Por el mar de Vinuesa

En invierno se puede esquiar en el Punto de Nieve de Santa Inés. En otoño es recomendable hacer rutas de senderismo y recoger setas. En primavera el verde joven de los robles y las hayas se mezcla con el verde perenne de las acículas de los pinos. Y en verano es posible navegar por las aguas mansas del embalse de la Cuerda del Pozo. Es lo que hice ayer durante un par de horas en el barco de mis amigos Javi y Lucía. A las 10,30 de la mañana todavía la temperatura era benigna, aunque ya se presagiaba una jornada calurosa. De hecho, el termómetro escaló hasta los 35 grados a primera hora de la tarde. 

Zarpamos del embarcadero y nos dirigimos hasta la emergente torre de la iglesia del antiguo pueblo de La Muedra, sumergido bajo las aguas del embalse desde hace más de 80 años. En la cima del campanario hay una imagen de la Virgen y una corona de laurel. Allí Javi paró el motor. Nos dedicamos a contemplar el paisaje, a conversar como siempre y a degustar un poco de jamón con zumo de naranja muy frío y algunos cacahuetes. La banda sonora la pusieron -como en otras ocasiones- Ennio Morricone y Kenny Rogers. No tienen nada que ver The Mission y The Gambler, pero la mezcla nos gusta y nos relaja.

Después de hablar de muchas cosas y de protegernos del sol con el pequeño toldo de la embarcación, pusimos rumbo a la isla. No sabemos si tiene algún nombre, pero nosotros la llamamos simplemente “la isla”. Cuando el embalse está muy bajo, se puede acceder a ella a pie enjuto. A mí me trajo recuerdos de La isla del tesoro, la novela de Stevenson que leíamos los adolescentes de mi época. No desembarcamos, pero admiramos su masa boscosa y sus playitas de arena, completamente desiertas. Desde allí emprendimos el regreso al embarcadero cuando ya el sol del mediodía comenzaba a molestar. 

No me imaginé a Jesús caminando sobre las aguas porque nos faltó el contexto tormentoso al que hace referencia el Evangelio, pero sí comprendí una vez más que la belleza es uno de los lenguajes que Dios usa para decirnos que nos quiere. Por eso, no podemos deteriorar la naturaleza. Sería como emborronar el primer libro a través del cual Dios nos revela su amor. Quizá hay una escondida conexión entre degradación ecológica y pérdida de la fe en Dios. Sin belleza natural, nos resulta más difícil creer en un Dios creador que sustenta todo cuanto existe.

Este paseo por el “mar de Vinuesa” se ha convertido en uno de los ritos del verano. A medida que pasa el tiempo, valoro cada vez más la tierra donde nací y pasé mi infancia. Javi me dice con sorna que empiezo a tener algo de abertzale. Mi sentimiento no tiene nada de ombliguismo étnico, sino de aprecio de mis raíces, consciente de que los habitantes de este pequeño paraíso no siempre estamos a la altura del hogar que hemos recibido. 

Sentimientos aparte, el paseo por el embalse ha sido como un bálsamo en medio de unas semanas llenas de situaciones difíciles. La naturaleza es terapéutica. Sin pedirnos otra cosa que respeto, nos suministra oxígeno, belleza, sosiego, horizonte, agua, sentido. Me brota un fuerte sentimiento de amistad y gratitud. ¡Gracias, Javi y Lucía! Volveremos.