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martes, 26 de julio de 2016

Viajar nos ayuda a conocernos

Son las 7 de la mañana. Estoy en la sala F54 del aeropuerto Charles de Gaulle de París. Acabo de llegar de Kinshasa, después de un viaje tranquilo de más de siete horas. Mi vuelo para Roma está previsto para las 9,45. Dispongo de tiempo para escribir la entrada de hoy. El aeropuerto es un hormiguero de gente. Estamos a finales de julio, tiempo de vacaciones en Europa, así que muchas personas aprovechan para viajar. Si algo he aprendido en los muchísimos viajes que he hecho a lo largo de mi vida es que cuando uno afronta situaciones nuevas conoce aspectos de sí mismo que a menudo ignora. Cuando nos movemos siempre en los mismos espacios, con los mismos horarios y con la misma gente, tendemos a repetir patrones de conducta. Nos sentimos cómodos porque, más o menos, sabemos cómo vamos a reaccionar. En la vida cotidiana suele haber pocas sorpresas. Todo es demasiado previsible. La gente que vive a nuestro lado ya sabe qué palabra vamos a pronunciar cuando se habla de algunos temas, qué rutinas vamos a poner en marcha, etc. Todo esto nos proporciona una confortable placidez, pero no nos ayuda mucho a crecer. 

Cuando viajamos nos sentimos un poco descolocados. Salimos de nuestra “zona de confort” y ensanchamos nuestra “zona de aprendizaje”, pero eso implica casi siempre atravesar la “zona de pánico”. Si nunca hemos tenido problemas con la autoridad no sabemos cómo vamos a reaccionar cuando un policía nos detiene en el aeropuerto y pone a prueba nuestra paciencia. No nos sentimos igual hablando siempre la propia lengua que cuando tenemos que expresarnos en otra. Uno tiene que asumir sus limitaciones expresivas. Dormir siempre en la misma cama no es lo mismo que cambiar de cama cada dos o tres días, descubrir dónde demonios está el interruptor de la luz (casi siempre en lugares inverosímiles), cómo funciona la ducha (en el caso de que funcione) o averiguar qué reacciones va a producir al estómago una ingesta de mañoca o de pescado refrito. Las nuevas situaciones nos ayudan a explorar nuestra agresividad latente, nuestros miedos e inseguridades, nuestras manías, nuestras actitudes racistas o xenófobas, nuestros prejuicios culturales, etc. Muchas veces nos consideramos abiertos y maduros, pero en realidad no lo sabemos porque no hemos puesto a prueba en circunstancias adversas nuestras verdaderas convicciones y actitudes.

Las nuevas situaciones constituyen también una oportunidad para sacar de nuestra bodega los mejores vinos. Aprendemos a relacionarnos con las personas de tú a tú, comprobamos nuestra resistencia ante las situaciones adversas, encontramos soluciones creativas a problemas inesperados, nos abrimos a la colaboración con otros, ensanchamos nuestro sentido del humor y, en general, nos hacemos más tolerantes y abiertos. Algo de todo esto he podido practicar en las semanas transcurridas en Gabón y Congo. Veremos si cuando llegue a casa me ha servido de algo.

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