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viernes, 20 de mayo de 2016

Dios entre martillos y pucheros

Disfruto mucho con los himnos de la Liturgia de las Horas. Me acompañan a lo largo de la jornada como si fueran ángeles custodios. A veces, me sorprendo a mí mismo canturreando algunos mientras trabajo o voy de un sitio para otro. A fuerza de repetirlos tantas veces, forman ya parte de mi manera de hablar con Dios. 

Reconozco que esto me pasa solo con los himnos en español; no lo he logrado con los himnos en italiano, quizá porque me resultan más insípidos. Hoy quiero detenerme en uno que habla de la presencia de Dios en el trabajo. Consta de dos estrofas formadas por versos octosílabos. Me detengo un poco en cada una de ellas.

Te está cantando el martillo
y rueda en tu honor la rueda.
Puede que la luz no pueda
librar del humo su brillo.
¡Qué sudoroso y sencillo
te pones a mediodía,
Dios de esta dura porfía
de estar sin pausa creando,
y verte necesitando
del hombre más cada día!

El himno contempla los objetos cotidianos como formando parte de esta gran orquesta de la creación. El martillo y la rueda (lo mismo que el coche, el ordenador, el bisturí o el puchero) se unen al canto de alabanza que todos los seres elevamos al Creador. Pero no solo eso: Dios mismo sigue creando a través de la creatividad de todos nosotros, sus hijos e hijas. Cada vez que realizamos nuestro trabajo con amor estamos rematando la obra inconclusa de nuestro Padre. El mundo no está acabado. Tenemos una gran tarea por delante. Cuando uno siente que su pequeño trabajo de cada día es una nota de esta partitura universal descubre que no es inútil, encuentra un nuevo sentido. No importa que mi nota sea una redonda de larga duración o una semicorchea fugaz. Lo que cuenta es que esté bien colocada en el pentagrama universal.

Quien diga que Dios ha muerto
que salga a la luz y vea
si el mundo es o no tarea
de un Dios que sigue despierto.
Ya no es su sitio el desierto
ni en la montaña se esconde;
decid, si preguntan dónde,
que Dios está -sin mortaja-
en donde un hombre trabaja
y un corazón le responde. 

Hace años se hizo famosa esta pintada: “Dios ha muerto. Marx ha fallecido y yo me siento muy malito”. El himno protesta contra el certificado de defunción de un Dios que sigue vivo en la vitalidad de sus hijos e hijas. Basta abrir bien los ojos para observar cómo el amor de Dios se está multiplicando en los millones de gestos de amor que los seres humanos prodigamos cada día: desde las mamás que cuidan de sus bebés hasta las personas que acompañan a los ancianos, pasando por todos cuantos somos capaces de renunciar a lo propio para que otros vivan un poco mejor. Los últimos versos son un correctivo a la imagen de un Dios demasiado alejado, recluido en el desierto o en la montaña, como a veces lo presenta la Biblia. No: “Dios está sin mortaja / en donde un hombre trabaja / y un corazón le responde”. En otras palabras: Dios vive en el corazón humano que sigue latiendo y transformando este mundo según su designio de amor. 

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