
Hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, es un día muy oportuno para leer (o releer) la encíclica Dilexit nos, la última del papa Francisco, publicada el 24 de octubre del año pasado. Trata “sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo”. En un tiempo en el que muchos podemos estar viviendo descorazonados, el Papa nos propone volver a la espiritualidad del corazón. Lo justifica con estas palabras: “Cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón” (n. 2).
Mientras tecleo la entrada, tengo abierta una ventana de mi ordenador con la retransmisión de la misa que el papa León XIV está celebrando en la basílica de san Pedro junto a más de 5.000 sacerdotes de todo el mundo con motivo del Jubileo de los sacerdotes. Ha procedido también a la ordenación de 32 jóvenes provenientes de varios países.

Viendo la marea blanca de albas inundando la gran nave central de la basílica, he vuelto a pensar en el ministerio presbiteral como “ministerio del corazón”, como expresión concreta y visible del amor de Jesús hacia los seres humanos. La contemplación de los 32 ordenandos me ha hecho recordar que yo mismo fui ordenado en un día como ayer. Me pregunto si en este largo tiempo he sido capaz de ser un sacerdote “según el corazón de Cristo”, si he hecho de mi ministerio una mediación o, más bien, un obstáculo.
Reconozco que, a lo largo de los 43 años de vida sacerdotal, ha habido un poco de todo, pero Dios va haciendo su obra incluso en medio de nuestra fragilidad. Lo que importa no es lo que nosotros podamos hacer con mayor o menor éxito, sino la obra secreta que Él hace en el corazón de las personas a través de nuestro ministerio. Ser servidores de la Palabra, de los sacramentos y de la comunidad justifica con creces la entrega de la propia vida, esa especie de “expropiación existencial” que supone la ordenación sacerdotal.

El papa Francisco hablaba mucho del clericalismo como una de las enfermedades que minan la cordialidad propia de un “ministerio con corazón” porque hace del ministro ordenado el centro cuando es solo una mediación, un lugar de encuentro, un constructor de puentes. Algunos de mis compañeros dicen que el clericalismo está de vuelta en las levas de nuevos sacerdotes. No acabo de verlo. Es verdad que muchos han recuperado con entusiasmo el traje clerical, ciertas formas caducas y hasta un lenguaje un poco obsoleto, pero creo que han sido formados en una teología y una espiritualidad que entiende el ministerio como servicio y no como privilegio. Vivir y actuar “in persona Christi” significa dar la vida por los demás como Él la dio.
En aquellos sacerdotes jóvenes con los que más me relaciono no veo rasgos clericalistas, sino una profunda alegría por el don recibido y quizás -eso sí- una necesidad un poco excesiva de reconocimiento por parte de una sociedad que ya no considera al sacerdote un ser especial, sino uno más en medio de todos. En este contexto, la pregunta por el verdadero sentido de la identidad sacerdotal es crucial. Los signos externos tienen su (relativa) importancia, pero todo se juega en el corazón, en la identificación con el Cristo que sigue dando su vida por la salvación de los seres humanos. Si esta falta, todo lo demás resulta huero y hasta a veces un tanto ridículo.
Felicidades por el aniversario de tu ordenación, 43 años ya es una cifra considerable y muchas gracias por todo el testimonio que nos has transmitido y nos transmites.
ResponderEliminarRecojo el mensaje en el que nos dices: “pero Dios va haciendo su obra incluso en medio de nuestra fragilidad”… Es válido para todos.
Gracias Gonzalo por esta entrada de hoy que, sencillamente, “mueves el corazón”… Gracias por invitarnos a volver a la encíclica “Dilexit nos”.