El fin de semana
solemos disponer de más tiempo para hacer lo que nos está vedado el resto de
la semana. Para mí, una de esas actividades extraordinarias es escuchar música.
Si tuviera que elaborar una lista de mis compositores favoritos me vería en un gran apuro. Me sentiría casi como el niño al que le preguntan a quién quiere más: si a papá
o a mamá. Cuando no hay problemas de por medio, siempre responde lo mismo: “A los dos igual”. Pero, a diferencia del niño, yo no quiero a todos los compositores por igual. Voy a dar una pista de por dónde van mis preferencias. Cuando le preguntaron al biólogo estadounidense Lewis Thomas qué
escogería él como mensaje de la humanidad para las posibles civilizaciones del
espacio exterior, contestó: “Yo enviaría
las obras completas de Bach… pero eso sería un alarde”. Sí, para mí la
música del genial Johann
Sebastian Bach (1685-1750) –no confundir con otros muchos Bach del panorama musical– es un alarde, algo excesivo. Casi me atrevería a decir que él es la música. Las etapas de su vida musical están asociadas
a los lugares donde vivió: Arnstadt (1703-1707), Mühlhausen (1707-1708), Weimar
(1708-1717), Köthen (1717-1723) y Leipzig (1723-1750). Fue como un riachuelo –eso es lo que significa Bach en alemán– que discurrió por varias tierras alemanas regándolas con su creatividad y belleza.
Disfruto con
Händel, Mozart, Vivaldi, Beethoven, Brahms y otros muchos, pero lo de Bach –el “viejo
peluca”, como lo llamaba el recordado Fernando Argenta
en el divertido programa Clásicos Populares de Radio Nacional de España–
es otra cosa. Que uno nazca en el seno
de una familia de músicos, sea un excelente organista, clavecinista,
violinista, violista, maestro de capilla y kantor
es ya señal de excelencia. Pero si, además, es un compositor prolífico y genial –el mejor de la historia para muchos críticos–, entonces no hay más remedio que quitarse el sombrero
ante él. Para completar el cuadro solo falta añadir un pequeño detalle: tuvo 20 hijos, frutos de sus dos matrimonios, pero
solo le sobrevivieron 7. Así que fue fecundo biológica y artísticamente a lo largo de una existencia que alcanzó los 75 años, meta nada despreciable para los hombres del
Barroco. ¡Lástima que las cataratas lo dejaran casi ciego al final de su vida,
con la consiguiente merma de su producción musical!
Durante los
últimos veintisiete años fue Kantor
de la iglesia de Santo Tomás de Leipzig. A esta etapa pertenecen sus obras
corales más impresionantes: sus dos Pasiones (la de San
Mateo y la de San
Juan), la monumental Misa en Si menor
y el Oratorio de
Navidad.
Es imposible hacer un resumen de su vastísima producción. La música de Bach se puede usar hasta para dormir a los bebés. El Clave bien
temperado, con sus 48 preludios y 48 fugas, es un verdadero tratado
didáctico que los músicos profesionales estudian a conciencia. De todos modos,
un post no es un lugar para disquisiciones
técnicas.
¿Por qué me gusta Bach? Lo podría resumir en tres palabras:
por su armonía, profundidad y sublimidad. La música de Bach es una vacuna para los males de nuestro tiempo. Nos previene contra:
- el desequilibrio (armonía),
- la superficialidad (profundidad) y
- la indiferencia (sublimidad).
Johann Sebastian
Bach, con su música excelsa, ha hecho realidad un axioma
de san Ireneo de Lyon que me parece una de las mejores síntesis del
misterio de la vida: “Gloria Dei vivens
homo et vita hominis visio Dei” (La gloria de Dios consiste en que el
hombre viva y la vida del hombre consiste en la visión de Dios). Por una parte, el genio de
Bach es una expresión humana de la gloria de Dios. Por otra, la obra de Bach, su vida
entera, es un camino que nos lleva a la comunión con Dios. Voy a decir una
barbaridad que espero sea comprendida en su justa medida: es imposible escuchar a Bach y ser ateo. Utilizo el
verbo escuchar y no el verbo oír para poner de relieve el hecho de entrar en el
misterio que su música sugiere y casi desvela. De hecho, el filósofo nihilista Nietzsche llegó a escribir: "Esta semana he ido a escuchar tres veces la Pasión según San Mateo del divino Bach, y en cada una de ellas con el mismo sentimiento de máxima admiración. Una persona que —como yo— ha olvidado completamente el cristianismo, no puede evitar oírla como si se tratase de uno de los evangelios".
Bueno, creo que
es suficiente por hoy. Os dejo con algunas piezas que representan un pequeño botón de
muestra de la obra de este genio.
En primer lugar, su famosa Tocata y fuga en re menor.
Es comovedor el célebre coral O haupt voll blut und Wunden ("Oh rostro ensangrentado") de la Pasión según San Mateo.
Y, para terminar con un toque más relajado, he aquí una curiosa versión de la Canción para violoncelo, interpretada por siete personas (en realidad, se trata del mismo intérprete) que usan el instrumento de modos diversos para producir una simpática armonía.
¡Amén!
ResponderEliminar¡Aleluya!
EliminarSe dice que al escuchar la música de Bach podemos sentir la nostalgia del paraíso, mientras que si escuchamos a Mozart estamos en el paraíso mismo… El tañido de laúd de Dios: eso es Mozart... Karl Barth escribió en 1956: “Acaso los ángeles, cuando tratan de rendir alabanza a Dios, tocan música de Bach, aunque no estoy tan seguro de ello; de lo que sí estoy seguro, en cambio, es de que, cuando se encuentran entre sí, interpretan a Mozart, y entonces también el Señor encuentra deleite en escucharlos”. Pero no, no voy a poner en cuestión a Bach.
ResponderEliminarEl debate en música es todavía más pasional que en el fútbol. Esto anima la cosa. Gracias por la cita de Karl Barth.
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