Hoy es el último domingo del año litúrgico. La solemnidad de Jesucristo, Rey del universo pone punto final a una nueva vuelta en esta espiral que va recorriendo y celebrando los misterios de la fe a lo largo de doce meses. Por si las duras experiencias que estamos viviendo nos hubieran robado la esperanza, Pablo, en su primera carta a los corintios (segunda lectura) nos la devuelve con creces: “Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos”.
La historia no se le escapa a Dios de las manos. Cristo, con la fuerza del amor, devolverá todo a Dios para que “Dios sea todo en todos”. Cuando esta fe se enraíza en nosotros, podemos afrontar la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad de la cultura actual (cultura VICA) desde una visión clara y luminosa. La última palabra de la historia no la tendrá la muerte, sino Cristo.
¿Cómo vivir mientras tanto la batalla de cada día? Tenemos dos posibilidades. Como una anticipación del infierno o como una anticipación del cielo. Ambas realidades han comenzado ya, atraviesan nuestra vida personal y social. Para anticipar el infierno la fórmula es sencilla, la llevamos de fábrica. Basta convertirnos en el centro de todo y contaminar las relaciones con los demás, con la naturaleza, con la historia y con Dios desde la indiferencia, el desprecio o la explotación. Este infierno incoado se puede vivir en las relaciones familiares, sociales, económicas y políticas. Tenemos buena prueba de ello. El “antirreino” es, por desgracia, una moneda de uso corriente. No se da solo entre quienes “fabrican” guerras para vender el arsenal de armamento y lucrarse con la reconstrucción de las regiones devastadas o entre quienes trafican con seres humanos, sino entre nosotros, en el seno de nuestras familias y comunidades.
Hacemos de la vida un infierno cuando no nos aceptamos como somos, cuando queremos poseer a los demás, cuando hacemos del “sálvese quien pueda” el principio rector de nuestra vida, cuando buscamos nuestro beneficio (afectivo, económico o de cualquier tipo) a costa de los demás, saltando por encima de su dignidad, cuando los pobres nos parecen una mancha indeseada en el cuadro hermoso de una vida confortable. Dios no castiga a nadie. Somos nosotros quienes nos convertimos en “cabras” que prefieren los pastos de la codicia y el orgullo a los pastos del amor.
El cielo tiene el color del amor. Es el lugar de Dios, pero no siempre nos damos cuenta. Lo que de verdad importa es salir de nosotros mismos y convertirnos en comida para el hambriento, en agua para el sediento, en vestido para el desnudo, en hogar para el forastero, en compañía para el enfermo y en alivio para el preso. Con esas seis categorías, repetidas hasta cuatro veces en el evangelio de hoy, Jesús quiere poner rostro al amor. Amar no es un sentimiento vaporoso de bienestar. Es una salida de nosotros mismos hacia quienes nos necesitan para seguir viviendo como hijos de Dios.
La gran sorpresa es que, cuando hacemos eso, a menudo de forma casi inconsciente, Él nos aguarda: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. ¿Hay algo más parecido al cielo que encontrar a Jesús en quienes demandan nuestra ayuda? Si la meta es clara (Dios en todos), el camino es diáfano (el amor como actitud vital). Seguiremos siendo olvidadizos y frágiles, nos enredaremos en otras preocupaciones penúltimas, caeremos en la trampa de tentaciones seductoras, pero, una vez que hemos comprendido dónde está el tesoro, ya no podemos vivir de otra manera. Cuando Jesús es nuestro Rey, su Reino es la única opción. El cielo ya ha comenzado.
Gracias Gonzalo me ayudaste a comprender la carta de Pablo ,no es fácil , es una entrega , y es difícil con ciertas personas !!!que alomejor son las que más nos necesitan
ResponderEliminarHay momentos difíciles, como los que estamos viviendo actualmente que resulta difícil creer que “a Dios no se le escapa la historia de las manos”.
ResponderEliminarGracias Gonzalo por la fuerza que transmites para ayudarnos a saber encontrar a Jesús en los que demandan nuestra ayuda.