Ya estamos en agosto, o sea, el mes del emperador Octavio Augusto, el dueño del mundo cuando nació Jesús de Nazaret en un rincón de su vasto imperio. He comenzado el mes dándome un paseo por el bosque. Atravesado el río Duero, me he internado en el pinar por un camino forestal recientemente compactado. Pensaba en los jóvenes que han llegado a Lisboa como arroyos diocesanos que vierten sus aguas al mar eclesial. He visto varios reels y vídeos en las redes sociales. Hay que reconocer que la JMJ es muy fotogénica. La explosión de alegría, abrazos y ritmo pone el contrapunto a la cadena de infortunios con la que nos desayunamos todos los días. El contraste entre mi paseo silencioso a primera hora de la mañana y el bullicio juvenil nocturno se me antojaba reparador.
He tenido la oportunidad de vivir encuentros juveniles en diversas partes del mundo. Hay momentos en los que se produce una especie de ruptura de la conciencia. La exultación que produce el saberse parte de un grupo que comparte la misma fe compensa los momentos dañinos de soledad en los que sentimos que nada merece la pena. En la juventud son necesarios estos momentos. Sin ellos, no disfrutaríamos del milagro del encuentro y de la fiesta, acabaríamos prisioneros de la cotidianidad. Llegará una etapa de la vida en la que el mayor disfrute se dará precisamente en la dulce monotonía de los días iguales. Pero, mientras tanto, la ruptura es esencial para vivir.
Me iba haciendo estas reflexiones cuando, en un punto del camino, he caído en la cuenta de que el sol, que golpeaba mi espalda por el este, proyectaba una sombra alargada sobre el sendero. Ni corto ni perezoso, he sacado el móvil de la pequeña mochila azul que llevo con cuatro cosas esenciales, y he hecho la foto que ilustra este párrafo. No he pensado en la caverna de Platón, sino en algo más sencillo: el contraste entre la luz y la sombra. La mancha negra sobre la tierra caliza era yo y no era yo. La sombra que proyectamos en la vida depende de la intensidad y de la orientación de la luz que recibimos.
A veces, cuando se quiere acentuar la influencia de una persona que no ostenta ningún cargo de responsabilidad, solemos decir que su sombra es alargada. Es una forma algo irónica de poner nombre poético a la intromisión. Estas y otras cosas me rondaban por la cabeza a medida que me acercaba de nuevo al río. Compruebo que el embalse tiene más agua que el año pasado, pero ha descendido mucho desde el pasado mes de junio, cuando lo vi en todo su esplendor. El viejo puente medieval asoma de nuevo por encima de las aguas azuladas.
He rezado las laudes sentado en un banco de madera y teniendo el Robledo como telón de fondo. Me distraigo más que cuando las rezo en una capilla, pero, a cambio, disfruto de una cadencia personal. A veces, me detengo en un versículo sálmico que me resulta especialmente luminoso. Otras, me paro y me mantengo un buen tiempo en silencio, rompiendo el ritmo que los liturgistas recomiendan. Una de las cosas hermosas de las vacaciones es que uno puede hacer lo que le viene en gana sin tener que dar demasiadas explicaciones… a menos que sean vacaciones compartidas. En ese caso, hay que estar pendiente del ritmo de los demás para no desentonar demasiado.
Dicen que dentro de un par de días se producirá un descenso térmico. Cuando he salido esta mañana el termómetro marcaba 13 grados. No me espanta el frío. Lo que me deprime es el calor del mediodía. Por eso, a partir de las 10,30, me refugio en mi casa, a la espera de horas mejores. El día termina con la celebración vespertina de la Eucaristía y el encuentro con los amigos. Siguen llegando llamadas de trabajo, pero procuro desviarlas con diplomacia. En agosto las cosas funcionan de otro modo. A algunos extranjeros les escandaliza el parón que se produce en España durante este mes. A mí me parece un monumento a la vida.
La vida es sabia y en cada momento nos sentimos atraídos por aquello que las fuerzas nos permiten… El encuentro y la fiesta son siempre necesarios y agradables, aunque se den en niveles diferentes, según las edades.
ResponderEliminarDa que pensar lo que has escrito: “La sombra que proyectamos en la vida depende de la intensidad y de la orientación de la luz que recibimos.” Gracias porque ayudas a reflexionar a partir de la vida sencilla.
Que estos días de vacaciones puedas ir “leyendo” en el libro de la naturaleza… Orar ante ella, para mí, es como abrirnos más a las sugerencias del Espíritu.
Buen final del día… Nos encontramos en la oración, aunque sea en la distancia.