¿Cómo es posible que un grupo que ha traicionado a su Maestro se convierta en promotor de su causa? ¿Cómo se pasa de la dispersión a la reunión, de la frustración al entusiasmo y de la tristeza a la alegría? ¿Qué tiene que suceder para que esto ocurra en un breve lapso de tiempo, sin terapias de recuperación, sin dinámicas de grupo y sin talleres de liderazgo? La respuesta que el Nuevo Testamento da a estas y parecidas preguntas es clara, contundente y sostenida: todos los afectados han vivido en carne propia una experiencia de “encuentro” con el Cristo resucitado.
Las palabras se quedan cortas para expresar esta novedad. Hablan de despertar del sueño de la muerte, de resurrección, de exaltación… Utilizan fórmulas litúrgicas y catequéticas (“Verdaderamente ha resucitado el Señor”), componen relatos de la tumba vacía y, sobre todo, narran diversas “apariciones” del Resucitado a María Magdalena, a otras mujeres, a dos discípulos que se dirigen a Emaús y a los once reunidos en Jerusalén. Precisamente en este II Domingo de Pascua, el Evangelio de Juan nos habla de dos apariciones de Jesús a sus discípulos reunidos “en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”.
Las dos apariciones suceden en el primer día de la semana; o sea, en el domingo, el día del Señor. Quienes leemos hoy estos textos ya sabemos que el evangelista, con esa indicación que parece secundaria, nos está transmitiendo un claro mensaje. Cada vez que una comunidad cristiana se reúne el domingo, el Señor se hace presente de un modo nuevo. Frente al “síndrome del domingo” y el “odio al domingo”, los cristianos estamos llamados a celebrar con entusiasmo este “octavo día” porque en él sucede siempre una transfiguración, un milagro de encuentro con el Resucitado y entre nosotros. ¡Y un vibrante envío misionero!
Me cuesta mucho entender a los creyentes que, en vez de vestirse de fiesta y participar en la Eucaristía dominical, se enfundan un chándal, se calzan unas zapatillas deportivas y se dedican a lavar el coche, pasear el perro, trotar por un parque o ir al supermercado. Algo grave nos está sucediendo cuando perdemos el significado del domingo y no percibimos sus consecuencias. Hay incluso catequistas de primera comunión y confirmación, monitores de grupos cristianos y otros responsables pastorales que solo celebran la Eucaristía dominical si no tienen otra cosa más interesante que hacer el domingo. ¡Y luego nos quejamos de que se nos hace cuesta arriba creer o de que vivimos un cristianismo muy subjetivo y poco comunitario!
¿Qué nos dice Juan cuando nos habla de estas reuniones dominicales de la comunidad? Nos dice que el Resucitado:
- Traspasa las puertas del miedo y nos saluda siempre con el don de la paz, que es como decir con la plenitud de bienes mesiánicos. No nos reprocha lo que hayamos hecho antes (olvidos, traiciones, huidas), sino que nos abre un camino de futuro basado en el amor. No es extraño, pues, que en este día se celebre el domingo de la Divina Misericordia.
- Nos hace partícipes de su misión. Igual que el Padre lo ha enviado a él, él sigue enviándonos a nosotros a todos los lugares, sin tener en cuenta nuestros temores e inconsistencias. Por eso, en este domingo celebramos también el Día de la Misión Claretiana.
- Nos concede el don del Espíritu (el pentecostés joánico) para llevar a todos el don del perdón y la reconciliación y así restaurar la fraternidad dañada y acercarnos al sueño comunitario como se nos presenta en los Hechos de los Apóstoles (primera lectura): “Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común”.
Si nosotros dudamos como Tomás (es decir, como todos), el Resucitado:
- Nos invita a meter la mano en su costado (aunque Tomás no llegó a hacerlo), a comprobar que no es un fantasma, sino el Crucificado con una nueva vida. Sus heridas nos han curado... también de la increencia.
- Nos regala una bienaventuranza que no figura en las listas de Mateo o de Lucas (la bienaventuranza joánica por excelencia) y que nos alcanza a nosotros, creyentes de última generación: “Bienaventurados los que crean sin haber visto”. Isabel ya la había aplicado a María de Nazaret, la creyente por antonomasia: “Bienaventurada tú que has creído”.
Si nos perdemos las asambleas dominicales, si desertamos de los encuentros con la comunidad (parroquial, religiosa, de base, etc.), acabaremos por no saber quién es Jesús, buscaremos “pruebas” apodícticas de su presencia y, sobre todo, nos privaremos de “los milagros del domingo” en los que el Resucitado sigue acercándose a nosotros, perdonándonos, rehaciendo la comunidad y enviándonos en misión con la fuerza de su Espíritu a “tocar” -ahora sí- las heridas de quienes viven en los márgenes de la vida.
Junto con dos compañeros claretianos de Argentina y Ghana, ayer por la tarde pasé cinco horas en la Cibeles madrileña celebrando la Fiesta de la Resurrección. Me gusta sentirme pueblo junto a familias enteras, niños, adolescentes, jóvenes (muchos) y adultos. Me gusta cantar y bailar. Me gusta escuchar el saludo del arzobispo de Madrid desde el escenario, la música del Pulpo DJ, de Estenez Music, del grupo británico HTB, de Juan Peña cantando con todo el gentío el “No dudaría” de Antonio Flores, de Marilia (una de las componentes de Ella baila sola) y de Modestia Aparte.
Vibré algo menos -aunque el público sí lo hizo masivamente- con el famoso padre Guilherme (el DJ portugués de la JMJ de Lisboa) y con Hakuna Group Music, que cerró la maratoniana fiesta. Los más jóvenes se sabían de memoria sus canciones y las coreaban y bailaban con entusiasmo. Está claro que pertenezco a otra generación.
Más allá de gustos y sensibilidades, lo importante era que, de principio a fin, se trataba de celebrar musicalmente la Resurrección, no de hacer una catequesis sobre el acontecimiento o de diseccionar con maestría forense cada una de las actuaciones. ¡Que se repita! La Eucaristía del domingo se prolonga en estas manifestaciones festivas, públicas y multitudinarias de la fe.
¡Feliz Pascua! Que tu vida siga expresando de tantos modos el gozo del ENCUENTRO. Felices los que creen sin haber visto. ¿Transfigurados?... más bien en proceso de transformación, diría yo. De renovado encuentro con el Resucitado dentro de nosotros y en los demás. En todos y, especialmente, en los llagados. En las heridas propias y ajenas. ¡Qué dificil! Un abrazo pascual.
ResponderEliminarGracias por el tu presencia ayer en Cibeles y que nos la compartas.Yo, sintiéndolo mucho, este año no pude asistir por mis circunstancias, pero estuve allí con mi corazón y gozando su celebración.❤️🎉😘
ResponderEliminarGracias por compartir tus vivencias en “La fiesta de la Resurrección”. A mí me recuerda que la unión hace la fuerza… No tendría el mismo eco si cada cual lo celebrara solamente en su parroquia y/o barrio.
ResponderEliminarHoy nos has hecho toda una catequesis del domingo… Has refrescado conceptos que si alguien no nos los recuerda se olvidan. Y haces hincapié en que para comprender y dar respuesta a planteamientos del Nuevo Testamento, necesitamos estar dispuestos a “vivir en carne propia una experiencia de ‘encuentro’ con el Cristo resucitado.
Gracias Gonzalo por todas las pistas que nos das y porque con tu testimonio contagias la alegría de la Resurrección y del “encuentro”.
Estuve a punto de ir al concierto con varios nietos....
ResponderEliminarDa alegría ver a los jóvenes como siguen a Jesús con sus canciones....
Feliz Pascua de Resurrección y enhorabuena Gonzalo por ese ánimo de ir y compartir...