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lunes, 25 de julio de 2016

Te he hecho a ti

He estado sin conexión todo el fin de semana. Me corrijo. He estado desconectado de internet (por eso no pude colgar la entrada de ayer domingo), pero conectado –¡y cómo!– a la realidad sufriente del Congo.  El sábado 23 y el domingo 24 estuvieron repletos de visitas, encuentros y conversaciones. Me acosté agotado física y espiritualmente. De todo lo vivido destaco las visitas a la Pédiatrie de Kimbondo y al orfanato Don de Marie de las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa de Calcuta. La Pediatría está dirigida por el claretiano chileno Hugo Ríos, acompañado por el claretiano congoleño Víctor Misangamani. El centro funciona con el trabajo de un buen número de empleados y voluntarios de diversas partes del mundo. Su objetivo es atender a los niños con problemas de salud, malnutrición y exclusión. Pero donde el centro muestra su alma es en la recogida de los niños abandonados por la calle o los bosques. Uno de ellos, recién nacido, sobrevivió casi una semana abandonado. Ahora se recupera en el centro. Lo llaman el “niño milagro”. Otro –llamado Francesco– tiene poco más de un año. Padece una grave hidrocefalia. Su cabeza tiene el tamaño de un balón de fútbol. Jamás había visto algo semejante. No hay operación posible. Morirá dentro de poco.  El sábado estaba siendo alimentado en su camita por una voluntaria chilena que no perdía la sonrisa. Las historias son interminables.

En el orfanato Don de Marie vi también ejemplos que me llegaron al alma. Hay niños infectados de SIDA, recogidos en las calles de Kinshasa, con problemas psíquicos, etc. En medio de todo, la religiosa de Bangladesh que nos acompañaba, no dejó de sonreír en ningún momento. Ella y sus siete compañeras de comunidad tocan y huelen a diario el sufrimiento humano. Tendrían que estar destrozadas, destilar amargura y, sin embargo, sonríen, se mueven con delicadeza, representan la ternura de Dios hacia sus hijos más débiles.

Tanto el sábado como el domingo me fui a la cama derrotado por sentimientos de rabia, tristeza, ternura y compasión. Adopté el papel de Abrahán y me puse a regatear con Dios, tal como se nos describe en la primera lectura de ayer domingo. Abrahán se comportó como un verdadero beduino: quería conseguir de Dios un precio rebajado. Yo me comporté, más bien, como un creyente confundido. Se me hace muy duro entender cómo una madre puede abandonar a su hijo recién nacido en la calle, por qué un niño nace con graves malformaciones o por qué hay desaprensivos que dejan embarazadas a niñas de doce o trece años y luego desaparecen. No tenía ganas ni de rezar. 

Me acordé de la historia de aquel monje que salió un día de su monasterio y vio por la calle a una niña mendigando. Cuando regresó a su retiro monástico increpó a Dios: “¿Qué haces tú para remediar esto?”. Silencio absoluto. Dios no sabe/no contesta. Al día siguiente se repite la misma escena. Y así varios días seguidos. Al final de la semana, el monje, en la cumbre de su irritación, se dirige a Dios: “Tú, que te presentas como el Todopoderoso, ¿qué haces tú para responder a las necesidades de esta pobre niña?”. Unos instantes de silencio y luego una voz serena pero contundente: “Te he hecho a ti”. No comment.

Las religiosas de Madre Teresa, mis hermanos claretianos Hugo y Víctor, tantos trabajadores y voluntarios de la Pediatría de Kimbondo y del orfanato Don de Marie han entendido perfectamente la respuesta. No pierden el tiempo en disquisiciones inútiles, no se abandonan a sentimientos de rabia o derrota, no culpan a Dios. Simplemente se ponen manos a la obra. Saben que la única respuesta al mal –a todo mal– es el amor. Procuran traducir este amor en las obras que mejor lo expresan: alimentar a los niños malnutridos, curar a los enfermos, operar a los que lo necesitan, escolarizar a los que pueden aprender algo, enterrar con dignidad a los que mueren y, sobre todo, regalar una infinita ternura. 

Los niños abandonados necesitan tocar y ser tocados. Me impresionó cómo se acercaban a mí y me agarraban con fuerza como si quisieran retenerme con ellos. Hablé brevemente con un grupo de jóvenes voluntarios italianos. Estaban pasando un mes aquí. Todos me dijeron que estaban contentísimos, que esto no tiene precio. Hay algunos voluntarios que se entregan por un fuerte sentido de humanidad. Los admiro. La mayoría tiene fuertes motivaciones religiosas. Las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa dedican dos horas diarias (una por la mañana y otra por la tarde) a la adoración silenciosa. Es su secreto. Por eso resisten. Por eso se dan. No tengo más que añadir.

2 comentarios:

  1. Qué duro y qué enternecedor!!! Cómo es posible que ambos sentimientos y tus expresiones sean compatibles y se complementen?? Y esa respuesta de Dios "te he hecho a ti" es tan interpeladora!! Obliga tanto!!! Le pido a Dios ser capaz de pensarlo a menudo y que tenga consecuencias. Un abrazo

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  2. Gonzalo gracias por compartir estas situaciones con total sinceridad, entiendo tus inquietudes y te agradezco que confieses que no tenías ni ganas de rezar. Hoy tu artículo me ha tocado en profundidad.
    Tampoco yo, que soy madre, puedo entender que una mujer que ha gestado una vida la abandone, pero ten por cierto que esta mujer, nunca más va a ser feliz. Una vida que has llevado dentro de ti no se puede olvidar, no se pueden cortar, así como si, los lazos que se han creado entre madre e hijo.
    Una madre que puede abandonar al hijo, sea por la causa que sea, es una mujer desesperada total, que vive totalmente en la oscuridad y no encuentra ni pizca de luz en su vida. Las causas pueden ser tantas!!!
    Tampoco puedo entender todo lo demás que nombras.
    Gracias por hacer hincapie en la oración cuando hablas de donde sacan las fuerzas las Misioneras.
    Gracias por este "te he echo a ti".
    Un abrazo

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