
La primera lectura nos presenta a Naamán, un general sirio, extranjero, pagano… que termina reconociendo al Dios de Israel. ¿Cómo? A través de una experiencia de sanación. Pero lo más impactante no es solo que quede limpio de la lepra, sino que su corazón se transforma. Pide llevar tierra de Israel para seguir adorando al Señor. Es decir, su encuentro con Dios no se queda en la curación física, sino que toca lo espiritual, lo profundo.
Naamán nos enseña que la fe puede nacer en los márgenes, en los que no están “dentro”, en los que no tienen el lenguaje religioso aprendido. Hace años se hablaba de los “alejados”. ¿Cuántas veces nosotros, que estamos “dentro”, nos quedamos en la superficie? Naamán nos recuerda que Dios se deja encontrar por quien lo busca con sinceridad, aunque venga de lejos. La cercanía-lejanía no se mide en kilómetros o grados de ortodoxia, sino en actitudes del corazón.

El Evangelio lleva este mensaje al extremo. Diez leprosos gritan desde lejos: “Jesús, ten compasión de nosotros”. Es como si estuvieran comenzando el acto penitencial de una misa extraña. Jesús no los toca, ni les da una fórmula mágica para curarlos. Les dice: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Les pide que actúen como si ya estuvieran sanos. Y, mientras caminan, se curan. No es difícil adivinar algo que tiene que ver con nosotros. La fe no consiste solo en pedir, implica también ponerse en camino. A veces queremos milagros sin movernos, respuestas sin compromiso. Pero Jesús sana en el camino. La fe es dinámica, exige pasos, decisiones, riesgo.
El final de la historia es sorprendente: solo uno vuelve para dar gracias por la curación. Para que la sorpresa sea todavía más llamativa, este décimo leproso curado es un samaritano; o sea, un extranjero, hereje e impuro, según los estándares del judaísmo ortodoxo. Pero es precisamente él quien entiende -como el sirio Naamán, otro extranjero- que la sanación no es solo física, sino espiritual. Se postra, agradece, reconoce. Y Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado”. La gratitud abre la puerta a la salvación.

No es difícil que ante la pregunta de Jesús -¿Dónde están los otros nueve?- sintamos una variante muy retadora: ¿Dónde estamos nosotros? ¿Nos hemos acostumbrado a lo que tenemos, incluida la fe? ¿Hacemos de nuestra vida una acción de gracias (es decir, una eucaristía) o nos limitamos a pedir? ¿Reconocemos a Jesús en el camino de la vida o solo lo buscamos cuando tenemos problemas? No se trata de culpabilizarnos, sino de despertar. Todos, en algún momento, hemos sido de los nueve leprosos que no volvieron para dar gracias.
Pero hoy podemos ser como el décimo. Hoy podemos volver, postrarnos, agradecer, reconocer. Y no solo con palabras. La gratitud se expresa en gestos concretos: en el perdón que damos, en el tiempo que ofrecemos, en la generosidad con los que menos tienen, en la fidelidad a nuestra vocación, en el compromiso con la comunidad. Naamán el sirio y el samaritano anónimo nos enseñan que la fe auténtica nace del encuentro, se sostiene en la fidelidad y se expresa en la gratitud. Es hermoso sentirse en la piel del décimo y experimentar que la gratitud derriba muros.
Hoy, nos has ido desmenuzando el evangelio de hoy, en varios puntos… Has abierto una ventana por la que ha entrado mucha luz… Soy consciente de que, en muchas ocasiones, sabemos leer, pero no sabemos meditar.
ResponderEliminarGracias Gonzalo por cómo nos defines hoy la fe auténtica: nace del encuentro, se sostiene en la fidelidad y se expresa en la gratitud.