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miércoles, 15 de junio de 2016

El Kilimanjaro ayuda a pensar

Estoy ya en Mombasa, en un enorme complejo ecuménico dedicado a encuentros internacionales, conferencias, seminarios, etc. He venido aquí con un grupo de 22 misioneros claretianos. Vivimos en casitas esparcidas por el inmenso parque. Mi cottage está a unos veinte metros de la orilla del Mar Índico. Escribo esta entrada contemplando sus aguas verdosas a través de la ventana, abierta de par en par. El ruido de las olas es constante, como una especie de motor al ralentí. Ahora, al amanecer, está bajísima la marea. Respiro a fondo la brisa marina. Siento que mi piel está húmeda. Aunque el lugar está muy cuidado, los mosquitos están ya haciendo algunas excusiones exploratorias. Tomo medidas.

Ayer, cuando volaba de Nairobi a Mombasa, contemplé desde el avión la mole impresionante del Kilimanjaro, la montaña más alta de África. Una finísima niebla cubría el paisaje, pero por encima se erguía la cumbre redondeada de esta montaña asombrosa. Se veía el destello de la nieve castigada por un sol implacable. Intenté fotografiar este espectáculo, pero el resultado no hace justicia a la realidad. En mi móvil se ve solo una gran mancha borrosa. Mientras desistía de conseguir una foto mejor, pensé que este Sinaí africano es un símbolo del Dios neblinoso en el que creo. A ras de suelo, intuyo su cumbre nevada, pero me parece inaccesible. Si me elevo, veo algún destello, pero la niebla me impide una visión clara. No hay foto que le haga justicia. No se deja cartografiar. Está ahí, dependemos de él, como las gentes de la zona dependen de los neveros de esta inmensa montaña, pero a veces ni lo percibimos. ¿Cómo una realidad tan grande puede resultar invisible? Es tan real que uno, paradójicamente, puede decir que no existe. Nos acompaña y se esconde. Está altísimo y hunde sus cimientos en la tierra. Resulta fascinante y amenazador. Cambia de aspecto según las estaciones y las horas del día, pero es siempre el mismo. Atrae con su magnetismo a exploradores y aventureros…




Los 45 minutos de vuelo no dan para mucho más. Absorto en estos pensamientos, escuché la voz de la azafata anunciando el inmediato aterrizaje en el aeropuerto de Mombasa. Quizá ahora la proximidad al mar me ayude a comprender mejor el misterio de este Kilimanjaro orgullo de África.

1 comentario:

  1. Como me gustaria volver por Mombasa and Kerwa!!!. A veces Buckden e Inglaterra resultan pequenos. que tu visita produzca fruto y gozo misionero en ti.

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