuchándole con suma atención y todo el interés, que le escuchas amorosamente, sin condenarle, sin juzgarle, con cariño y comprensión”. 

Esta entrevista ha destapado el problema de la soledad en la que viven muchas personas, incluidos muchos jóvenes. Es como si todo el mundo huyera en el momento en el que uno necesitaría algo tan sencillo como ser escuchado. En mi trabajo como misionero dedico mucho tiempo a escuchar a las personas. La tentación es pensar que la escucha es una pérdida de tiempo, que hay otras cosas más urgentes que hacer. Sin embargo, solo quien sabe escuchar comprende cuáles son las verdaderas necesidades humanas. Hay déficit de escucha entre los cónyuges, en las familias, en los ambientes laborales, en las comunidades religiosas. A veces, incluso, entre amigos, lo cual no deja de ser una contradicción porque la amistad se basa en la comunicación recíproca de la propia intimidad.

Para escuchar bien se requieren, al menos, tres actitudes que no son muy comunes. En primer lugar, la aceptación incondicional de la otra persona. Hay un principio en la psicología no directiva que se ha convertido en una especie de mantra: “Toda persona es humanamente aceptable aunque no sea éticamente irreprochable”. Esto significa que cuando una persona me habla yo no la juzgo por lo que ha hecho sino que la acepto por lo que es. Acostumbrados a emitir juicios sobre las personas, resulta muy difícil practicar esta aceptación, pero es lo que hace Jesús cuando se encuentra con los que en su tiempo eran considerados pecadores: desde el publicando Leví hasta la mujer adúltera.

La segunda actitud es la autenticidad. Uno no puede esconder lo que es tras la máscara del rol que desempeña. Todos tendemos a ocultarnos detrás del personaje que representamos para proteger la intimidad de nuestra persona. Quizá algo de esto es inevitable en la vida social, pero no funciona en la escucha. Allí nos desnudamos de los roles y somos lo que somos, con nuestras zonas luminosas y oscuras. No jugamos a ser otra persona sino que nos mostramos como somos. Por último, el arte de la escucha exige una gran capacidad de empatía; es decir, de ponerse en el lugar de la otra persona para ver las cosas como ella as ve, para comprender sus claves.

Muchos de los desequilibrios que hoy padecemos se deben al hecho de que no somos escuchados, de que no tenemos la posibilidad de abrir de par en par nuestra alma y sentir que alguien recoge nuestra intimidad sin emitir ningún juicio moral, sin cortarnos con discursos explicativos, sin sentir pena de nosotros. Escuchar de par en par ayuda a ventilar las sombras de nuestro corazón, a encontrarnos con nosotros mismos, a ser reconocidos en nuestra identidad. ¿Hal alguien ahí?

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