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viernes, 29 de julio de 2016

Busco semillas, no árboles

En la cultura del todo rápido no hay tiempo ni paciencia para los procesos lentos. Hace años, si uno quería crear un jardín buscaba las semillas más adecuadas, las plantaba, las regaba y seguía con calma y atención el proceso de crecimiento. Lograr un buen jardín era el fruto de toda una vida. Hoy los viveros venden las plantas y árboles ya formados. Basta trasplantarlos con profesionalidad. De la noche a la mañana un erial se puede convertir en un vergel. Es un modo rápido y eficaz de cumplir la profecía bíblica: “El desierto se convertirá en vergel y el vergel parecerá un bosque” (Is 32,15). Pero un jardín así creado parece más un decorado teatral que un conjunto vivo. Lo artificial no sustituye a lo natural aunque lo imite y, en ocasiones, parezca mejorarlo.

Acostumbrados a las acciones rápidas, casi instantáneas con ayuda de la informática, se nos hace cuesta arriba pensar en procesos de larga duración. Queremos obtener resultados rápidos y precisos. El tiempo de la artesanía ha pasado. Vivimos en la era de las creaciones digitales. Con una impresora 3D puedes convertir un diseño digital (desde un hueso humano hasta una casa) en un producto material. Las ventajas son enormes cuando se trata de fabricar objetos, pero ¿qué pasa cuando buscamos formar sujetos? El crecimiento humano no es instantáneo. No basta pensar en acciones concretas. Necesitamos imaginar procesos, itinerarios largos. Tenemos que entrenarnos en las virtudes que nos ayudan a recorrerlos: constancia, paciencia, cuidado, vigilancia, confianza, etc.

En las procesos de crecimiento humano y espiritual no tienen cabida los productos prefabricados. No hay farmacias que expendan una caja de virtudes o unas pastillas de oración. Lo que importa es que alguien nos ayude a plantar semillas de buena calidad. Ellas, por sí solas –como nos recuerda Jesús (cf. Mc 4,26-29)–,  irán creciendo. No tenemos que obsesionarnos instalando cámaras de vigilancia las 24 horas del día y de la noche. Basta que apliquemos la necesaria dosis de sol y agua. Las semillas contienen dentro la energía para su propio desarrollo. Al cabo del tiempo se convertirán en arbustos o en árboles, según su especie.

La misión de los padres y educadores consiste en seleccionar las semillas mejores y plantarlas, no en trasplantar árboles para decorar una tierra yerta. Quizá no alcancemos a ver los frutos, pero en el momento oportuno se producirán: “Uno es el que siembra y otro el que siega” (Jn 4,37).

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