Decir que hoy es
lunes parece una obviedad. Pero lo hago para señalar que, con el comienzo de la
semana, volvemos a nuestra rutina, aunque en algunas partes del hemisferio norte
este lunes coincide ya con el comienzo de las vacaciones estivales. En
realidad, creo que el 90% de nuestra vida es pura rutina. Exagero: el 99%. Nos
movemos siempre por parecidos escenarios. Frecuentamos las mismas personas. Repetimos
patrones conductuales. Comemos las mismas cosas. Vemos (o no vemos) los mismos
programas de televisión. Nos levantamos a una hora precisa, paseamos al perro cuando
toca, usamos los mismos giros lingüísticos, etc. La liturgia de la Iglesia es también
pura repetición. Se repiten las oraciones en la misa, los salmos en la Liturgia
de las Horas, los cantos, las devociones… Uno tendería a pensar que en nuestra
vida no hay espacio para la novedad, que todo es más de lo mismo, que un día se
parece a otro como dos gotas de agua.
Hay personas que
no soportan el dulce peso de la rutina
y siempre están poniendo en marcha ocurrencias. A veces resultan patéticas
porque toda ocurrencia que no sea fruto de la creatividad sino del deseo de
llamar la atención acaba siendo algo pueril y ridícula, un síntoma claro de que
uno no es capaz de convivir con la vida en su aburrida cotidianidad, de que huye de sí mismo y de que, al no
tener raíces, se seca pronto. Esto pasa con ese permanente afán de novedades que los medios de comunicación han inoculado en nosotros. No resistimos que repitan las mismas noticias o programas. Se suele decir, con un poco de sorna, que "no hay nada más viejo que el periódico de ayer".
Yo me considero
una persona tradicional y, al mismo tiempo, con deseos de cambio porque vivir es cambiar. Para mí la tradición
es mi patria espiritual. Pero, ¡ojo! No entiendo tradicional como sinónimo de conservador
sino como alguien que sabe de dónde viene y valora sus orígenes familiares,
culturales, lingüísticos, religiosos… Solo con los pies bien asentados en la
tradición se puede dar el salto hacia lo nuevo. Me dan miedo las personas que
pretenden descubrir cada día el Mediterráneo en vez de preocuparse de estudiar
el mapa y ahorrarse búsquedas inútiles. Han sucedido muchas cosas en ese Mare nostrum antes de que nosotros decidamos darnos un chapuzón en él.
El aprecio de la tradición comporta una
serie de rutinas; es decir, de costumbres o hábitos adquiridos de hacer las cosas por mera práctica y demanera más o menos automática. Por ejemplo, cuando era más joven me resultaba muy monótono tener
que rezar cada día la Liturgia de las Horas siguiendo un patrón común. Ahora
disfruto con él porque me libera de ansiedades innecesarias y crea en mí un
estado de vigilia para percibir que, cuando menos lo espere, en el muro compacto
de la rutina se puede abrir una grieta de novedad. Creo que esto sucede con la
fe. A veces tenemos la impresión de que no sucede nada. Pasan los años y todo
es una permanente repetición: comienza el Adviento, llegan la Navidad, la
Cuaresma y la Pascua, luego el largo Tiempo Ordinario… Siempre lo mismo. Uno
podría tener la tentación de darse de baja, pero es precisamente en esa
fidelidad cotidiana donde, cuando menos lo piensas, irrumpe un destello de luz
que te hace sentir que sí, que Dios existe y me quiere. Está ahí, estoy siendo
sostenido por él. Puedo seguir caminando. El hecho de hacer esta experiencia una sola vez en la vida da sentido a todas las horas muertas. La rutina es la actitud de quien se
mantiene humildemente con la lámpara encendida para recibir al Novio cuando
llegue de improviso. Cada día va rellenando la lámpara con la dosis de aceite necesaria
para que siga alumbrando.
Lo mismo sucede
en los matrimonios, en las familias, en las comunidades religiosas. A veces
podemos tener la impresión de que no sucede nada nuevo, de que todo es pura
repetición. Pero cuando uno pone amor en las cosas que repetimos a diario, en el
momento menos pensado ocurren pequeños milagros que dan sentido a toda la trayectoria:
una palabra iluminadora, un gesto de cariño, un encuentro íntimo, una sentida reconciliación…
Estoy convencido de que el 99% de nuestra vida es pura rutina, pero esa rutina
que parece inútil nos prepara para acoger el 1% de absoluta novedad que a veces
se nos concede y que justifica con creces la espera.
Gracias por tu reflexión, me abre todo un campo.
ResponderEliminarNo me gusta la rutina, pero cuando permaneces en ella, si lo haces poniendo ilusión y amor, siempre se da algún pequeño cambio, como el que va alimentando la lámpara de aceite para que siga alumbrando. Sólo nos falta ir descubriendo las grietas.