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domingo, 8 de octubre de 2023

De viñas, cercas y obreros


Ya se sabe que el otoño es el tiempo de la vendimia. Este XXVII Domingo del Tiempo Ordinario está impregnado del olor a viñas y a vino, pero también a la pólvora que de nuevo ha estallado en la tierra de Jesús. Tras el ataque de Hamás, Israel ha respondido con la operación “Espadas de hierro”. Se multiplican los muertos y heridos. La “viña de mi amigo” -por utilizar la expresión del profeta Isaías (primera lectura)- vuelve a ser una viña ensangrentada. 

El olor de la guerra nos sume siempre en un clima de muerte y desesperanza. Sabemos cuándo y cómo empiezan los conflictos, pero nunca sabemos cuándo y cómo van a acabar. El caso de Ucrania es clamoroso. No aprendemos.


Jesús, como buen judío, es un experto en viñas. Conoce la historia que cuenta Isaías (5,1-7) y conoce cómo son y actúan los viticultores de su entorno. Con esos elementos ha compuesto una parábola que tiene poco de relato bucólico y mucho de denuncia profética. Es, en realidad, una alegoría. Todos los detalles del relato tienen un significado simbólico, que nos interesa analizar. 

El amo es el Señor. Él cuida de su pueblo como el viñador de su viña. La cerca es la Torá, la ley que Dios ha revelado a su pueblo Israel para protegerlo de un estilo de vida dañino. Los labradores son los jefes, líderes religiosos y políticos, cuya tarea es colocar al pueblo en condiciones ideales para que produzca los frutos que el dueño espera: es decir, obras de amor al prójimo y justicia social. 

Los enviados son los profetas que amonestan a Israel para que sea fiel a la alianza: “Desde que saqué a sus antepasados de Egipto hasta hoy les he enviado continuamente a mis siervos, los profetas, pero este pueblo de dura cerviz no me escuchó. No hicieron caso y fueron peores que sus antepasados” (Jer 7,25-26). Los labradores que querían tomar posesión del campo y administrar la viña por sí mismos representan a quienes hacen las cosas sin Dios y consideran sus dones como bienes de los que apropiarse indebidamente.

El hijo, obviamente, es Jesús. El tiempo de la vendimia (el otoño de la historia) es el tiempo del juicio de Dios, el día de la intervención para la salvación. Como buen pedagogo, al final de la parábola, Jesús involucra a su auditorio y le pide su opinión sobre qué comportamiento sugerir al dueño. La gente responde sin contemplaciones: “El amo acabará con esos hombres malvados”. 

Pero Jesús sigue una lógica diferente. Dios no actúa como actuamos los seres humanos. Interviene para que el mal sirva al bien, haciendo que produzca una obra maestra de salvación. Podemos recordar lo que dijo José a sus hermanos que lo habían vendido a los egipcios: “Vosotros pretendíais hacerme daño, pero Dios quiso convertirlo en bien para que ocurriera lo que está ocurriendo hoy: la supervivencia de mucha gente” (Gn 50,20).


La historia tiene un final trágico y esperanzador a un tiempo. Los jefes del pueblo atrapan al hijo y lo echan de la viña. Esto es exactamente lo que sucedió con Jesús. Lo consideraron blasfemo e impuro. Por eso lo sacaron de los muros de la ciudad y lo ejecutaron. Pero Dios, resucitándolo al tercer día, lo hizo piedra angular de un nuevo edificio más universal que el antiguo del pueblo de Israel. Hay nuevos viñadores que producirán nuevos frutos.

Me parece que la parábola nunca pierde su actualidad. Hoy se podría aplicar sin ninguna violencia al Occidente cristiano. Como no hemos sido capaces de cultivar con cariño la viña (es decir, la fe recibida), otros viñadores (muchos cristianos de América, África y Asia) la están cultivando con esmero y produciendo frutos de fe, esperanza y amor. El designio amoroso de Dios nunca se frustra, pero nosotros podemos malograr sus efectos en nosotros. Aviso a navegantes.

2 comentarios:

  1. GRACIAS Gonzalo por tu oración compartida. Cuidemos la viña, a la manera de como Dios Padre la soñó. ¡ Cuántas pesadillas y confusiones, sigue acarreando nuestra falta de comunión !!

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  2. Son momentos de mucha confusión, en los que, el Señor, espera de nosotros una respuesta, a pesar de todos los problemas: guerras, emigrantes, los que son capaces de todo para lograr “el poder”… y todo ello nos lleva a preguntarnos: ¿en qué tipo de viña somos llamados a trabajar? ¿Cuál tiene que ser nuestro compromiso?
    Gracias Gonzalo por la alerta a la que nos invitas a reflexionar: “El designio amoroso de Dios nunca se frustra, pero nosotros podemos malograr sus efectos en nosotros. Aviso a navegantes.”

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