Viendo a tanta
gente “vestida de turista” (es decir, de manera horrible) en el aeropuerto de
Fiumicino tendría que escribir sobre el encanto/desencanto de las vacaciones,
pero hay otro tema que pide paso. La entrada de hoy la escribo rodeado de
gentes que van y vienen. Aguardo mi vuelo a Madrid y luego la conexión para Lima. He acabado acostumbrándome a la soledad de los aeropuertos. A veces, el
ruido de la gente me inspira más que el silencio de mi cuarto. Hoy quiero abordar
una cuestión que nos afecta a todos. O que nos afectará en su momento. Creo que me va a salir un artículo a borbotones, sin mucha lógica, pero desde el corazón. No voy a usar estadísticas ni estudios sesudos. Voy a dejarme llevar por lo que siento después de haber compartido con otras personas experiencias y reflexiones.
Algunos encuentros de los últimos días me han hecho pensar sobre el problema (¡ojo a la palabra!) de cuidar a los niños y a los
ancianos en nuestra sociedad. Son los dos grupos de población más vulnerables. Como
en esta sociedad basada en el consumo hemos decidido que “no tenemos tiempo”
para ellos, hemos creado las guarderías
(para los más pequeños) y las residencias
(para los más ancianos). Ahí los dejamos (a veces los aparcamos) para que otros
se ocupen de ellos. En general, se trata de buenas
soluciones. Personal competente se encarga de hacer lo que nosotros no podemos…
o no queremos hacer. Muchas veces es la única solución, sobre todo cuando se trata de ancianos que requieren cuidados especiales. Hoy pocas personas cuestionan
estas instituciones. Se consideran imprescindibles. Sin ellas sería imposible
nuestro estilo de vida actual.
Quizá no hay que
hacer un drama de esto. La historia va evolucionando. Cambian las formas de ocuparnos
de quienes lo necesitan. Pero no deja de representar un desafío. ¿Qué tipo de
sociedad hemos creado que casi nos imposibilita ocuparnos de los más débiles?
¿Qué valores ocupan la cumbre de la pirámide? ¿A qué damos más importancia? No
deja de ser llamativo que cuando éramos más pobres (al menos en renta per cápita), las familias encontraban
soluciones para hacerse cargo de los niños y los ancianos sin tener que
recurrir a ayudas externas. Unos y otros se sentían en casa, junto a los suyos.
Ahora que hemos incrementado nuestro nivel de renta (incluso durante la crisis)
nos consideramos incapaces de hacer frente a nuestras obligaciones. Aducimos
todo tipo de argumentos: las viviendas son pequeñas, los dos cónyuges tienen
que trabajar fuera de casa para hacer frente a los numerosos gastos, no podemos
estar esclavizados todo el día cuidando de los niños o los abuelos, tenemos
derecho a nuestra autonomía, éste es un asunto del estado, etc. Muchas familias
atraviesan momentos de gran tensión cuando tienen que afrontar estas situaciones.
No saben qué hacer. Se sienten culpables. Carecen de criterios claros.
Una sociedad que
no sabe qué hacer con sus miembros más débiles es una sociedad que ha perdido
el rumbo. Si algo caracteriza al cristianismo en relación con
otras religiones y estilos de vida es su preocupación por los que no cuentan,
por los excluidos, por los que están al margen. Para Jesús no hay “humanidad
sobrante”. Él se dedicó de manera especial a aquellos que “sobraban” en su
tiempo, incluidos los niños. Era una
manera concreta de decir que para Dios nadie sobra. Más aún: que los preferidos
de Dios son aquellos que no se valen por sí mismos, que necesitan el concurso
de los demás para sobrevivir. Dedicarles nuestro tiempo y nuestro amor no es
una pérdida sino una ganancia. No robamos nada a otras ocupaciones porque no hay ocupación más noble que prestarle a
Dios nuestro tiempo, nuestro corazón y nuestras manos para hacernos cargo de
quienes nos necesitan. Quizá la cuestión no es "guardería sí-guardería no", "residencia sí-residencia no" sino el amor que ponemos en las decisiones que tomamos, las formas que encontramos para hacer sentir a los nuestros que los queremos (tanto si están en casa como si están fuera), que contamos con ellos, que no sobran.
Es evidente que los niños y los ancianos, por
diversas razones, nos necesitan. Ellos no tendrían que engrosar nunca la categoría de "humanidad sobrante" a la que se refiere el papa Francisco con mucha
claridad: “Se considera al ser humano en
sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado
inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata
simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo
nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la
sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia,
o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino
desechos, «sobrantes».”. Ya sé que el
verano exigiría otros temas más ligeros, pero hay algunos asuntos que llaman a
la puerta con insistencia. No se los puede dejar fuera.
Muy interpelador. Vuelve la respuesta ”Te hice a ti". Echamos la culpa a Dios de las desgracias y se cuestiona su "papel" pero cuando nos toca a nosotros intentar mejorar la sociedad, sembrar el amor, preocuparse y ocuparse de los más debiles, entonces echamos la culpa a otros factores. La escala de nuestros valores está muy deformada.
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