Ayer comenzamos
la asamblea de todos los misioneros claretianos que trabajan en Kenia, Uganda y
Tanzania. Pertenecen a la Delegación de San Carlos Lwanga, el famoso mártir
ugandés canonizado por Pablo VI. Aunque estamos en un recinto bien
acondicionado, esto es África. La luz va y viene caprichosamente. En medio de
una presentación, el proyector se apaga y nos deja colgados. Se ha estropeado
la bomba del agua, así que la tenemos racionada: una hora por la mañana y dos
por la tarde. Y, como es lógico, internet sigue la misma lógica caprichosa que
la electricidad. Me parece un milagro que pueda mantener vivo este blog. Si esto sucede a dos pasos de la
segunda ciudad del país –Mombasa– y en un complejo que acoge a visitantes internacionales,
¿qué no sucederá en las ciudades pequeñas y, sobre todo, en los pueblos y
aldeas desperdigados por la sabana y en la zona montañosa? Uno siempre tiene
que prever un plan B porque no sabe con qué recursos puede contar. Los tiempos
se dilatan, la paciencia se pone a prueba y todo tiene que ser reducido a sus
trazos esenciales. Aquí no hay tiempo para filigranas.
Cada viaje a
África me ayuda a comprender mejor por qué nuestros misioneros tardan tanto en
enviar los informes sobre los proyectos que financiamos desde Europa, por qué
no responden enseguida los correos electrónicos que reciben y por qué, en
definitiva, llevan otro ritmo y desarrollan otras virtudes. Nosotros valoramos
la rapidez, la eficiencia, el control. Ellos conviven con la paciencia, la
improvisación y un aceptable desorden. En otras palabras, no se ve de igual
modo la vida desde un despacho romano conectado a internet las 24 horas a
través de fibra óptica que desde una casita en la que nunca sabes si vendrá o
se irá la luz, se acabará el gasoil del generador en el momento menos oportuno o
una tormenta intempestiva destrozará el techo de hojas de palma. Solo
comprendemos bien a una persona cuando hacemos un esfuerzo por ver las cosas
como ella las ve, situarnos en su contexto y experimentar sus problemas. Muchas
intransigencias nacen del desconocimiento más que de la mala voluntad.
Mientras escribo
estas notas me entra por la ventana el esplendor de la luna llena,
perfectamente recortada sobre un cielo negrísimo. Proyecta su luz naranja sobre
el mar en calma. Parece que el tiempo se detiene. ¿Para qué necesitamos la
electricidad e internet si estamos disfrutando de un espectáculo increíble y
gratuito?
¡¡Qué bueno es ser paciente ante eventos que no podemos controlar! Y reconocernos limitados también ayuda a acercarse a Dios.
ResponderEliminarConectados a través del Espíritu por la oración, confiemos en que detrás de los gestos que nos molestan no hay razones provocantes sino pura providencia. Sigamos conectado a través del "wifi de Dios". Un abrazo
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