Dispongo de un
tiempo libre mientras los ocho novicios realizan algunas tareas domésticas. Estoy en el noviciado Inmaculado Corazón de María que yo mismo inauguré hace seis años. Está
situado en las colinas Ngong, a unos 20 kilómetros de Nairobi. Aquí
el clima es fresco, y más en estos meses del año. Dentro de unas horas viajaré
en avión a Mombasa, en la costa índica. El contraste será grande porque allí
siempre hace mucho calor. Aprovecho la
tranquilidad de este lugar para recordar
a tantos hombres y mujeres misioneros que, a lo largo de los años, han
entregado su vida en África.
Novicios jugando al voleibol |
Es verdad que de vez en cuando aparecen
algunos reportajes, por lo general laudatorios, en la prensa o en la
televisión. Es verdad que se habla de ellos con gratitud cuando brota una
crisis en algún país africano (pienso en la del ébola en Sierra Leona el año
pasado o en la crisis permanente en Sudán del Sur). Es verdad que, en general, los
misioneros son admirados por su desprendimiento, alegría y entrega. Es verdad
que reciben donaciones y algunos premios. Es verdad que la gente del lugar los
aprecia y ayuda, aunque también los engaña y se aprovecha de ellos todo lo que
puede. Es verdad que los nuevos medios de comunicación han acortado las
distancias con sus familias, amigos y comunidades de origen. Es verdad que
África ejerce sobre ellos una atracción especial (el llamado mal de África) que permite minimizar los
riesgos y superar los obstáculos con entereza. Es verdad que, aunque haya otras
motivaciones, los misioneros han venido aquí para servir a Dios en sus hijos e
hijas más necesitados. Es verdad que
esta es al mismo tiempo su motivación y su más profunda recompensa. No
necesitan medallas, homenajes o películas.
Capilla del noviciado |
Todo esto es
verdad y, sin embargo, no puedo evitar
un sentimiento de preocupación y tristeza cuando compruebo con qué
facilidad nos olvidamos de ellos o prestamos atención solo a aspectos
secundarios. Absorbidos por nuestras propias preocupaciones y problemas, nos
limitamos a menudo a enviar recursos económicos para sostener sus misiones,
financiar y controlar la correcta ejecución de sus proyectos de ayuda, organizar
campañas de voluntariado, etc. Pero, ¿quién
se detiene a escuchar a los misioneros? ¿Quién sabe de sus soledades en
medio de la selva o de la sabana, de sus sentimientos de impotencia ante tantas
necesidades no cubiertas, de sus tensiones afectivas, de sus crisis de fe?
¿Quién sabe de los momentos oscuros en los cuales tienen la impresión de haber
enterrado su vida en un lugar remoto de este inmenso continente a cambio de
nada? ¿A quién le importa que se les rompa un vehículo, reparado decenas de
veces, en medio de un camino intransitable y tengan que pernoctar en un
poblado? ¿Quién cuentas las veces que caen en cama derrotados por la malaria? ¿Cómo
respondemos a sus necesidades personales de descanso, salud y formación? ¿Quién
se deja enseñar por su sabiduría, hecha a base de oración, trato con la gente y
servicio continuo? ¿Quién valora su experiencia reflexionada en vez de pensar
solo en ponerlos al día con las últimas novedades teológicas u organizativas? ¿Quién
acoge sus silencios y vacíos y perdona sus errores y pecados?
Creo que esta es
la duodécima vez que viajo a África. Aunque vengo con objetivos muy concretos,
me he propuesto escuchar más que nunca, ser una esponja que recoja las
ansiedades, tristezas, preguntas, perplejidades y propuestas de mis hermanos.
Es probable que sean ellos quienes, curados por mil batallas y adiestrados en
el día a día de una vida dura, inyecten un poco de esperanza y buen humor en
este viajero impenitente que a veces se cansa. Entonces el intercambio
producirá el milagro del encuentro. Y ya se sabe que una vez que alguien entra
en tu vida por la puerta de la intimidad no se olvida jamás.
Tienes toda la razón con el título ADMIRADOS Y A VECES OLVIDADOS.
ResponderEliminarEl día a día del misionero no es noticia y además, para las personas en general, es un mundo desconocido y sólo se puede amar de verdad aquello que se conoce.
Es una gran suerte tener experiencia misionera, ello hace que las noticias no sean frías, tienen nombres concretos.
Africa, India, Brasil... se vive diferente cuando alguien te ha podido contar experiencias concretas, vividas in situ, cuando has podido compartir con los misioneros y su gente.