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jueves, 5 de octubre de 2023

Nadie se salva solo


Ayer por la tarde me leí de un tirón (se puede hacer en menos de una hora) la nueva exhortación apostólica del papa Francisco Laudate Deum sobre la crisis climática. Algunos pensarán que más le valdría al Papa dejarse de jugar a científico y político y ocuparse solo de cuestiones religiosas, que esa es su verdadera misión. Ya hay otros más competentes que se ocupan de ciencia, política y economía. Es la crítica recurrente de quienes no aceptan que estemos padeciendo una “crisis climática” y de que la fe también afecta a nuestra relación con la naturaleza.

No soy ningún experto en la materia, pero parece que la mayor parte de los científicos no tiene dudas sobre la crisis climática que padecemos. No niego que esta cuestión esté también muy ideologizada y que haya oscuros intereses económicos y geoestratégicos de por medio, pero eso no invalida los datos que nos brinda la ciencia y la necesidad que tenemos que dar una respuesta urgente y eficaz. A eso dedica el Papa 60 de los 73 números de que consta la exhortación. Cualquier lector, independientemente de su opción política o de su religión, puede sintonizar con ellos. En los 13 restantes el Papa habla de “las motivaciones espirituales”, consciente de que “la fe auténtica no sólo da fuerzas al corazón humano, sino que transforma la vida entera, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado” (n. 61).


La exhortación combate abiertamente el negacionismo citando informes científicos solventes. A primera vista, no parece muy normal que una exhortación apostólica se interne por estos parajes. Si el Papa lo ha hecho -suponemos que bien asesorado por expertos en la materia- es para dar un fundamento sólido a su llamamiento a reaccionar con urgencia. Su fuerte crítica del “paradigma tecnocrático” parece salida de los labios de un revolucionario de izquierdas, pero, más allá de las reacciones emocionales que suscite, hay que examinar su razonabilidad. 

Para reforzar su crítica a una ciencia y una técnica sin respiro ético, me ha llamado la atención la cita que el Papa hace de una conocida frase del filósofo ruso Vladímir Soloviov: “Un siglo tan avanzado que era también el último”. ¿Será verdad que estamos “progresando” aceleradamente hacia nuestra autodestrucción? Si así fuera, ¿no tendríamos que vencer la inconsciencia y apatía con las que vivimos el momento presente y reaccionar con más valentía? El Papa no se cansa de repetir que se requiere una autoridad mundial (no necesariamente unipersonal) que vele, entre otras cosas, por el cumplimiento de los compromisos internacionales en materia climática. Si no, pueden quedarse (como ha ocurrido a menudo) en papel mojado.


No creo que el Papa se haya convertido de la noche a la mañana en una especie de Greta Thunberg vestida de blanco. Lo que pasa es que, como líder mundial, ha comprendido mejor su misión de recordarnos que “todo está conectado” y que, por tanto, los daños que infligimos a la naturaleza son un bumerang que se vuelve contra los seres humanos. Es verdad que a lo largo de la historia ha habido cambios climáticos que han producido grandes alteraciones, pero no a la velocidad que se están dando en nuestros días. 

Es probable que estos llamamientos tan repetidos acaben produciendo en nosotros un sentimiento de agobio y hasta de indiferencia. Si quienes pueden tomar las decisiones a nivel político y económico no lo hacen, ¿qué podemos hacer los ciudadanos de a pie? ¿No estaremos autoflagelándonos inútilmente? Se tienen regularmente cumbres mundiales sobre el asunto y, sin embargo, no para de crecer el consumo de combustibles fósiles, que son los máximos causantes del calentamiento global. ¿Para qué sirven tantas campañas y mensajes? Confieso mi escepticismo, al mismo tiempo que reconozco la importancia de crear una conciencia colectiva que fuerce a los responsables de la economía y de la política a tomar decisiones drásticas. Y -como el Papa dice- a adoptar hábitos de vida saludables que sean respetuosos del medio ambiente. Al final, todo cuenta porque “nadie se salva solo”.

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