Dicen que después de las vacaciones suele aumentar el número de separaciones y divorcios debido, entre otros factores, al “exceso” de convivencia. No sé si esto es verdad, pero el dato sirve para llamar la atención sobre la dificultad de las relaciones. Nos preparamos para muchas cosas en la vida, pero solemos dar por supuesto que todos estamos preparados para las relaciones. La experiencia demuestra que no es verdad. Hay tipos psicológicos más capacitados para relacionarse con los demás, pero todos debemos entrenarnos.
La brecha entre las expectativas y las realizaciones suele ser causa de sinsabores, malentendidos, discusiones y fracasos. Hay personas que apenas cultivan sus relaciones con los demás, pero caen bien. Tiene un cierto carisma que las hace irresistibles. Se permiten el lujo de ser despreocupadas porque siempre hay gente que pugna por llamar a su puerta. Hay otras, por el contrario, que multiplican los detalles de amistad y pocas veces son correspondidas. La fenomenología de las relaciones es tan vasta como la variedad de personas.
El verano se presta a examinar la cantidad y calidad de nuestras relaciones. Según el famoso “número de Dunbar”, la cantidad máxima de relaciones no suele superar las 150. De acuerdo con las investigaciones del mismo autor británico, los amigos íntimos no sobrepasan los 3 o en algunos casos 5. No sé si estas teorías tienen en cuenta el impacto actual de las redes sociales. Yo, por ejemplo, tengo 2.352 “amigos” en Facebook y 728 “contactos” en WhatsApp. Es evidente que un porcentaje muy alto son simples conocidos o incluso personas que han solicitado mi amistad, pero que no conozco de nada. Todo esto nos lleva a un espejismo afectivo que acabará pasándonos factura, sobre todo a quienes desde niños o adolescentes han trabajado su afectividad en el ciberespacio.
Creo que hemos ampliado extraordinariamente el número de “amigos”, “seguidores” y “contactos” digitales y tal vez hemos ido reduciendo -y, lo que es peor, empobreciendo- las relaciones tradicionales. Hay un “quiero y no puedo” o un “puedo y no quiero” que restan espontaneidad a nuestros intercambios con los demás. El “a ver si quedamos un día y charlamos con calma” -tan repetido en esta vida acelerada- se ha convertido en una especie de mantra que, en realidad, habría que interpretar así: “Me gustaría quedar contigo, pero no voy a hacer nada para propiciar el encuentro”.
Las relaciones pueden ser muy satisfactorias, pero todas, para ser auténticas y significativas, exigen esfuerzo y dedicación. Pretender que el peso recaiga siempre sobre la otra parte (llamadas, mensajes, invitaciones, etc.) significa no valorar lo que más felices nos hace a los seres humanos. Conozco algunas personas que nunca dan el primer paso y otras que cargan con la responsabilidad de cuidar las relaciones. Si la desigualdad es muy llamativa, tarde o temprano se produce el hastío.
Creo que podemos tener infinidad de conocidos, pero no es posible tener muchos amigos, a menos que tengamos una idea muy degradada de la amistad y no estemos dispuestos a cultivarla con sacrificio y constancia. Temo a las personas que quieren tener -como cantaba Roberto Carlos- “un millón de amigos”. Durante las vacaciones, algo liberados de ocupaciones (aunque confieso que en mi caso esta liberación es mínima), podemos dedicar tiempo a cultivar aquellas relaciones que nos enriquecen y que tal vez no cuidamos durante el resto del año. Pero podemos también preguntarnos si hay personas de nuestro entorno que necesitan una mayor atención y cercanía por nuestra parte. No se trata solo de sentirnos bien estando con las personas a las que queremos, sino de hacer que otras personas puedan sentirse apreciadas. Percibo un enorme déficit de cariño incluso en personas que socialmente parecen reconocidas y están rodeadas de gente. Dar el primer paso es una forma concreta de amor.
Es normal que en tiempos de vacaciones se den más separaciones. Hay parejas que durante el año, por los horarios, por el exceso de trabajo, no les permite la convivencia, van y vienen y no se encuentran, no hay tiempo para el diálogo y, en verano, con tiempo libre, perciben que están a mucha distancia del uno al otro, se dan cuenta de la distancia que los separa y en vez de buscar soluciones se da “la separación”.
ResponderEliminarEs importante saber cultivar la verdadera amistad que no siempre es fácil encontrar. Tener un buen amigo es tener “un tesoro”. La valoro muchísimo. En una buena amistad siempre hay una buena reciprocidad.
Sí, se da un enorme déficit de cariño y se acentúa en tiempo de verano. Hay muchas personas que por circunstancias económicas, de salud, sociales, no pueden permitirse hacer “vacaciones” y en su entorno quedan más solas que durante el año.