En la audiencia de hoy miércoles, memoria de san Agustín de Hipona, el papa Francisco ha dejado de lado sus catequesis sobre el Espíritu Santo y ha ofrecido una alocución titulada Mar y desierto sobre “las personas que – también en este momento – están atravesando mares y desiertos para llegar a una tierra donde puedan vivir en paz y seguridad”. Ha hablado, en definitiva, de la realidad de la emigración que afecta a millones de personas en todo el mundo. Por lo que se refiere a Europa, ha vuelto a repetir que “el mare nostrum, lugar de comunicación entre pueblos y civilizaciones, se ha convertido en un cementerio”.
Luego, con voz enérgica, ha sido muy explícito: “Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los migrantes – para repeler a los migrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave. No olvidemos lo que dice la Biblia: «No maltratarás ni oprimirás al emigrante» (Ex 22,20). El huérfano, la viuda y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y pide defender”. Las palabras del Papa van dirigidas a algunos políticos oportunistas, pero también a todos nosotros que no logramos descubrir en nuestra fe cristiana la fuerza suficiente para escuchar este clamor.
Después de realizar un rápido diagnóstico de la situación, ha ofrecido su camino de futuro: “En esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar y están, desafortunadamente. Pero no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y las vías de acceso legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución y de tantas calamidades; lo conseguiremos fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena”.
Lo paradójico del caso es que, además de responder a las necesidades de las personas que tienen que salir de sus países a causa de la guerra, el hambre, las enfermedades, las persecuciones o la falta de empleo, Europa necesita su concurso para seguir funcionando como sociedad. Nos necesitamos los unos a los otros.
Me detengo en esta catequesis del papa Francisco porque precisamente ayer por la noche vi con un amigo la película El salto, del cineasta Benito Zambrano, que se estrenó el pasado mes de abril. La verdad es que las reacciones del público y de la crítica no fueron muy positivas. Muchos consideran que la cinta sucumbe a los estereotipos sobre la inmigración y los protagonistas ofrecen una interpretación acartonada. Puede ser, pero nos recuerda una vez más el drama que estamos viviendo desde años y para el que no acabamos de encontrar una solución justa y eficaz.
Cuando veo a los manteros que pululan en torno a la Puerta del Sol de Madrid o al africano que en los últimos días dormía en la esquina del bloque donde está mi casa, no puedo permanecer callado. Además de la indiferencia de buena parte de la población y a veces de la pasividad de las autoridades, lo que más me indigna es el sacrílego negocio de las mafias, que se aprovechan de la necesidad humana para lucrarse. Mientras inventamos excusas y ponemos parches, miles de personas siguen muriendo en los “mares y desiertos” por los que transitan en búsqueda de una tierra prometida que para muchos nunca llega. Se nos pedirá cuenta. Tampoco nosotros tenemos los papeles del amor en regla.
Si fuéramos capaces de acoger al emigrante que llega huyendo del sufrimiento, que deja lo poco que tiene, con la esperanza de una vida mejor y ser capaces de mirarle cara a cara, sus ojos que nos hablan por sí solos de pena, de tristeza, de humillación, de esperanza… Nuestra vida y la de ellos sería diferente.
ResponderEliminarMe lleva a reflexionar sobre mi vida cuando leo: “Tampoco nosotros tenemos los papeles del amor en regla.”
Gracias Gonzalo por ayudarnos a tomar conciencia del tema.