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miércoles, 4 de octubre de 2023

No hay sínodo sin éxodo


Desde hoy hasta el próximo 29 de este mes se celebrará en Roma el Sínodo sobre la Sinodalidad. En él participan 464 personas entre obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. De ellas, 85 son mujeres (54 con derecho a voto). Mientras escribo, estoy siguiendo por internet la retransmisión de la misa inaugural en la plaza de san Pedro. El papa Francisco acaba de decir con fuerza que “el Sínodo no es un parlamento… Es una convocatoria del Espíritu, un lugar de gracia y de comunión”. Son inevitables las comparaciones con los órganos y modos de nuestras democracias parlamentarias. 

Es probable que muchos de los lectores de este blog no acaben de comprender qué es la sinodalidad y por qué es importante para la vida de la Iglesia. A lo largo de este mes tendremos oportunidad de ir haciendo juntos un camino. Al fin y al cabo, la palabra “sínodo” significa precisamente eso: “caminar juntos”. Durante los últimos meses me he preguntado varias veces por qué hay algunos obispos, sacerdotes y laicos reticentes al Sínodo. Cada uno tendrá sus razones, pero adivino que, detrás del miedo al “sínodo” (caminar juntos), está el miedo al “éxodo” (salida). Cuando no queremos salir de nuestras posiciones, de nuestra comodidad, entonces resulta imposible caminar junto a otros. Nos refugiamos en nuestros cuarteles de invierno. 


No se me oculta que hoy celebramos la memoria de san Francisco de Asís. También él sintió una fuerte llamada a ponerse en camino para “restaurar la casa de Dios”. Él fue un reformador que no se limitó a despotricar contra la jerarquía o a denunciar los males de la Iglesia de su tiempo, sino que asumió personalmente el compromiso de vivir el Evangelio “sine glossa”. Fue capaz de salir (éxodo) de su situación acomodada de pequeño burgués para emprender un camino de imitación de Cristo junto a otros compañeros (sínodo). 

La influencia de este “poverello” a lo largo de los siglos ha sido enorme. Quizá una cuarta parte de las familias religiosas que hoy existen en la Iglesia son de inspiración franciscana. ¡Hasta el Papa actual lleva el nombre del santo de Asís! ¿Qué es lo que san Francisco nos enseña para renovar la Iglesia? Que es necesario volver los ojos a Jesús y a su Evangelio como centro de nuestra vida, que hay que desembarazarse de muchas estructuras pesadas e inútiles y vivir una vida sobria y compartida, que hay que estar cerca de la gente y caminar junto a ella compartiendo sus dolores y tristezas, sus gozos y sus esperanzas, sus preguntas y búsquedas.


Muchos esperan que este Sínodo diga una palabra nueva sobre la ordenación sacerdotal de las mujeres, la bendición de parejas homosexuales, el matrimonio de los sacerdotes, la pastoral de los divorciados vueltos a casar y otros asuntos semejantes. Pero, sin negar la importancia de estas cuestiones, ¿es esto lo que realmente necesita la Iglesia en estos tiempos tan desafiantes? ¿No es lo esencial una vuelta a Jesucristo, un nuevo entusiasmo por el Evangelio, un camino hacia una Iglesia más sencilla, participativa y corresponsable? Solo en ese marco se pueden plantear las cuestiones controvertidas que, sin duda, requieren también un discernimiento valiente. 

Necesitamos personas que protesten y reivindiquen, teólogos que piensen, canonistas que regulen, pastoralistas que pongan sobre la mesa los asuntos que descubren en el ejercicio cotidiano de su ministerio, pero lo que realmente necesitamos es una pléyade de Franciscos (hombres y mujeres) que estén dispuestos a salir de su comodidad y rutina para ponerse en camino de conversión. Las grandes reformas de la Iglesia siempre han estado animadas por santos que se han dejado guiar por el Espíritu Santo y han señalado el camino a los demás. Sin ellos, las reformas, por populares que puedan ser, son pan para hoy y hambre para mañana. 



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