Por dos veces se repite esta pregunta en el Evangelio de este Martes de la Octava de Pascua. La primera vez la formulan “dos ángeles vestidos de blanco”. La segunda es Jesús mismo quien se dirige a María Magdalena con las mismas palabras. La respuesta que María da a los ángeles es: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. La respuesta que le da a Jesús, a quien confunde con el hortelano, es ligeramente distinta: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. En cualquier caso, antes de pronunciar palabra, María Magdalena expresa con lágrimas su sentimiento al comprobar que “su Señor” no está en el sepulcro y no saber dónde lo han puesto. Las lágrimas de la Magdalena son más elocuentes que cualquier declaración. Se parecen a las de quienes a veces hoy nos preguntamos lo mismo que ella: ¿Quién se ha llevado a Jesús? ¿Dónde lo han puesto?
Durante la pasada Semana Santa leí varias columnas periodísticas de escritores que no conocía en las que hacían gala de ser fanáticos de la Semana Santa, pero marcando distancia de su significado cristiano y, sobre todo, de su “secuestro eclesiástico” (sic). Les resultaba admirable el hecho de que miles de personas se echaran a las calles y de que la historia de la Semana Santa pareciera un guion de película (quizás mejor una serie) en la que aparecen los principales elementos de un thriller: amistad, traición, nocturnidad, condena, sufrimiento y muerte. Lo que viene luego (la experiencia de la resurrección) carecía de verosimilitud y de interés. La Semana Santa podía terminar perfectamente con la sepultura del protagonista.
Magdalena llora, no encuentra a Jesús… le cuesta reconocerlo… También en nosotros, los que hoy le buscamos, hay momentos de desánimo, de llorar de impotencia, nos cuesta reconocerle porque nos sorprende, llegando a nosotros de maneras diferentes que no esperamos. Viene disfrazado de un pobre hombre vestido con harapos, una viejecita que no se vale de sí misma y está de duelo porque muere su hija que le cuida, una madre con tres hijos pequeños y tiene apuros para darles lo necesario y la lista no se acaba.
ResponderEliminarGracias Gonzalo por ayudarnos a descubrir a este Jesús que se nos presenta de maneras que nos cuesta reconocerle.