Se cumplen hoy once años de la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como Papa de la Iglesia católica. Recuerdo muy bien aquella tarde lluviosa del 13 de marzo de 2013. En cuanto la RAI dio la noticia de que había aparecido la fumata bianca en la chimenea de la Capilla Sixtina, me precipité corriendo a la plaza de san Pedro. Tardé poco más de 40 minutos en llegar. No tomé ningún medio público. Fui a pie desde mi casa en Roma. Pasaban pocos minutos de las siete de la tarde. Poco a poco, la plaza se fue llenando de gente con paraguas. Creo que, una hora después, apareció el nuevo Papa sonriente en el balcón de la logia de la basílica de san Pedro.
El cardenal protodiácono, el francés Jean-Louis Tauran, pronunció la fórmula de rigor con voz temblorosa: “Annuntio vobis Gaudium Magnum: Habemus Papam. Eminentissimum ac reverendissimum dominum, dominum Georgium Marium, Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio; qui sibi nomen imposuit Franciscum” (Os anuncio una gran alegría: ¡tenemos papa! El eminentísimo y reverendísimo señor don Jorge Mario, cardenal Bergoglio de la Santa Iglesia Romana, quien se ha puesto el nombre de Francisco). Para mí era una figura muy conocida. La Editorial Claretiana de Buenos Aires publicaba sus libros como arzobispo de la capital porteña.
A mí lado había una pareja de jóvenes italianos que mostraron su sorpresa ya que no sabían quién era el tal Bergoglio. Supuse que se sentían frustrados porque el cónclave no había elegido a un Papa italiano. ¡Y ya iban tres desde Juan Pablo II! Así que, ni corto ni perezoso, con afán de atemperar su decepción, les dije: “Il nuevo Papa è argentino, ma di origine italiana” (el nuevo Papa es argentino, pero de origen italiano). No me esperaba su reacción: “Siamo contenti, noi non volevamo un Papa italiano” (Estamos contentos, nosotros no queríamos un papa italiano).
A lo largo de estos años, el entusiasmo inicial ha ido evolucionando hacia una opinión pública cada vez más polarizada. En general, los sectores progresistas (tanto dentro como fuera de la Iglesia) lo siguen viendo con simpatía, aunque no siempre compartan todos sus puntos de vista o estén dispuestos a secundar sus orientaciones. Los sectores más conservadores (católicos o no) han ido incrementando sus críticas. Algunos extremistas han llegado incluso a cuestionar la validez de su elección. A medida que se acerca el final del pontificado (la edad del Papa no perdona), se hacen más duras y abiertas las críticas. La declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha sido la gota que ha colmado el vaso. Episcopados enteros de África han dicho que no piensan aplicarla en sus diócesis.
He escrito muchas veces en este Rincón sobre el papa Francisco. Corro el riesgo de repetirme, si es que no he caído ya en él, pero la fecha de hoy exige un nuevo acercamiento lo más objetivo posible. Sé que entre los lectores del Rincón hay entusiastas defensores del Papa y probablemente algunos detractores. Comprendo muy bien que, más allá de su significado religioso, una figura humana como la suya suscite simpatías y antipatías casi a partes iguales. Comprendo que las personas más críticas sintonicen con algunos elementos de su estilo pastoral y cuestionen otros. Me parece normal y saludable. Siempre ha sucedido (aunque no siempre ha sido posible exteriorizarlo) y supongo que seguirá sucediendo. Y más en una Iglesia que no solo tolera, sino que defiende la libertad de expresión y la necesidad de que haya en su seno una madura opinión pública.
Lo que me resulta sospechoso y muy preocupante es la inquina que algunos sedicentes católicos muestran hacia el Papa Francisco. Como si algunas de sus posiciones hubieran tocado fibras muy profundas que han hecho tambalear su fe. O, por lo menos, su manera de entender la fe. ¿De dónde surge ese “exceso” de crítica? ¿Qué significa? ¿Tiene que ver con cuestiones que se refieren al dogma y a la moral o, más bien, con el estilo “desenfadado” del Papa y sus modos poco vaticanos (y muy porteños) de conducirse?
No tengo respuestas precisas, pero intuyo que en bastantes casos la animadversión procede del hecho de que el Papa Francisco, con su vuelta “ingenua” (franciscana) a lo esencial del Evangelio, con sus rupturas del protocolo, los descoloca, los obliga a replantearse muchas cosas que daban por sentadas y que no eran sino tradiciones humanas, los empuja a un estilo de vida más sencillo y misericordioso. ¡Necesitábamos una sacudida de este tipo para no hacer de la fe algo automático y bajo control!
Sea como fuere, lo propio de las personas maduras es hablar con argumentos objetivos, superar las reacciones viscerales, evitar las acusaciones infundadas y dejarse cuestionar por aquellos que nos obligan a ensanchar nuestro horizonte mental y afectivo. Me dan más miedo los que tienen respuestas contundentes para todo que los que se atreven a hacerse preguntas con humildad.
Expresar, escuchar y discernir las diferentes maneras de ver y leer las posibilidades de una persona o sociedad es saludable, aquello que no se puede controlar es la fe en Jesucristo y la manera de vivirla individual o colentivamente, que en algunos casos llega a ser profecía y llevar hasta la cruz. Gracias Papa Francisco por su testimonio.🙏
ResponderEliminar" Sonrisa y buen humor"( Papa Francisco ).Recemos y actuemos , para que sean signos identitarios, de los que creemos y seguimos a Jesús.
ResponderEliminar¡GRACIAS ,Gonzalo!.