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miércoles, 1 de noviembre de 2023

Mis santos favoritos


Este año, con motivo de la solemnidad de Todos los Santos, me he fijado más en la primera lectura del Apocalipsis que en el evangelio que narra las bienaventuranzas. Me impresiona la visión de “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”. Me gustaría formar parte de esa muchedumbre incontable, quizás porque la mirada corta nos sumerge en un mundo polarizado, violento y triste. 

La fiesta de Todos los Santos hace que alcemos nuestra mirada hacia lo que nos aguarda para que después la bajemos con más esperanza hacia lo que estamos viviendo. Si no fuera por la fuerza de la Palabra de Dios, que no depende de nuestro estado de ánimo o de los vaivenes de la historia, acabaríamos prisioneros de nuestras menguadas experiencias. La Palabra de Dios nos hace remontar el vuelo, soñar, esperar. Como leemos en la segunda lectura, “ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3,2).


Los santos ya están viendo a Dios. La visión ha sustituido a la promesa. Desde niño he sentido predilección por algunos de los santos “canonizados”. Confieso que otros me caían antipáticos, tal vez por una mala presentación o por una iconografía tétrica. 

Entre mis favoritos figuraban san Antonio Abad (cuya fiesta se celebraba a mediados del mes más frío del año y cuya imagen siempre estaba acompañada por un cerdito), san Blas (porque los roscos bendecidos el día de su fiesta tenían propiedades curativas de las afecciones de garganta), Santiago (impresionante a lomos de su caballo blanco) y san Roque (patrón de mi pueblo y amigo de su fiel perro). 

Años después, me sentí atraído por la figura de san Francisco de Asís (sobre todo después de haber visto la película Hermano sol, hermana luna y leer el libro de Eloi Lecrerc Sabiduría de un pobre) y, por supuesto, por la del gran misionero san Antonio María Claret. Creo que sabía más detalles de su vida cuando tenía doce o trece años que ahora. 

Más adelante, me atrajeron las figuras de san Francisco Javier (por sus aventuras misioneras), santa Teresa del Niño Jesús (por su espiritualidad de andar por casa) y san Juan de la Cruz (por sus poemas maravillosos). La figura de santa Teresa de Ávila se me hizo más cercana con la serie televisiva protagonizada por Concha Velasco. A san Ignacio de Loyola lo descubrí mucho más tarde porque, de entrada, me resultaba poco simpático. La lista es más larga (incluye a otros santos más modernos como Charles de Foucauld, Maximiliano Kolbe, Edith Stein, etc.), pero me detengo aquí.


Hoy por hoy, mis santos favoritos son de otra categoría. Todos pertenecen al grupo de los no canonizados. O, dicho de manera más positiva, al de los santos de la puerta de al lado. Actualizo la lista que ya presenté en este Rincón hace cuatro años. Mis santos favoritos son:
  • Los ancianos que contra viento y marea han madurado una fe profunda que se expresa con igual fuerza en la participación asidua en los sacramentos de la Iglesia y en una disponibilidad total para ayudar a sus hijos, nietos, vecinos y personas necesitadas.
  • Los padres y madres de familia que se sacrifican por educar a sus hijos sin recordar constantemente lo mucho que están dando y sin exigir contraprestaciones.
  • Los hombres y mujeres (médicos, enfermeros, auxiliares) que hacen de su profesión sanitaria un servicio competente, respetuoso, cordial y sostenido a los enfermos en sus horas más bajas.
  • Los sacerdotes que no se abandonan al pesimismo o a la rutina y que, en medio de un contexto a menudo indiferente o incluso hostil, siguen entregándose al servicio de sus comunidades sin esperar nada a cambio.
  • Los religiosos contemplativos que siguen creyendo en el poder de la oración y por eso le presentan a Dios las muchas necesidades que llegan hasta sus corazones.
  • Los jóvenes que no se dejan dominar por la presión social o por la moda y se esfuerzan por buscar con sinceridad el sentido profundo de sus vidas.
  • Las personas necesitadas que no tienen a nadie que las proteja y que ponen toda su confianza en Dios como su único abogado defensor.
En cada una de estas categorías podría poner algunos nombres concretos. Son mis santos favoritos, a los que todavía no me encomiendo, pero en cuyas vidas veo con claridad signos de lo que el Espíritu está realizando hoy en el mundo. Todos ellos y ellas forman parte de esa muchedumbre incontable que han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero.

1 comentario:

  1. Tenemos santos a los que no percibimos: “los santos de la puerta de al lado.” Hay personas muy sencillas que nos dan mucho testimonio con su vida…
    Uno de los santos que más recuerdo que me interpelaron, en mi adolescencia, fue santa Gema Galgani, la descubrí porque el cura de la parroquia, nos regaló un libro a cada catequista y a mí me regaló el de la vida de santa Gema. No la comprendí del todo, me parecía inimitable, pero me marcó y todavía, ahora, en algunos momentos, me viene su recuerdo.
    Coincido contigo con san Francisco de Asís que también leí el libro que nos citas, san Francisco Javier por su espíritu luchador y misionero y san Antonio M. Claret que he conocido a través de los Misioneros claretianos y los Seglares claretianos. El espíritu de Claret es para todo el mundo.
    Gracias Gonzalo por ayudarnos, en este día, a descubrir que hay santos canonizados y otros que no lo son, pero que su testimonio también nos lleva a Dios.

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