Mientras me preparo para asistir a la
“pingada” del mayo, leo algunos periódicos digitales para ver cómo está
el mundo. Me sorprende un informe
estadístico sobre la práctica religiosa en España. Me sorprende todavía
más el hecho de que Cataluña, el País Vasco y Galicia encabecen la lista de
comunidades autónomas con menos práctica religiosa. Es verdad que hace más de un
siglo encabezaban la lista contraria, pero han sucedido muchas cosas en las
últimas décadas, además de los normales procesos de secularización
desarrollados en Europa. ¿Es el nacionalismo la “nueva religión” en esas
comunidades? ¿Ha alentado la Iglesia esa opción política para luego, después de
ser usada, verse abandonada por los supuestos beneficiarios? Solo el tiempo nos
ofrecerá una visión objetiva. De momento, estamos en medio de la tormenta. Falta
claridad. Bastante tenemos con procurar que la barca no zozobre y minimizar los
daños. Algunos piensan que lo mejor es tocar
fondo cuanto antes para empezar un nuevo anuncio. Otros consideran imprescindible
hacer antes un diagnóstico valiente de lo que está pasando para no seguir
cometiendo los mismos errores.
Hoy comienzan las fiestas patronales de Vinuesa. Se repetirá
el guion de todos los años. Esta noche, para la ofrenda de la vela a la Virgen
del Pino, se llenará la iglesia. Habrá mucha gente de pie. Mañana seguirá
habiendo mucha gente en la misa de la solemnidad de la Asunción, bajará drásticamente
el día de san Roque, subirá un poco en la misa de difuntos del día 17 y
volveremos a los niveles normales (es decir, muy bajos) el domingo 18.
¿Por qué
se sigue esa secuencia? No lo sé. ¿Por qué muchos de los que participan con devoción
en la ceremonia de la Vela no vuelven a pisar la iglesia hasta el próximo año?
No lo sé. ¿Por qué hay tradiciones que resisten el paso del tiempo y otras se
desmoronan? No lo sé. ¿Influye más el sentimiento que la convicción? No lo sé. ¿Resulta
más atractiva la devoción popular que la liturgia? No lo sé. Imagino que lo que
sucede en mi pueblo se repite en la mayoría de los lugares. Los seres humanos
somos así. Sin aceptar la realidad como es, por contradictoria que parezca, resulta
imposible acompañar cualquier proceso de cambio.
El mundo es como es, no como nos gustaría. Igual que tenemos
que hacer un esfuerzo por aceptarnos a nosotros mismos, necesitamos también
aceptar el mundo que nos rodea, aunque no responda a nuestras expectativas. Lo
que dice el evangelio de Juan es aplicable en todas las situaciones: “Tanto amó
Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no
perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). La verdadera actitud es siempre
el amor y la entrega. Solo quien se entrega, no quien se limita a criticar,
puede cambiar la realidad. Creo que esta es la actitud de todo evangelizador
genuino.
De poco sirve quejarse, aunque tengamos que ser lúcidos y críticos. Lo
que de verdad transforma es el abajamiento de quien busca siempre lo mejor para
los demás, de quien traduce el amor de Dios en gestos de preocupación por cada
persona. Las estadísticas pueden ofrecer algunos indicadores, pero no sirven
para medir la temperatura del amor. Me lo recuerdo a mí mismo en estos tiempos
de cambios tan acelerados. Me lo recuerda la vida luminosa y entregada de san Maximiliano Kolbe, cuya fiesta celebramos hoy.
Cada año me pregunto ¿dónde está toda esta gente el resto de domingos y fiestas de guardar? Y no recuerdan el silencio y el recogimiento q se debe en la Iglesia? La Virgen es Patrona todo el año.
ResponderEliminarMe uno a tus respuestas: “No lo sé”… y me fijo en el título que le das a la entrada de hoy: “Quien ama no se equivoca”…
ResponderEliminarNos dices que “La verdadera actitud es siempre el amor y la entrega.” Y nos das una consigna: “… traducir el amor de Dios en gestos de preocupación por cada persona…”
Gracias Gonzalo… Disfruta de celebrar con los tuyos.