
El verano astronómico ha empezado hoy a las 4,42 de la madrugada. El meteorológico llevamos padeciéndolo desde hace semanas. En el momento de escribir esta entrada el termómetro ya marca 31 grados. Cuando salí a caminar por el centro de Madrid a las 7 de la mañana todavía estábamos a 24 grados. No olvido que en esta villa y corte vivió un tiempo san Luis Gonzaga, el santo cuya fiesta celebramos hoy.
Siempre disfruto de la ciudad a esa hora en que se despiden los últimos nocturnos y empiezan su trajín los “hijos de la luz”. Veo a gente corriendo por el paseo de Rosales y por el parque de Oeste. Siguen las obras en los jardines de Sabatini. Después de meses de trabajo, está previsto que terminen a lo largo del verano. En la plaza de Oriente están montando un pequeño estrado para celebrar el Día Internacional del Yoga. Veo a un grupo de indios preparándose para el evento.
Por la calle Arenal abundan los repartidores matutinos y algunos turistas. Una pareja de homosexuales va cogida de la mano y un grupo de jóvenes apura los tubos de cerveza en un bar que hace chaflán. En la Puerta del Sol han colocado ya algunos toldos de los más de treinta previstos. Se quiere crear un espacio de sombra que proteja a los viandantes del ataque despiadado del sol de mediodía. A algunos les parece un pegote antiestético y poco práctico; otros -ante la imposibilidad de plantar árboles por las características de la zona- lo anhelan. Un camión cisterna riega los adoquines. En un momento dado, el chófer del camión y el empleado de la manguera detienen su trabajo y se sirven un café de un termo.

Paso un momento por la recién modelada plaza del Carmen con su monumento al bombero. Una joven trabajadora de la limpieza barre con desgana los papeles, latas y colillas que hay esparcidos por las losas de granito. Parece que acaba de salir de una discoteca. Barre sin garbo, dejando la mitad de la basura en el suelo. Emboco la Gran Vía a la altura de Callao. Las anchas aceras todavía están bastante despejadas, aunque ya hay personas que suben y bajan. Echo de menos una mayor limpieza. Todavía se ven las consecuencias de la noche. Hay varias personas que se desperezan saliendo de sucios sacos de dormir. Algunos mendigos han comenzado ya su jornada laboral instalando carteles de cartón con los típicos mensajes: “No tengo trabajo. Tengo tres hijos. Necesito comer”. Las necesidades reales (tan sangrantes a veces) se mezclan con la picaresca.
La Gran Vía a esta hora no se parece nada a la Gran Vía vespertina y nocturna. Percibo una vez más la grandiosidad de muchos edificios, coronados por picotas con esculturas u otros recursos arquitectónicos. Abundan las lonas publicitarias que cubren trabajos de restauración de fachadas. Al llegar a plaza de España descubro que una vez más está ocupada por casetas y vallas. Está vez es la Federación Madrileña de Fútbol la que ha organizado algún evento mientras prosiguen los trabajos de adecuación del futuro café Cervantes, un bunker horrible que lleva años en el dique seco.

La calle Princesa -sobre todo la plaza de los Cubos- está todavía sin limpiar. Se amontona mucha basura junto a las papeleras. Confieso que me cuesta entender la falta de cultura cívica. ¿Por qué ensuciamos tanto las calles? ¿Por qué no las consideramos como una prolongación de nuestra casa y las cuidamos con esmero? ¿Por qué fiamos todo al trabajo de los limpiadores? Cuanto más multicultural se está volviendo la ciudad, más sucia aparece. Veo a personas que arrojan cualquier cosa (papeles, cajetillas de tabaco vacías, colillas, chicles, etc.) al suelo, aunque tengan una papelera o un contenedor de basura a cinco metros. En este campo envidio los hábitos japoneses.
Llego a casa contento por haber empezado el día más largo del año tomando el pulso a la ciudad y triste por la degradación innecesaria a la que la sometemos. Junto a la corrupción política -tan en el candelero estos días- hay una corrupción cívica y ambiental que no sé cómo se puede combatir. Con estos sentimientos encontrados me preparo para salir dentro de unas horas hacia el Monasterio de la Conversión, en Sotillo de la Adrada (Ávila), donde tendré el retiro de fin de curso con mi comunidad. El día más largo del año lo he comenzado muy pronto en el corazón de Madrid y lo terminaré, si Dios quiere, en el silencio del campo y de un monasterio agustiniano, bajo las estrellas de una calurosa noche de verano. C'est la vie!
Hay una corrupción
ResponderEliminarcívica y ambiental
que me agota.
El esfuerzo
en la verdad,
el bien
la belleza
y la comunión
no es fácil.
Acaso sea
lo que
nos toca
aportar,
sembrar,
irradiar.