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lunes, 4 de julio de 2016

Ser persona con 30 grados

Con 30 grados de temperatura y 79% de humedad muchos son excelentes seres humanos; yo, sin embargo, comienzo a dudar de la especie a la que pertenezco. Me fui de Roma antes de que acabara la primavera. He vuelto con el verano pisando fuerte.  Yo, que soy un hombre “venido del frío”, llevo muy mal los calores estivales, los ataques inmisericordes de los mosquitos y las bocanadas de aire acondicionado. Así que no tengo más remedio que echar mano de la casi infinita capacidad del ser humano para adaptarse a los ecosistemas más diversos. Por las mañanas trabajo en mi despacho, que da al oeste y, por tanto, se libra del sol matutino. Por las tardes prefiero mi habitación, que da al este. Con este juego voy sorteando como puedo la canícula romana. A los que viven en países cálidos esto les sonará a broma, acostumbrados como están a un calor húmedo constante, pero les aseguro que l'estate romana es otra historia. Aquí solo viven los gatos y los turistas que no pueden permitirse venir en otros meses. 

Imagino que con el inicio de julio algunos han comenzado ya el período vacacional. Las agencias de viajes y los tour operadores hacen todo tipo de propuestas.  Se habla de que este año se van a batir récords en el número de turistas que visiten España, Italia, etc. Hay miedo a los posibles ataques terroristas, pero no hay que dejarse amedrentar. En Italia lloramos el atentado de ayer en Bagdad y, de una manera más cercana, el que afectó a algunos italianos en Dacca

Yo tendré que esperar al mes de agosto para tomarme unos días de descanso. Mientras, me las apañaré para sobrevivir en esta Roma veraniega. Ayer me di un largo paseo por las márgenes del Tíber, protegido por la sombra de los enormes plátanos de Indias. Algo alivia, pero no es suficiente.

Vivir sujeto al cambio de las estaciones tiene su encanto, aunque siempre pagamos un peaje. Desde luego prefiero esta variedad al clima más o menos constante de los países tropicales. En la primavera entendemos mejor qué significa pasar de la muerte a la vida. Toda primavera es un anticipo de la resurrección final. En el otoño aprendemos a vivir nuestra madurez y senectud. Recogemos muchos frutos de lo sembrado en otras etapas de la vida, pero también experimentamos pérdidas y achaques. El invierno nos confronta con el final, nos obliga a vivir de la esperanza. ¿Y el verano? Es la estación favorita de muchas personas porque representa la luz, el calor, la fiesta, la playa, el descanso.  Son armónicos imprescindibles en la melodía de nuestra vida, pero no son mis favoritos. El verano representa para mí un pequeño martirio, a menos que me coincida fuera de Roma, en algún lugar fresco y tranquilo. Aunque parezca una frase exagerada, me cuesta ser persona con más de 30 grados. Por encima de esta temperatura, dejo de pensar. Tendría que existir un mandamiento que nos librase de los demás cuando el termómetro superase los 30 grados. 

Aprovecho para felicitar a mis amigos de Estados Unidos en la fiesta de su Independencia, el famoso Independence Day. 

Como las previsiones para la semana entrante apuntan a los 35 grados en Roma, le pido prestada a Antonio Vivaldi -il prete rosso- su composición Verano (de las Cuatro Estaciones) por si me ayuda a sobrellevar esta dura prueba.


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