Me gusta mucho el verbo “escabullirse”. Según el diccionario de la RAE, las tres primeras acepciones son: 1) salir de un encierro, de una enfermedad o de un peligro; 2) dicho de una cosa: irse o escaparse de entre las manos; 3) dicho de una persona: apartarse, sin que de momento se note, de la compañía en que estaba. Es el verbo que usa el Evangelio de hoy para hablar de Jesús: “Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos”.
En este Viernes de Dolores, en vísperas de la Semana Santa, me parece que a menudo también a nosotros se nos escabulle Jesús. Tenemos la impresión de que creemos en él “por defecto”, como si alguien hubiera instalado en nuestro disco duro la aplicación de la fe. Pero esa aplicación se vuelve pronto obsoleta. Necesitamos actualizarla continuamente para que funcione bien en la vida cotidiana. Si no, se bloquea. Entonces, ese Jesús que teníamos al alcance la mano, como algo adquirido para siempre, se nos escabulle casi sin darnos cuenta.
Hoy millones de personas se han puesto en camino hacia los pueblos y ciudades donde pasarán la Semana Santa. En muchos lugares se tienen las primeras procesiones nocturnas. Hay cofrades que llevan todo el año soñando estos días. Lo que más temen es que el mal tiempo arruine sus sueños y no puedan procesionar.
¿Por qué la Semana Santa sigue teniendo tanto tirón si hace tiempo que hemos conseguido el título de sociedad secularizada y los más ilustrados se empeñan en decir que se trata solo de residuos culturales o de ritos atávicos que tienen poco que ver con Jesús y su Evangelio?
Confieso que, más de una vez, en medio de una celebración de Semana Santa exquisitamente preparada, o en el silencio emocionante de una procesión callejera, he sentido que Jesús se escabullía discretamente mientras nosotros poníamos alma, vida y corazón en ejecutar estas acciones con orden y belleza. Jesús es siempre un insumiso que se ofrece con libertad, pero no se deja capturar. Se escapa cada vez que queremos apropiarnos de su persona y su mensaje.
Por eso, me parece que solo podemos vivir con verdad la Semana Santa cuando tomamos distancia de nuestros ritos y tradiciones y nos dejamos sorprender por los modos que Jesús emplea para llegar a los seres humanos. A veces, coinciden con los que nosotros consideramos tradicionales, sagrados, pero muy a menudo sus caminos no son los nuestros. Él se escabulle de todo encasillamiento y se manifiesta donde un ser humano sufre, busca o se arrepiente. Hay “semanas santas” que no caben en un cartel turístico o en el tablón de anuncios de una iglesia porque se producen en el corazón de las personas, allí donde se libra la batalla entre creer o desconfiar, amar u odiar, conformarse o buscar, aislarse o donarse.
Cuando nuestra vida sintoniza con estas “semanas santas” a pie de calle, entonces las otras (la litúrgica y la devocional) se cargan de sentido. Nos sirven para actualizar el misterio del Cristo que sigue muriendo y resucitando, para honrar su memoria con sentimiento y belleza, para afinar el corazón y los ojos de manera que podamos reconocerlo en las costuras de la vida, allí donde él se refugia cuando se escabulle de nuestros montajes demasiado interesados.
Cuántas veces, siendo inconsciente de ello, Jesús “se escabulle” de mi vida.
ResponderEliminarHoy he elegido, de entre todo lo que nos dices, tres pistas que, por lo menos a mí, me pueden ayudar a vivir y profundizar esta Semana Santa, para que no sea yo la que “me escabulle” y me vaya por otros derroteros.
1. Jesús es siempre un insumiso que se ofrece con libertad, pero no se deja capturar. Se escapa cada vez que queremos apropiarnos de su persona y su mensaje.
2. … muy a menudo sus caminos no son los nuestros. Él se escabulle de todo encasillamiento y se manifiesta donde un ser humano sufre, busca o se arrepiente.
3. … para afinar el corazón y los ojos de manera que podamos reconocerlo en las costuras de la vida, allí donde él se refugia cuando se escabulle de nuestros montajes demasiado interesados.
Gracias Gonzalo, por este tema interpelador y profundo.