martes, 29 de abril de 2025

El gran apagón


No he tenido que romperme la cabeza para titular la entrada de hoy. En sus ediciones impresas, tanto El País como el ABC han elegido el mismo título: El gran apagón. Suena a película clásica de Hollywood. Reconstruyamos los hechos. Lunes 28 de abril de 2025. A las 10,00 me reúno con todo el equipo de la editorial para el briefing de los lunes. Uno de los periodistas nos comunica que va a ser padre por sexta vez. Asombro y felicitaciones. Andamos apurados con el encarte sobre el papa Francisco que vamos a incluir en el número de mayo de la revista Vida Religiosa. A las 11,30 hacemos una pausa para tomar un café. Enseguida reanudamos el trabajo. Hay ganas de tener todo listo antes del puente de mayo. 

A las 12,33 se va repentinamente la luz. Comprobamos que no es una avería casera. Vemos que tampoco hay luz en un supermercado que está al otro lado de la calle. Se forman corrillos de gente en la acera. No sabemos el alcance de lo que ha pasado. No funcionan los teléfonos ni hay conexión a internet. Empiezo a mosquearme. Para relajar el ambiente, suelto una bobada: “¡Atención, chicos, es el comienzo de la tercera guerra mundial!”. Se me ocurre ir a buscar un pequeñísimo transistor que conservo en algún cajón de mi cuarto. Por suerte, tiene unas pilas diminutas en buen estado. Desplazo la tecla del off a FM y -¡oh milagro!- funciona. Sintonizo RNE. Enseguida nos enteramos de que se ha producido un apagón general en toda la península ibérica (España y Portugal) y en algunos puntos del sur de Francia. Se amontonan las informaciones sobre trenes detenidos, caos circulatorio en las grandes ciudades, etc. Decidimos que todos los empleados regresen cuanto antes a sus casas.


Me paso la tarde pendiente del transistor. Pasan las horas sin informaciones oficiales. Hacia las seis escucho la alocución del presidente del gobierno. Describe lo que está pasando, da algunas recomendaciones, nos asegura de que “todo está bajo control”, pero no informa sobre las causas del apagón. Se cura en salud con una frase muy socorrida cuando estalla una crisis: “Todas las hipótesis están abiertas”. Tenemos una reunión comunitaria a las siete. Tomamos conciencia de la situación, rezamos vísperas aprovechando la luz de la tarde y adelantamos la cena. Se respira serenidad, pero también preocupación por las personas más afectadas. 

A las 8,30 de la tarde -ocho horas después del apagón- vuelve la luz. Recorremos la casa apagando interruptores abiertos. La vida parece recobrar la normalidad, aunque en la vecina calle Princesa sigue apagado el alumbrado público. Consigo hablar con algunos familiares y amigos. Todo parece estar en orden. Poco a poco, se va recuperando la normalidad. Se multiplican las noticias sobre el comportamiento ejemplar de los ciudadanos: familias que han acogido en sus casas a viajeros varados en las estaciones de tren, espontáneos que se han puesto a dirigir el tráfico cuando los semáforos no funcionaban, automovilistas que han transportado en su coche a personas que no disponían de otra alternativa, etc. En esta crisis el bien ha ganado por goleada al mal.


Otras noticias de importancia (por ejemplo, el comienzo del cónclave el próximo día 7 de mayo, el procesamiento del hermano del presidente del gobierno, etc. ) pasan a un segundo plano. Como sucede siempre que se produce alguna crisis, hoy se multiplican las preguntas sobre sus causas, su gestión por parte de las autoridades, la respuesta ciudadana, las lecciones aprendidas, etc. Si los días pasados todos éramos vaticanólogos aficionados, hoy nos hemos convertido en ingenieros industriales y discutimos acaloradamente sobre todo lo que pasó. Siempre pensamos que nosotros lo hubiéramos hecho mejor que los técnicos y los políticos, aunque no tengamos ni la más mínima idea de cómo funciona el sistema eléctrico. 

No entro en el debate. Me quedo con algo muy positivo. En mi comunidad -desconectados a la fuerza de internet- tuvimos más tiempo para hablar, rezar, preparar la cena, lavar los platos y, en definitiva, interrumpir el ritmo ordinario y disfrutar de un tiempo más relajado. Me acordé del cartel que figura en algunos bares y otros establecimientos: “Aquí no tenemos wifi. Hablen entre ustedes”. Por unas horas descubrimos el placer de no hacer nada, leer, escuchar la radio (como en los viejos tiempos), desempolvar linternas y velas, conversar sin prisas y estar libres del omnipresente móvil. La llegada de la luz a las 20,30 nos devolvió a la cruda realidad.


2 comentarios:

  1. Gracias Gonzalo por tu reflexión sobre el tema del apagón y contarnos tu experiencia… Para unas pocas poblaciones, de la Plana de Vic, fueron solamente unas 3 horas, tiempo suficiente para ayudarnos a valorar lo que tenemos, incluso las cosas más insignificantes… La imaginación, voló enseguida a aquellas comunidades que, en medio de su pobreza, la electricidad es un bien escaso.

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  2. Qué más quisiera yo que poder acudir al retiro de Pascua! En otro tiempo, en esa Casa de Colmenar pude saborear el gozo de la fraternidad profundizando la palabra de Dios. Mi situación ha variado mucho . . . Que sea de mucho provecho para quienes puedan asistir. Se lo deseo y lo encomendaré al Señor.

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