Le tengo mucha simpatía a san Roque, o a san Rocco, o a Roque de Montpellier, al santo “fuerte como una roca”, que eso es lo que significa su popular nombre. Hoy habrá sido recordado en numerosos lugares de España, Italia, Francia e Hispanoamérica. Yo he tenido la suerte de presidir este mediodía la misa en Vinuesa, donde lo veneramos como patrono. En su carné de identidad hay datos dudosos, como la fecha de su nacimiento y de su muerte. Pero hay algo en la vida de este popular santo -canonizado en 1584- que escapa a toda duda. Fue un peregrino, un apestado y un sanador.
Abandonando la seguridad de su casa nobiliaria, se puso en camino hacia Roma. La aventura exterior fue, en realidad, un proceso de transformación interior. Algo parecido les sucede a quienes emprenden el camino de Santiago o participan en la JMJ. Cuando salimos de nuestra zona de seguridad y buscamos sin prisa, acabamos encontrando más de lo que esperábamos. La peregrinación va más allá del camino físico. Es una forma de entender la vida como éxtasis, salida, búsqueda y encuentro.
Naturalmente, en el camino pueden suceder accidentes. Roque se contagió de la peste que asolaba el norte de Italia. Él mismo fue un apestado. Por eso, a diferencia de los ídolos modernos -que son presentados siempre como sanos, fuertes, guapos y ricos- Roque aparece con la pierna llagada y con un perro que le lame las heridas y le trae un panecillo. No es extraño, pues, que los apestados de todos los tiempos se identifiquen con él, lo sientan como de la familia. Él, siendo rico, se abajó hasta ponerse al nivel de los marginados.
Y, desde la periferia de sus heridas, pudo convertirse en sanador de otros. Fue -en hermosa expresión de Henri Nouwen- un “sanador herido”. Contemplando a Roque, podemos comprender que también nosotros podemos cuidar y sanar a otros, no desde nuestra fortaleza física o superioridad moral, sino desde nuestra fragilidad. No es necesario ser perfectos para ponernos al servicio de los demás.
Muchos ídolos contemporáneos, cuyos posters decoran hoy las habitaciones de los adolescentes de medio mundo, caerán en el olvido dentro de unas décadas. Roque de Montpellier sigue siendo recordado después de varios siglos. Es más, puede iluminar el camino de quienes hoy nos sentimos un poco perdidos. Sin decir una sola palabra, nos invita a no resignarnos a la rutina, a ponernos en camino, a no temer contaminarnos con quienes necesitan nuestra ayuda, a cuidar a los demás haciendo de nuestras heridas nuestro tesoro.
Todo esto pensaba esta mañana mientras veía cómo 341 mujeres y niñas, ataviadas con la piñorra, el traje típico de Vinuesa, golpeaban con su ramo de pino la imagen de san Roque. No sabe uno si se trata de un saludo protocolario, de un piropo, o de una forma de conectar con su espíritu. Sea como fuere, el gesto es hermoso y se mantiene inalterado a lo largo de los años. La pinochada lo recuerda con belleza y sencillez.
Gracias por toda la informacion que nos transmites... Le conocía por "sanador", porque en mi pueblo se celebraba su fiesta porque se decía que había liberado a los habitantes de la población de la peste que se vivió. No conocía los demás aspectos.
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