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lunes, 25 de agosto de 2025

¿Condenados a la frustración?


Esta última semana de agosto es para muchas personas una especie de transición entre el período veraniego de vacaciones y el comienzo de las actividades laborales, académicas o pastorales el próximo 1 de septiembre. La playa, el sol o la montaña no están siempre al alcance de la mano. Hay que volver a la rutina diaria.

En el clima de polarización en el que seguimos envueltos, nos veremos empujados -casi obligados- a pronunciarnos por Pedro Sánchez o por Alberto Núñez Feijóo, por El País o por ABC, por RTVE o por Antena3, por el socialismo estatalista o por el liberalismo salvaje, por la unidad de la patria o por su desmembración en unidades autónomas, por la Agenda 2030 o por medidas menos globalistas, por apagar los fuegos en invierno o por desangrarnos en verano...

El precio que se paga por esta polarización crónica es una crispación permanente, de la que el parlamento y los medios de comunicación son cacofónicos altavoces. Es verdad que en la calle no llega la sangre al río y que la mayoría de los ciudadanos vivimos con más serenidad, pero al final, de una forma u otra, acabamos contagiándonos. Poco a poco, el clima social se enrarece hasta el punto de vivir una especie de absurdo guerracivilismo.


Por alguna razón que se me escapa, en España casi siempre fracasan las posiciones integradoras. Apenas ha habido partidos políticos centristas de larga duración. Es difícil encontrar publicaciones “independientes”, aunque algunas exhiban este adjetivo en su cabecera. ¿Tan difícil resulta sentarse a la misma mesa, analizar los problemas y tratar de encontrar soluciones conjuntas? ¿Por qué si yo defiendo la vivienda social, el aumento del sueldo base de los trabajadores o la integración ordenada de los inmigrantes debo aceptar en el mismo pack el aborto libre, la eutanasia o la excesiva regulación estatal? 

Viendo las cosas desde el otro lado, ¿por qué si yo creo que la libertad de mercado es condición indispensable para crear prosperidad o que hay que fortalecer la sociedad civil frente al estado, debo aceptar en el mismo pack el poder oligárquico de los grandes grupos económicos multinacionales, la privatización comercial de la sanidad o la estigmatización de los más pobres? Estamos perdiendo una energía extraordinaria por no ser capaces de integrar lo mejor de cada manera de entender la vida social y de minimizar sus excesos y desequilibrios.


Estoy convencido de que hay personas inteligentes y buenas -muchas con una clara inspiración cristiana- que tienen esta capacidad de integración y que desearían promover la cultura del encuentro y de los acuerdos, pero no se atreven a comprometerse en responsabilidades políticas. Alguno me ha dicho expresamente que no quiere quemarse, que la política actual es demasiado cainita, que no merece la pena arriesgar tanto para acabar “condenados a la frustración”. Por otra parte, hay corrientes de pensamiento de inspiración marxista que solo entienden el progreso como una permanente 
“lucha de clases” que hay que actualizar y avivar lo más posible. 

Creo que, si no damos pasos en una dirección integradora, las nuevas generaciones (ya se está viendo) optarán por formas extremistas, incluso dictatoriales. Cuando la democracia se corrompe o se burocratiza en exceso, prepara el terreno para populismos autoritarios que suelen canalizar el descontento social, pero que fracasan en la resolución de los problemas porque, en realidad, no tienen una propuesta clara y eficaz de organización social. Ha sucedido con Trump en Estados Unidos, con Milei en Argentina... y puede suceder en Europa. De hecho, ya hay algunos ejemplos.

Mientras tanto, seguimos perdiendo el tiempo en dilucidar si son galgos o podencos cuando tendríamos que concentrar todas las fuerzas en prepararnos conjuntamente para afrontar los enormes desafíos éticos, sociales y económicos que nos presenta la revolución digital. Quisiera creer -más bien soñar- que las nuevas generaciones, además de expresar su descontento o de abandonarse a la resignación, son capaces de liderar una verdadera revolución ética que nos libre de la polarización y que nos ayude a integrar las diferencias y polaridades.


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