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sábado, 17 de agosto de 2024

Memoria agradecida


El tercer día de las fiestas patronales comienza con la misa por los difuntos. Si el programa se hubiera confeccionado hoy, casi con toda seguridad no se habría incluido un acto de este tipo. Pero somos herederos de una tradición que no separaba la memoria de la fiesta, el pasado del presente y el futuro, los vivos de los difuntos, la vida terrena de la esperanza celeste. Confieso que es una de las celebraciones más sobrias y sentidas de las fiestas. La oración por quienes “nos han precedido en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz” es un deber de gratitud y, sobre todo, una confesión de fe. 

Por mucho que haya cambiado la sensibilidad de las nuevas generaciones, este acto sigue convocando a un buen número de fieles, sobre todo a quienes han perdido a algún ser querido durante el último año. Cuando uno es joven la muerte casi siempre es un asunto de los otros, sobre todo de los mayores. Pero, cuando uno es mayor, comprende muy bien que toda muerte es un asunto propio y que es preferible tenerlo presente antes que ocultarlo. Creo que no hay quien viva mejor, como más energía y gozo, que quien tiene siempre presente la realidad de la muerte y no esconde la cabeza frente a ella.


Durante estos días de fiesta no dejo de sorprenderme del contraste entre unas fiestas concebidas hace siglos en el marco de una sociedad cristiana y unas fiestas actualizadas cada año en una sociedad casi pagana. El hecho de que no se haya suprimido de un plumazo la tradición indica, más allá de querencias estéticas, que todos nosotros descubrimos en la tradición un núcleo de verdad, bondad y belleza que sigue interpelándonos hoy, aunque no comportamos todos sus pormenores. En el fondo, no hay nada más regenerador que una tradición viva. 

Las sociedades que pierden sus tradiciones están condenadas a la tiranía del presente. Por eso me gusta tanto ver a jóvenes de 18 o 20 años que, vestidos con el traje típico, son capaces de participar en una performance como la pinochada y a renglón seguido en la celebración eucarística. Ya sé que puede haber dentro una ensalada de motivaciones, desde las más profundas a las más superficiales, pero, mientras haya ascuas, puede surgir el fuego. No importa si a menudo las ascuas están recubiertas de un exceso de ceniza.


Lo que percibo en mi pueblo (esta simbiosis entre tradición y modernidad) es un símbolo de lo que le puede (le debe) pasar a Europa. Cuando el continente se reconcilie con su pasado, lo discierna bien, separe el oro de la ganga, estará en condiciones de abrir un nuevo futuro. Mientras siga dando la espalda a lo que ha sido y se entretenga en un presente incierto, el futuro que le aguarda será mezquino. Tenemos una historia hermosa que merece la pena ser conocida, contada y celebrada. 

La historia no la constituyen solo las gestas de los poderosos, sino el avance silencioso de muchos pueblos que han vivido, sufrido y gozado bajo la guía de la fe. El hecho de que no todas las páginas sean luminosas no resta significado a la trayectoria. Reconocer y aceptar los errores forma parte también de una lectura sapiencial de la historia.

1 comentario:

  1. Gracias por abrirnos nuevas perspectivas con tu comentario de “Memoria agradecida” ofreciéndonos contemplarla desde el deber de gratitud y tomar conciencia de que es una confesión de fe. Poder vivirlo así, nos aparta muchas nubes.
    Gracias también Gonzalo por tu mensaje que nos invita a reflexionar donde encontramos ‘ascuas’ en nuestra vida, aunque estén recubiertas de un exceso de ceniza.

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