Hoy quiero
escribir sobre las Naciones Unidas, pero no puedo
menos de empezar recordando a las víctimas de los atentados
que han tenido lugar esta misma mañana en Bruselas y orar por ellas,
sus familiares y amigos y también por los victimarios. Esta guerra no acabará
pronto porque el objetivo a largo plazo es islamizar Europa. Sé que es una opinión
muy discutible, pero yo, desde hace años, veo clara la estrategia.
Hay un triple frente: los musulmanes ricos compran todas las propiedades que
pueden (frente económico); los pobres tienen muchos hijos (frente demográfico);
los radicales atemorizan con amenazas y atentados (frente paramilitar). La
combinación de los tres, unida a nuestra incorregible tendencia a la
fragmentación y a la amnesia, producirá un cambio de gran magnitud. Cuando queramos reaccionar, será tarde. Al tiempo.
El domingo,
regresando de Wroclaw a Roma, hice una escala de hora y media en el moderno aeropuerto
de Munich. Aproveché para tomarme un chocolate caliente y leer el International New York Times del fin de
semana. Me detuve en el artículo de Anthony Banbury titulado The Unided Nations is failing (que
podríamos traducir un poco libremente como “El fracaso de las Naciones Unidas”).
Anthony Banbury era un alto funcionario de las Naciones Unidas que acaba de
dimitir por su desacuerdo con la gestión de este monstruo burocrático.
Banbury reconoce que el
mundo está viviendo una situación crítica, que va desde la amenaza del cambio
climático hasta las explosiones terroristas en lugares como Siria, Iraq y Somalia.
Ante esta crisis –admite Banbury– “las
Naciones Unidas tienen una posición singular para afrontar estos desafíos. De hecho,
están haciendo un trabajo valioso en la protección de civiles y en el reparto
de ayuda humanitaria en Sudán del Sur y otras partes. Pero, mirando su misión
en conjunto, las Naciones Unidas están fracasando debido a su malísima gestión”.
Luego, con bastante ironía, añade: “Si
uno encierra con llave a un grupo de genios malignos en un laboratorio, no se
les ocurriría diseñar una burocracia tan absurdamente complicada, que requiere
enormes esfuerzos, pero que, a fin de cuentas, no consigue los resultados programados”.
Después, va
desgranando los problemas que él considera más graves. El primero es el
esclerotizado sistema de selección y formación del personal. A menudo, la única
manera de que las cosas funcionen es saltarse las reglas; si no, la burocracia
acaba con los mejores intentos. El segundo es –como muchos sospechamos– que la mayoría de las decisiones no se toman
teniendo en cuenta los valores de las Naciones Unidas o los hechos sobre el terreno
sino las presiones políticas de los más fuertes. Parece que la gota que ha
colmado el vaso ha sido lo sucedido en la República Centroafricana. A pesar de la
oposición de algunos expertos, las fuerzas encargadas de asegurar la paz
estaban formadas por soldados de la República Democrática del Congo (capital
Kinshasa) y de la República del Congo (capital Brazzaville) que, desde el comienzo
de su misión, se han visto involucrados en numerosos casos de violación y de
abusos de personas –generalmente chicas jóvenes– a las que tenían que proteger.
Esta es la mayor perversión que uno puede imaginar: ¡los protectores se
convierten en abusadores!
Banbury no cree
que las Naciones Unidas tengan que desaparecer, pero requieren una profunda
reforma. La organización actual se parece a una vieja máquina de escribir Remignton en un mundo dominado por los
teléfonos inteligentes. Si quieren contribuir de verdad a las causas de la paz,
de los derechos humanos, del desarrollo sostenible y del clima, precisan un
líder que se empeñe en una reforma a fondo. Y termina: “Necesitamos unas Naciones Unidas dirigidas por personas para las que
hacer lo correcto sea lo normal y lo esperado”.
El artículo pone sobre la mesa un problema que afecta a todas las grandes organizaciones, incluyendo la Unión Europea y, en algunos casos, la propia Iglesia católica. La gigantesca burocracia malgasta una cantidad ingente de recursos y ralentiza cualquier proceso de cambio real. (Por cierto, os confieso que los Misioneros Claretianos estamos a punto de entrar en el ECOSOC de las Naciones Unidas). Tenemos que aprender a hacer más con menos.
Os dejo con el discurso que el papa Francisco pronunció en la sede de las Naciones Unidas de Nueva York el 25 de septiembre de 2015. Os advierto que dura casi 50 minutos.
El artículo pone sobre la mesa un problema que afecta a todas las grandes organizaciones, incluyendo la Unión Europea y, en algunos casos, la propia Iglesia católica. La gigantesca burocracia malgasta una cantidad ingente de recursos y ralentiza cualquier proceso de cambio real. (Por cierto, os confieso que los Misioneros Claretianos estamos a punto de entrar en el ECOSOC de las Naciones Unidas). Tenemos que aprender a hacer más con menos.
Os dejo con el discurso que el papa Francisco pronunció en la sede de las Naciones Unidas de Nueva York el 25 de septiembre de 2015. Os advierto que dura casi 50 minutos.
Realmente muy inquietante el panorama. Por una parte los atentados. Por otra unas Naciones Unidas que estarán dominadas por los poderosos pero que las decisiones las toman las mayorías que representan a muchos países en los que existe de todo menos democracia. Y nuestro mundo que se viene abajo. La falta de valores es consecuencia del NO DIOS y del relativismo. Y ese vacío profundo de los que nos consideramos desarrollados lo vienen a ocupar los fanáticos y los pobres a los que no asistimos y que son manipulados por esos fanáticos. Qué hacemos? Qué podemos hacer?
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