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martes, 5 de julio de 2016

¿Acumulación o asimilación?

Una de las enfermedades de moda es la obesidad. En El mono obeso, José Enrique Campillo Álvarez la incluye entre las enfermedades de la opulencia junto con la diabetes, la hipertensión, la dislipemia y la arterioesclerosis. Comemos mucho y mal. Nuestro sistema metabólico no es capaz de transformar en energía todo lo que ingerimos. Asimilamos poco y acumulamos mucho. Poco a poco, nuestro cuerpo se va intoxicando y deformando. Es verdad que, a veces, existen otros factores (genéticos y ambientales) que alteran la armonía y contra los cuales es difícil luchar, pero, en general, los hábitos saludables en la alimentación, acompañados por el ejercicio físico, nos ayudan a "estar en forma".

Quizá todo esto se comprende mejor cuando comparamos el famoso David de Miguel Ángel con alguna de sus deformaciones fotográficas. La escultura original es una pieza soberbia de mármol blanco que mide algo más de 5 metros de altura. Miguel Ángel la realizó entre 1501 y 1504. En la actualidad se encuentra expuesta en la Galería de la Academia de Florencia, pero hasta 1873 estuvo ubicada en la plaza de la Señoría de la capital toscana. Ahora, en ese mismo lugar, existe una copia también de mármol. Es probable que algunos de los lectores del blog hayáis podido contemplar la obra en vivo. El impacto suele ser extraordinario. Es verdad que los expertos hacen algunos apuntes críticos (por ejemplo, el excesivo tamaño de la cabeza), pero a la mayoría de los visitantes les suelen interesar muy poco esas opiniones. Se quedan con la impresión de armonía y belleza que la escultura transmite. Es como si Miguel Ángel hubiera escrito con mármol la serenidad y confianza del joven David que se enfrenta con su honda al arrogante Goliat. El cuerpo del joven ha asimilado la armonía de su espíritu.

Las alteraciones fotográficas consiguen hacer del David atlético un hombre obeso, un guitarrista o un payaso de McDonalds. Creo que hoy nos está pasando algo semejante. Tendríamos que vivir y reflejar la armonía a la que aspiramos, pero estamos invadidos por tantos estímulos que no podemos asimilarlos. Su exceso nos deforma. No hay mente humana que pueda procesar tanta información. Algunos expertos hablan de personas infoxicadas (es decir, intoxicadas por exceso de información). El fenómeno se percibe en los adultos, pero, sobre todo, en los jóvenes y en los niños. Muchos padres, con la mejor voluntad, consideran que sus hijos estarán mejor formados si los atiborran del mayor número posible de informaciones. Desde niños los apuntan a clases de lenguas extranjeras, judo, fútbol, piano, baloncesto, teatro… con la incierta esperanza de que, en el futuro, tendrán unos hijos bien formados, capaces de afrontar con solidez las batallas de la vida. 

A menudo, la experiencia desmiente estos sueños vanos. La razón es muy simple. Cuando una persona recibe más estímulos de los que puede procesar, cuando no se la educa en el arte de la asimilación, el resultado es una suerte de obesidad intelectual, emotiva y práctica. La diferencia entre una persona fuerte y otra obesa no radica principalmente en la cantidad de alimentos que ingiere cada una sino en la distinta capacidad de asimilación. Una persona con un buen metabolismo transforma en energía lo que come. No se trata, pues, de acumular muchos conocimientos sino de aprender a asimilarlos, a hacerlos propios, a transformarlos en energía que nos permita ser fuertes. Aquí es donde entra en juego el arte de la educación. Muchos padres  y enseñantes son buenos instructores, pero pésimos educadores. Saben transmitir conocimientos y destrezas, pero no saben cómo ayudar a los niños y jóvenes a dosificar y metabolizar lo que reciben. No les ofrecen pautas para discernir; es decir, para separar lo importante de lo secundario, lo bueno de lo malo, lo saludable de lo tóxico. Todo se acumula. La educación parece el reflejo de la sociedad de consumo. Funciona estimulada por un secreto principio: "Consume, que algo queda". En el mundo de Internet este discernimiento es esencial para no ser víctimas de una acumulación despersonalizadora.

Los médicos están preocupados por la creciente obesidad infantil y juvenil en las sociedades opulentas. Yo estaría también preocupado por la obesidad de los adultos que, saturados de información, no sabemos para qué nos sirve, no logramos madurar como seres humanos, nos volvemos adictos y, a la postre, experimentamos una insatisfacción que nos entristece. Menos acumulación y más asimilación. Me parece que por aquí va el camino.

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