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jueves, 21 de marzo de 2024

¿Más perros que niños?


Apenas veo carritos de bebés por las calles de mi barrio. Veo -eso sí- decenas de niños y adolescentes porque hay varios colegios en la zona. A uno de ellos acudo cada mañana. Me alegra observar a los más pequeños descendiendo del autobús escolar con sus mochilitas a la espalda. Pero lo que veo a cualquier hora (sobre todo, por la mañana y al final de la tarde) es a muchas personas que pasean a sus perros. Hay canes de todas clases, desde pequeños chihuahuas hasta enhiestos pastores alemanes, pasando por peludos pekineses. Sus dueños pueden ser jóvenes o de mediana edad, pero predomina la gente mayor. 

Aunque algunos van provistos de bolsitas de plástico para recoger los excrementos (en caso de que sus canes se pongan a defecar en plena calle, lo cual suele ser muy común), no faltan residuos malolientes y olvidados (sobre todo, en los alcorques de los árboles) que algunos viandantes pisan sin darse cuenta con el justificable enfado. No entro ya en la costumbre más frecuente de orinar junto a las puertas de los edificios o en las esquinas. Sé que, al abordar este controvertido asunto, me meto en un charco, pero creo que no va a llegar la sangre al río. 


Hace tiempo que tenía pensado escribir sobre esta proliferación de perros urbanos y sobre la desidia de muchos de sus dueños, pero me he contenido un poco porque algunos de mis amigos profesan tal amor a sus canes que podrían darse por aludidos y, en consecuencia, sentirse ofendidos. No es mi intención. 

Desde niño he visto perros a mi alrededor. Y digo bien (a mi alrededor) porque nunca tuve la experiencia de tener un perro dentro de casa. Mi abuelo materno siempre se hacía acompañar por un pastor alemán que solía llamarse Popy y que disponía de su propia caseta para pernoctar en tiempo de invierno.  Cuando venía  a visitarnos (cosa que hacía casi todas las noches), el perro lo esperaba a la puerta. Jamás osaba cruzar el umbral. En aquella época los espacios estaban bien delimitados. Quizá por esa distancia profiláctica carezco de la sensibilidad que observo en muchas personas de hoy, para las cuales los perros son como miembros de la familia con muchos derechos y escasos deberes. 

Varios amigos me han dicho que la compañía de los perros puede llegar a ser más satisfactoria que la de los humanos. Proporcionan un cariño incondicional sin demasiados altibajos emocionales, exigen muy poco a cambio de atención y, sobre todo, a diferencia de los humanos, no te enredan en madejas afectivas. Ya escribía el jesuita Carlos González Vallés en uno de sus libros que un compañero suyo solía decir irónicamente: “Si quieres cariño en la Compañía de Jesús, cómprate un perro”. 

De nuevo confieso mi ignorancia. Pido perdón por mi falta de tacto y de finura a quienes han desarrollado una exquisita sensibilidad hacia los perros. A pesar de estas observaciones críticas, también yo disfruto con la belleza, inteligencia y fidelidad de estos animales. Y comprendo que la relación con ellos ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Quizás hemos pasado de una relación utilitarista (guardianes de la casa o del ganado) a otra más convivencial. Es probable que tengamos que cambiar el punto de vista.

Pero, dicho esto, me atrevo también a expresar algunas reservas y perplejidades. He aludido ya, de manera suave, a la suciedad urbana que provocan, aunque los humanos no nos quedamos atrás. Todas las mañanas veo al portero de una finca contigua a mi casa fregando con jabón y lejía las huellas mingitorias caninas que indefectiblemente decoran los bajos de la fachada. También mi comunidad hace algo parecido de vez en cuando, pero no hay fregonas suficientes para aplicar el mismo procedimiento al resto de la calle. [Por cierto, si los perros se han humanizado tanto, ¿no sería conveniente educarlos para que hicieran sus necesidades en un lugar apropiado de la propia casa y no en la calle de todos?].


Aunque esta falta de conciencia cívica me molesta porque degrada la convivencia, mi preocupación va más allá de la limpieza. ¿Qué significa, en el fondo, esta proliferación de perros domésticos y urbanos? ¿Se han convertido en sustitutivos de los niños (en el caso de las familias jóvenes), de los compañeros (en el caso de los hombres y mujeres de mediana edad) o de los cuidadores (en el caso de los ancianos)? ¿Proporcionan más satisfacciones que los humanos sin exigir especiales sacrificios, salvo el de alimentarlos bien y pasearlos un par de veces al día (lo que, por otra parte, es saludable para sus dueños)? ¿Estamos viviendo una “epidemia de soledad” porque ya no estamos dispuestos a cargar con la fatiga y la responsabilidad que suponen las relaciones entre humanos y preferimos la compañía de los perros? 

He oído opiniones para todos los gustos. Como en tantos otros asuntos, tengo más preguntas que respuestas. Pero, a pesar de todas las comodidades de que gozan hoy, no estoy seguro de que me gustara ser un perro humanizado entre algodones, cubierto con un abriguito de lana, cuando genéticamente estoy hecho para correr, saltar, enfrentarme a los elementos y, si llega el caso, morder con autoridad. 

Ayer vi un vídeo en el que una personalidad muy conocida, cuyo nombre prefiero ocultar, consideraba que la proliferación de perros urbanos como “compañeros de fatigas” es un síntoma elocuente de la decadencia europea. Mientras reducimos a índices bajísimos la natalidad, que es un signo de vigor y de esperanza (el factor principal para asegurar el futuro), multiplicamos el número de perros. No está mal pensar dos veces este asunto. Mientras tanto, hagamos cursillos acelerados de control de esfínteres.

Prometo escribir otra entrada sobre la entrañable complicidad que puede llegar a establecerse entre un humano y un perro para mostrar que no tengo nada contra la especie. Lo crítico no quita lo cortés.

1 comentario:

  1. Tema, el de los perros, polémico, según desde que perspectiva se mire.
    El problema es cuando “son utilizados” para llenar estos espacios afectivos de los que mucha gente no sabe llenar de otra manera. Pero también, a veces, son terapéuticos para varias situaciones y una de ellas es cuando ayudan a personas muy cerradas en sí mismas a desbloquearse y sacar su afectividad hacia ellos; conozco algunos casos.
    Sí, se dice que, en algunos lugares, hay más perros que niños… Hemos llegado a unos extremos impensables. Esta semana misma vi a una mujer, de mediana edad, llevando a su perro con un cochecito de bebés.
    Gracias Gonzalo, porque esta reflexión tiene su mella.

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