Con 30 grados de
temperatura y 79% de humedad muchos son excelentes seres humanos; yo, sin embargo, comienzo a
dudar de la especie a la que pertenezco. Me fui de Roma antes de que acabara la primavera. He vuelto con el
verano pisando fuerte. Yo, que soy un
hombre “venido del frío”, llevo muy mal los calores estivales, los ataques inmisericordes
de los mosquitos y las bocanadas de aire acondicionado. Así que no tengo más
remedio que echar mano de la casi infinita capacidad del ser humano para adaptarse
a los ecosistemas más diversos. Por las mañanas trabajo en mi despacho, que da
al oeste y, por tanto, se libra del sol matutino. Por las tardes prefiero mi
habitación, que da al este. Con este juego voy sorteando como puedo la canícula
romana. A los que viven en países cálidos esto les sonará a broma, acostumbrados como están a un calor húmedo constante, pero les aseguro que l'estate romana es otra historia. Aquí solo viven los gatos y los turistas que no pueden permitirse venir en otros meses.
Imagino que con el inicio de julio algunos han comenzado ya el período
vacacional. Las agencias de viajes y los tour operadores hacen todo tipo de propuestas. Se habla de que este año se van a batir récords en el número de turistas que visiten España, Italia, etc. Hay miedo a los posibles ataques terroristas, pero no hay que dejarse amedrentar. En Italia lloramos el atentado de ayer en Bagdad y, de una manera más cercana, el que afectó a algunos italianos en Dacca.
Yo tendré que esperar al mes de agosto para tomarme unos días de descanso. Mientras, me las apañaré para sobrevivir en esta Roma veraniega. Ayer me di un largo paseo por las márgenes del Tíber, protegido por la sombra de los enormes plátanos de Indias. Algo alivia, pero no es suficiente.
Yo tendré que esperar al mes de agosto para tomarme unos días de descanso. Mientras, me las apañaré para sobrevivir en esta Roma veraniega. Ayer me di un largo paseo por las márgenes del Tíber, protegido por la sombra de los enormes plátanos de Indias. Algo alivia, pero no es suficiente.
Vivir sujeto al
cambio de las estaciones tiene su encanto, aunque siempre pagamos un peaje. Desde
luego prefiero esta variedad al clima más o menos constante de los países
tropicales. En la primavera entendemos mejor qué significa pasar de la muerte a
la vida. Toda primavera es un anticipo de la resurrección final. En el otoño
aprendemos a vivir nuestra madurez y senectud. Recogemos muchos frutos de lo
sembrado en otras etapas de la vida, pero también experimentamos pérdidas y
achaques. El invierno nos confronta con el final, nos obliga a vivir de la esperanza.
¿Y el verano? Es la estación favorita de muchas personas porque representa la
luz, el calor, la fiesta, la playa, el descanso. Son armónicos imprescindibles en la melodía
de nuestra vida, pero no son mis favoritos. El verano representa para mí un
pequeño martirio, a menos que me coincida fuera de Roma, en algún lugar fresco
y tranquilo. Aunque parezca una frase exagerada, me cuesta ser persona con más
de 30 grados. Por encima de esta temperatura, dejo de pensar. Tendría que existir
un mandamiento que nos librase de los demás cuando el termómetro superase los 30
grados.
Aprovecho para felicitar a mis amigos de Estados Unidos en la fiesta de su Independencia, el famoso Independence Day.
Como las previsiones para la semana entrante apuntan a los 35 grados en
Roma, le pido prestada a Antonio Vivaldi -il prete rosso- su composición Verano (de las Cuatro Estaciones) por si me ayuda a sobrellevar
esta dura prueba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.